Creo que estamos grabando. Estamos grabando, muy bien. Es que tardaba en salir. Estoy conectado con el telefonillo que me ha regalado la UNED un telefonillo y parece que me sirve de módem. Así que a ver si funciona y si no, no nos corta. Vale, pues en los minutos previos al inicio de esta clase hemos debatido a través del chat cuál sería el tema y ante la inánima libertad que me concedéis vamos a tirar para analizar en función de lo que hemos ido viendo en las tres clases anteriores. Los cuales, como tenéis presente, hemos tratado de la categoría de lo repertorial y cómo esa categoría organiza dos modos que son necesario y lo continuo. La categoría de lo contingente y la categoría de lo disposicional. Y cómo esa categoría organiza otros dos modos que eran lo posible y lo imposible. Entendiendo, lo hemos dicho alguna vez y lo diríamos más veces, que lo necesario y lo contingente, la necesidad sobre todo es una necesidad interna, es una necesidad que tiene que ver con la lógica inherente a un repertorio, a un conjunto. No es una necesidad absoluta o teológica, no es que algo sea completamente necesario en el sentido que se aplique. Hablaría de Dios o cosa así, ¿no? O del hombre. ¿Se te acuerda mucho? Viste teléfono. Creo que se te vio al mover la pizarra. Voy a dejar la pizarra quieta e incluso voy a congelar el vídeo. A ver, vídeo pausado. Se oye más continuo ahora. Un poco mejor. Que vaya data. ¿Sí? Tiramos así sin vídeo. Cogemos. me tenéis bastante mejor, bastante visto. Vale, o pongo una foto fija, no sé, de Marilyn Monroe enseñando los muslos o algo así superente. Vale, bien, vamos a ello pues así en ciego. Vale, pues estaba diciéndoos que vamos a analizar esto de los medios y fines, del autónomo heterónomo, entendido bajo los parámetros que hemos ido introduciendo o en relación a estos parámetros. ¿En qué sentido? Pues veámoslo. Imaginaos, bueno voy a intentar mover la pizarra a ver si nos entrecorta algo. Vamos a pintar una M de medios y vamos a pintar una F de fines. Esto podría contarlo desde varios lados. Os lo voy a contar en concreto desde un autor que se llama Jesús Ibáñez, sociólogo en la Complutense, era un gran tipo Ha sido muy marxista él. Y a él le preocupaba mucho el tema de la explotación. Decía, ¿qué pasa cuando, de qué hablamos cuando hablamos de que hay una explotación? Por ejemplo, de la naturaleza por parte del hombre o del hombre por el hombre. Vamos, entonces Jesús Ibáñez va hilando un discurso sobre la explotación y dice, bueno, pues hay un problema que viene cuando tratamos como a un medio aquello que de suido es un fin. Por ejemplo, un hombre, una mujer, es un fin en sí mismo, debería ser un fin en sí mismo y nadie debería tomarla como un medio para sus planes sean más o menos malvados. Cuando utilizamos a alguien de un modo continuado y muy descarado, pues entendemos que no está bien y entendemos que estamos explotando a ese alguien, ¿verdad que sí? Eso sería utilizar como medio a alguien que de suyo es un fin, ¿verdad? Y ahí tenemos un problema. Vaya si tenemos un problema. Y luego, él también habla de que hay otra forma de explotar que pueda ser que consista justo en lo contrario. Fijaos qué curioso. Dice, cuando tratamos como un fin aquello que de suyo es un medio. ¿Con qué ejemplo lo dice? Pues, por ejemplo, podría ser, fijaos por dónde, pues con el arte. El arte, de hecho... Cualquier tipo de arte, pues imaginaos un arquitecto que le pedimos que nos haga una casa y entonces el hombre es muy artista en el peor de los sentidos y nos genera una casa que, bueno, quizá la casa o la idea del arquitecto sea un fin en sí misma. Pero a nosotros nos hace la vida imposible. De tal manera que aquello que debería ser un medio, una casa, cuando llegamos a gusto, se convierte en un fin en sí mismo. Y por tanto nos esclaviza. Ese sería el ejemplo que ponía Simón. Este buen hombre de cómo se podía llegar a la explotación considerando, por considerar como un fin aquello que debería ser como un medio. Y a la vez, en el otro ejemplo, cómo se podía llegar a la explotación, como quien dice, a meter la pata, por tratar como un medio aquello que debería ser. ¿Me seguís? Es un poco alimatías de momento, pero me seguís. ¿Qué alguien diga así? Me agarra. Vale. Con eso nos situamos. Ya sé que es un poco lío, Ruiz. Pero, y entrecortado, bueno, eso es lo peor. Pero con eso nos situamos justo en el tipo de contexto en el que os quiero ver. Es decir, el contexto que vais a encontraros vosotras y vosotros mismos cuando hagáis investigación y os veáis sometidos a esta especie de maldición pendular de encontraros dos términos, en este caso medios y fines, que aparentemente se excluye. ¿Sí? ¿Se excluyen entre sí? No se oye bien. Dígase. Hola. Hola, hola, hola. ¿Se vuelve a oír bien? Es que me estáis perdiendo. Ahora sí. Joder, pues es que no entiendo nada. El teléfono de los que son 3G. Pues tenemos 3G. Creo que tenemos 3G. Ahora sí tenemos 3G. Se cortan pequeños espacios. Se corta el tiempo a ratos, ahora sí, ahora no. Efectivamente, Pinilla, le has dado. Soy de unos cachondos. Si no se puede. Sigo intentándolo o lo dejamos por imposible. ¿Cómo lo veis? ¿Intentamos? Esto es heroísmo filosófico. Bueno, os decía simplemente que esto nos sitúa en el tipo de contexto en el que nos vamos a encontrar. En el que os quiero ver, en el que me place encontraros. Esta especie de confusión pendular. Porque es aquí donde los términos que hemos ido introduciendo pueden ser muy interesantes. Tal como lo plantea este buen hombre Jesús Ibáñez, parecería que medios y fines sean dos extremos, dos lugares que se excluyen mutuamente, que se repelen, pues como dos contrincantes, ¿verdad? Y tenemos aquí un problema. Esto es lo que el pensamiento... El punto modal aborda. ¿Por qué? Incluso en el mismo análisis de Ibáñez, que yo aprecio mucho, ya se deja ver que hay una cierta posibilidad de transición, de circulación entre medios y fines. Y aquello que debería ser un medio, como la tecnología, ciertamente, se convierte en un fin en sí mismo. Y pensamos que con tener el teléfono más moderno del mundo, ya lo tenemos todo solventado. Y mira, ¿no? El teléfono está ahí para decir algo interesante. Como una clase de estética, más lejos. Y no para educarse a sí mismo. Y a su vez, aquello que debería ser un fin en sí mismo, por ejemplo, uno de nosotros, se convierte en un medio para que el teléfono se afirme, por ejemplo, ¿verdad? Ahí tenemos un problema de exclusión que tenemos que solventar. Bien, ¿cómo lo plantearíamos en términos modales? En términos modales, que es lo que os he explicado y que quiero que vayáis aplicando vosotros a vuestros trabajos y a vuestros temas de investigación y a vuestras propias vidas, vive Dios, lo primero que encontramos es que estos dos opuestos, medios y fines, a su vez van a tener, por así decir, opuestos internos. Igual que la necesidad se oponía, por un lado, a la posibilidad y, por otro lado, a la contingencia, os acordáis en el esquema, aquí, digamos, la noción de ser un fin en sí mismo, de ser algo autónomo, ¿qué podría ser? Autónomo, Dios mío, qué mal describo, autónomo, ¿verdad? Lo autónomo, y lo que es un fin en sí mismo, se opondría a algo que podríamos llamar muy bien, lo, vamos a llamarle, engreído. A ver si soy capaz de escribir una palabra tan larga con este lapicillo. Engreído. Ahora os lo explico y veréis a lo que me refiero. Madre mía, me siento párvulo escribiendo así, engreído. Vámonos. No adelantemos, se agarra despacito. Lo que quiero deciros es que el fin, por un lado, se opone al medio, pero el ser un fin en sí mismo, el ser autónomo, tiene una modulación en la cual el ser autónomo, el ser en sí mismo, se convierte en un ser engreído. Y a su vez, el ser un medio, el ser útil, aquí lo podríamos llamar lo útil, por ejemplo, hay una modulación de lo útil que convierte lo útil en otra cosa, que podríamos llamarle lo servil. Servil, Dios que manches, tuve servil, vale. ¿A dónde quiero llegar con esto? Imaginaros una situación en la cual tenemos una obra de arte, por ejemplo, una pieza de música o una novela o una obra de arquitectura que es una obra autónoma. Es decir, el arquitecto ha construido llevado por, de alguna manera, la necesidad interna que recuperamos, tenemos el concepto de necesidad, la necesidad interna de sus propios lenguajes, de los materiales, de los espacios arquitectónicos, y ha generado una casa que es una obra de arte. Estaríamos aquí, en la F, decimos, ¿verdad? Pero imaginaos que ahora este arquitecto se hace un poco famoso porque ha hecho una casa que es una maravilla de arquitectura autónoma, como las casas aquí a Mies van der Rohe, por ejemplo, se hace un poco famoso y le empiezan a encargar casas y entonces el hombre empieza a sobrecargar, a firmar, a exceder su propia autonomía, su propia concepción de la casa como una obra de arte autónoma, con su propia necesidad interna, etcétera. ¿A dónde llegaríamos? Llegaríamos a una forma de arte que quizá fuera un poco engreída, engreída por excesivamente soberbia, por excesivamente crecida, por excesivamente engreída. Y ahí encontraríamos, me seguís a lo que quiero ir, la obra de arte autónoma que simplemente sigue sus propias leyes, sigue sus propias formas por exceso de autonomía se convierte en algo engreído, en algo que de alguna manera nos repele, pues precisamente como puede ser, imaginaros ya un poema o un Riddymade o una obra de arte de vanguardia que a veces va tan a la suya, ¿verdad?, que ya se convierte, parece que se nos quiere imponer, pues precisamente, en ese tipo de explotación en el que lo que debería ser medio se convierte en fin. Mies efectivamente no llegó a ese extremo, nunca estoy de acuerdo contigo, porque Mies era un clásico, ¿vale? El engreimiento es con natural al artista, podría ser, Calatava desde luego vivía ahí, y Dichamp puede haber tenido sus momentos, efectivamente. Que el engreimiento sea con natural al artista es con natural a cualquiera de nosotros. Recordad que el gran pecado de los griegos clásicos, pecado en el sentido en que los griegos tenían pecado, pero diferente al nuestro, era la ibris. La ibris, se escribía, bueno, depende quién lo transcriba, se puede escribir así, ibris, en griego significaba orgullo. Y es que, por ejemplo, Aquiles, que es hijo de Dios y de una mortal, ¿verdad?, pues es tan fuerte y tan buen luchador y tan poderoso y tal que logra matar a cuantos troyanos quiere y al final se enfrenta con Héctor, que es el mejor de los troyanos, y le mata. Y no contento con matarle, le despoja de sus armas, le ata a su capa, le arrastra por el barro y le arrastra por el polvo como forma de venganza. Ahí comete Aquiles un pecado de ibris, de orgullo, de exceso. ¿Exceso de qué? Pues cada cual de lo que tenga. Para el artista eso es muy chulo, efectivamente. Para el artista el exceso le lleva al engreimiento. El entender que su lenguaje, su práctica, es una práctica autónoma, que es algo que debe hacer, que es algo que es imprescindible, le lleva por un exceso de la propia lógica en la que está, ¿verdad?, al engreimiento. De la misma manera, si recordáis, que el exceso de repertorialidad de lo necesario, cuando estaba contenida estaba genial, porque estaba contenida. Pero el exceso de afirmación de lo necesario nos llevaba a qué? A lo contingente. El engreído sería el equivalente al contingente. Efectivamente, muy bien, joder, estamos aquí entre clásicos. El orgullo sin exceso sería parte del timos, que efectivamente positivo. Aquí positivo y negativo lo tomamos como una cuestión meramente... formal, ¿vale?, porque no somos moralistas. ¿De acuerdo? Un modo positivo, como la necesidad, es, recordáis la clase de lo necesario y la de lo posible, un modo positivo es primero un defecto, es decir, partimos de una carencia, construimos algo que necesitamos, algo a lo que estamos buscando, y luego es un exceso, porque la misma necesidad se va a exceder. Cuando se empieza a exceder estamos en ese orgullo y nos empezamos a acercar al polo del engreído. Pero para no perder hilo, una vez que estamos en el polo del engreído, ¿cuál puede ser, por así decir, la solución? ¿Cuál puede ser la medicina, la pulga? Pues aquí empezamos a jugar con nuestro dibujo, porque efectivamente lo engreído se irá acercando hacia el polo de lo útil. Una buena cura, claro, una buena cura. No, no es que sea el exceso del engreimiento, es, por así decir, el pasar el punto álgido del engreimiento y una vez no se puede ser más engreído, de alguna manera, para salir de ese marasmo, nos convertimos o nos acercamos a una concepción en la cual queremos que nuestro trabajo poético, por ejemplo, sea útil, sea manejable por los demás. Eso en arquitectura se ve muy bien. Cuando la arquitectura se sobrecarga, se vuelve muy retórica, se vuelve muy engreída. Los siguientes arquitectos, no digo que este mismo arquitecto, de hecho, no tengo mucha fe en que Calatrava deje de ser engreído y se convierta en útil, pero de alguna manera, los siguientes, los que vengan después, viendo cuán engreído se ha vuelto Calatrava, tendrán al menos la decencia de intentar que su trabajo sea útil. Sus puentecillos o sus salas de conciertos, ¿verdad? ¿Entendéis lo que quiero decir? La vinculación no siempre es, de alguna manera, por exceso. En este caso, los modos negativos, igual que los positivos, eran primero un defecto y luego un exceso. Los modos negativos, recordadlo, primero un exceso, en este caso de finalidad, de repertorialidad, y luego son un defecto. Es decir, abren una nueva hambre, por así decir, abren una nueva demanda, una nueva carencia, que nos lleva no a donde estábamos, que podría, también, ¿no? Podríamos hacer esto y, de alguna manera, curarnos y volver a una obra de arte autónoma. Pero lo que sugiero para ver el recorrido entero, es decir, todas las posiciones, las posibles curas, purgas o remedios a este engreimiento, sea acercarnos hacia lo íntimo, ¿vale? Pero ahora, efectivamente, las obras de Calatrava no son útiles jamás, excepto que las derriben y sirvan como relleno de alguna fosa séptica. Pero bueno, a lo que voy, simplemente, no es tanto que la suya se convierta en útil y monje, sino que, de alguna manera, los arquitectos, guionistas que vengan después, entiendan que, efectivamente, se puede llevar ahí. Vale, vamos a dejar a Calatrava porque me está masquebando. ¡Qué pinza! Le han sido muy útiles, ciertamente. Bueno, lo que quería contaros era que este paso de considerar algo como un fin en sí mismo, efectivamente, de ser un fin en sí mismo y por no hablar más de artistas que de nosotros mismos, yo, Jordi Claremonte, soy un fin en mí mismo. Nadie debería usarme como un medio, eso es cierto. Pero, al fin y al cabo, yo, aunque me considere un fin en mí mismo, acabo teniendo hijos, dando clases, echando una mano a mi vecino, si se le para el coche delante de mi casa, ¿verdad? Y, en ese sentido, me transformo en útil. Pero, hasta llegar a eso, podría volverme un engreído, podría volverme un orgulloso de mí mismo, podría pensar que soy tan fin en mí mismo que, de hecho, ni siquiera salgo al camino cuando se le para el coche a mi vecino o, si he tenido hijos, ni siquiera les doy la cena porque yo soy un fin en mí mismo y como yo, que soy un fin en mí mismo, me voy a estar ocupando de esos mocosos, ¿verdad? ¿Entendéis lo que quiero decir? La purga del engreimiento nos acerca hacia el útil. Pero, ojo, camaradas, porque aquí no acaba el cuento. El mismo modo positivo de lo útil, de lo posible, de lo experimental, de ser algo desde un medio, también tiene un exceso y ese exceso nos acercaría ahora, queridos compañeros, a lo servil. Es decir, yo puedo asumir, que tengo un gran papel cuidando a mis hijos o un gran papel atendiéndoos a vosotros, queridos compañeros parquealumnos, y, por tanto, centrarme en eso. Pero eso me puede llevar a olvidarme que soy también un fin en mí mismo, que debo cultivar otra parte de mí mismo. Como padre sería muy evidente, de hecho, muchos padres y muchas madres, vive Dios, que acaban, de alguna manera, en algún momento de su vida incurriendo en esto, olvidándose de sí mismos y convirtiéndose, en muchos proyectos artísticos, en algo ya estrictamente servil. Al roce mío de nuestras madres o, si queremos estar en el campo del arte, lo que le pasó a algunos surrealistas o a algunos artistas soviéticos, que del arte engreído del fin de siglo, pues de Baudelaire, de Verlaine, de Mallarmé, que en algunos momentos llegaron a ser un cohete a la Torre de Marfil, ellos quisieron ser útiles para sus sociedades y, en algún momento, ese querer ser útiles, ese tan bien intencionado querer ser útiles, les llevó a convertirse en serviles. Como decía Breton, en poner el arte al servicio de la revolución. Bueno, el arte no tiene que estar al servicio de la revolución. Cuando está al servicio de la revolución, literalmente al servicio de algo, es un momento de baja potencia, es un modo negativo. ¿Y cómo se cura ese servilismo? Pues aquí lo tenemos, volviendo de nuevo a entender que esta práctica o nuestra vida como padres o madres es también un fin. El servilismo es autónomo. ¿Lo veis? Ya tenemos el ciclo completo. ¿A que sí? Sí, en el caso de Breton, efectivamente. Una casa servil sería hacer una casa estrictamente útil, estrictamente práctica, que seguramente sería relativamente cómoda pero que no tendría ninguna gracia como la mayor parte de la arquitectura de las ciudades de ahora. Ya en vez de hablar de Calatrava hablaríamos de las miriadas de arquitectos que hacen edificios que son serviles, con los intereses de los constructores, serviles con las modas o las prácticas imperantes y que desde luego no suponen jamás o muy pocas veces ningún reto ni para el arquitecto que las hace ni para la persona que las habita. ¿Verdad? Que ni siquiera de alguna manera se siente cuestionada en sus prejuicios sobre lo que es habitar una casa. ¿Verdad? Pues bien, de nuevo aquí y esto es interesante que lo interioricemos, ninguna de estas cuatro posiciones, ni la autonomía de ser un finitunismo, ni el volverte engreído, ni el ser útil, ni el ser servil, ninguna de esas posiciones por sí sola es buena o mala sino que todas ellas están conectadas como momentos, como aspectos de una misma práctica. Cualquier práctica artística, cualquier discurso, cualquier cacho de vida que analicemos está sometida a las tensiones que tiran en este sentido. Os acordáis que yo pintaba aquí la E de lo efectivo que es el único modo absoluto. Lo absoluto es lo que hay, camaradas. Lo que hay y lo que no hay que está fuera pero de eso hablaremos otro día. Pero vamos, en cualquier caso lo efectivo está aquí y siempre lo pintamos en el centro de esta especie de bucle porque de alguna manera es lo que hay sometido a todas estas tensiones. ¿Vale? Lo digo porque no podemos volverla a poner aquí, sin embargo. volver a convertir esto en una especie como de, ah, lo bueno es lo útil y lo autónomo, vamos a ver, bueno y malo aquí no cuadra. De alguna manera, lo autónomo inevitablemente corre el peligro, el riesgo de volverse engreído, lo útil corre el peligro de volverse a servir y quizás solo pasando por el infierno o el purgatorio del servilismo o del engreimiento acaba madurando de verdad, acaba de alguna manera estabilizándose. Sí, es un equilibrio, es una especie de compensación. Yo a esto le he llamado, desde que era chaval, modo de relación. Entiendo que aquello que nosotros estudiamos cuando estudiamos la obra de un artista o cuando estudiamos una época artística, estudiamos en realidad modos de relación, es decir, modos de equilibrar, modos de compensar, modos de poner en juego estas polaridades y estas diferentes tensiones. Es muy importante que aprendamos a no contraprender. No para ponerlas de dos en dos, ni en el sentido este, horizontal, ni en el sentido vertical, sino entender que tenemos varias contraposiciones y que están todas actuando a la vez y que tenemos que ser capaces de componer. ¿Lo sabéis? ¿Por qué dices excelencia, Escartín? Claro, es un socialista. Quería que me explicaras, Escartín, lo de la excelencia, que no lo pillo, pero no sé si estoy conectado o ya se ha ido la conexión con mi telefonillo, maldito. Hola, ¿alguien ahí? Claro, Rodríguez. Esa era la idea, perfectamente, encuadrar estos medios y fines dentro de los modos que os he ido explicando. ¿Lo habéis pillado? De hecho, podríamos pintarlo, lo pintamos aquí, lo más parecido a los modos sería traspasar este esquema, recordad que en este lado siempre pinto lo necesario, en este lado pinto lo contingente, en este lado pinto lo posible. Tengo un círculo para que distingáis los modos de los términos que estamos. Bien, bien, en este lado pinto lo imposible. Si lo pensáis en términos categoriales, ahora lo entenderéis, claro, alguien es autónomo, un fin en sí mismo, cuando de alguna manera constituye, construye un pequeño o gran repertorio, ¿verdad? Entonces estás siendo autónomo, estás marcando tus propios fines, estás organizándote tu casa, tu caja herramientas, tu rollo, ¿verdad? Cuando eso lo excedes, como hacía el bono de Calatrava, cuando ya empiezas a añadir más elementos, entramos en el modo de la contingencia. Efectivamente, el lenguaje poético de Calatrava, de haberlo habido en algún momento, pues ya está muy sobrecargado, es un lenguaje obeso, es un lenguaje con una obesidad mórbida, ¿verdad? Y ya nada de los sucesivos puentecillos y sucesivas piezas que hace aporta nada a su repertorialidad artística, si aporta a su cuenta corriente. Está claro, pero no a su repertorialidad, ¿vale? Ahora te explico, Gómez, si esto explica todo, no explica todo. A su vez, cuando nos acercamos hasta el polo de lo útil, ¿verdad?, lo que nos está importando ya en lo útil ya no es evidentemente si constituimos un lenguaje coherente, estable, un repertorio, sino simplemente nos importa la utilidad, pues precisamente esa tensión hacia ponernos en juego, hacia poner a prueba. Hacia experimentar, que es propiamente el polo de lo disposicional. Y a su vez, en el ámbito de lo servil, llegamos a un punto en que esas disposiciones son casi engorrosas, son molestas y de hecho son inútiles, de la misma manera que es inútil a alguien que de tanto como te quiere ayudar, de tan servil que es, de tan encima que está, no nos deja hacer cosas y nos molesta más que otra cosa, ¿verdad? Eso sería la cuestión. Este, grandes pintores han hecho obras maestras por los años civiles y autónomos al mismo tiempo. Ahí está la historia. En realidad, cuando os hablo de que todo esto es un modo de relación, es una especie de equilibrio, ¿verdad?, claro, en el arte siempre se está al servicio de algo. Pero estando al servicio de algo, por ejemplo, de un encargo eclesiástico o cuando los poetas del siglo de oro o Cervantes o Garcilaso escriben sus poemas, se los dedican de un modo muy servil, si leéis las dedicatorias. Pues eso, a el Rajoy de turno o al Bert de turno, que son pues eso, nobles, que eran los válidos del rey, que ahora mismo ni sabemos quiénes eran, pero que de alguna manera tenían mucha pasta y eran quienes les pagaban o les mantenían, lo que sea. Y los grandes artistas siempre han conseguido mantener ese equilibrio, esa especie de compensación de modo de relación entre estos diferentes polos, ¿verdad?, estas diferentes polaridades y lograban de alguna manera. Pues cubrir más o menos ese encargo y a su vez explorar un lenguaje autónomo, que es lo que les hacía grandes como artistas, ¿vale? El caso del arte clásico es justo el del equilibrio entre lo útil, servil y lo autónomo, más bien entre lo servil y lo autónomo. Y a su vez el arte político, el arte comprometido, espero no que lo mencionarais, el arte políticamente enganchado, ¿verdad?, es un arte que tiene que jugar también de nuevo el equilibrio entre lo útil políticamente, pero a su vez también intentando explorar un repertorio autónomo y un arte que sea potente, porque si no se cae, intentando huir de lo servil, ¿verdad? Ahí lo tenemos siempre. Esos cuatro puntos son cuatro puntos de equilibrio. Volviendo a lo que decía Gómez, esto es una cosa que tenemos que ir con cuidado. Este dibujito o este símbolo no explicarlo. Si algo explicara todo, daría muy mal rollo y seguramente sería un error. No, esto simplemente es una manera que utilizan, como ya os he explicado, los... meteorólogos, por ejemplo, el atractor de Lorenz, que más que esta forma de cinta de Moedius tendría, como sabéis, circulaciones en bucle así y luego iría aquí, se daría unas vueltas por aquí y luego volvería acá. Es una manera de explicar fenómenos atmosféricos, fenómenos biológicos. Yo creo que en arte funciona bien. Si nos sirve para entender esto, no como quien entiende, lo he dicho mil veces, una jaula de hámsters, sino como quien entiende una geometría oposicional. Es decir, que hay una especie de... que la realidad misma a la que habitamos, compañeros del mundo histórico, no es una especie de hoja plana, sino que es un complejo poliédrico que tiene muchos vértices. Si le encontramos estos cuatro, en realidad son cinco o seis, porque está lo efectivo y lo inefectivo, y somos capaces de ver el mundo de esta manera poliédrica, de esta manera tridimensional, si queréis, joder, pues mucho mejor. Porque entenderemos mucho más fenómenos complejos y seremos capaces de no caernos, de no quedarnos atrapados en esa especie de jaula de brillos que es el dualismo. A mí me es útil, me es práctico y a su vez me da autonomía. Espero que para vosotros también lo sea, que podáis aplicarlo para entender mejor aquello que estamos tratando. Sobre todo para no ser moralistas y para no quedarnos con una visión tan limitada. Yo que he estado muy implicado en temas de arte político mucho tiempo, joder, pues ahí andábamos siempre dudando de si estábamos siendo pecadores por quedarnos en el polo de lo útil o por preocuparnos por darle un poco más de calidad, por así decirlo, a nuestro trabajo. Sería autonomía repertorial, ¿verdad? Y joder, cuando ves esto, pues te alivia mucho porque dices, claro, si es que a la vez que atiendo lo útil tengo que atender lo autónomo, a la vez que huyo de lo engreído tengo que huir de lo servil, porque ninguno de esos dos polos me podría satisfacer. No es que la teoría del caos por sí solo se puede sostener, como os digo siempre, sino que lo que hay es un fluir, hay un devenir de unos polos a otros. Efectivamente, muy bien, entonces, el atractor de Lorenz describe teoría del caos, pero la teoría del caos no es como se podría pensar una teoría de los calcetines debajo de la cama de mis hijos y tal. La teoría del caos es una teoría que tiene que ver con la elevadísima variabilidad de los fenómenos reales en función de las condiciones iniciales. Y no siempre. Ese es el caso, ¿verdad? De hecho, el atractor de Lorenz se utiliza para describir sistemas, que llaman sistemas periódicos, que son sistemas que tienen unas pautas de orden, son sistemas ordenados, pero como siempre os digo, citando a Kaufman, al biólogo, son sistemas ordenados al borde del caos. Son sistemas periódicos, insisto, que no podemos decir nunca en qué punto exacto está el buclecillo, el artista o el elemento, pero sabemos que se mueve en este espacio. En esta especie de campo de tensión, ¿verdad? Son equilibrios inestables. Muy bien, Muñoz. Es lo que dijo Prigogine, que lo llamaba orden a través de la fluctuación. De hecho, fue un gran cambio de pensamiento, pues tanto químico como biológico, y al cabo hasta meteorológico, para entender que el mundo no se dividía en cosas absolutamente previsibles, cuadriculadas y estables y definibles. Y por otro lado, cosas que eran un caos en el sentido vulgar de la palabra, cosas que fueran absolutamente imprevisibles. No, error. La mayor parte de los sistemas vivos y sistemas físicos que conocemos son sistemas periódicos. Es decir, fluctúan, cambian, se están moviendo, pero lo hacen dentro de unas relativas pautas que nos permiten prever estadísticamente, que es una gran palabra de la física contemporánea, nos permiten prever estadísticamente por dónde se van a mover. ¿Vale? Y todo eso genera esta especie de geometría oposicional en la que yo estoy de alguna manera empeñado en acercar a la estética. ¿Vale? Efectivamente, el arte no es previsible como el tiempo tampoco lo es previsible, ¿sabes? No es previsible, ni siquiera los meteorólogos ahora se atreven a decir qué tiempo va a hacer dentro de tres semanas, sino que tal como nos alejamos, se habla de sistemas caóticos, porque una pequeña variación, el aleteo de una mariposa, puede modificar el resultado final. Un sistema caótico es literalmente un sistema altamente sensible a las variaciones de las condiciones iniciales. En el arte pasa justo esto. Tú empiezas a trabajar un cuadro y una pequeña variación, un accidente, una casualidad que te interrumpan y tal, puede modificar elevadísimamente el resultado final. Ahora bien, eso no quiere decir que cualquier... No quiere decir que cualquier cosa pueda suceder. Lo que nos enseña Lorenz, el atractor de Lorenz, es que todo lo que puede suceder, sucederá dentro de esta tipo de espacialidad. Todo es como si el atractor de Lorenz, de alguna manera, fuera la forma misma que tiene el espacio, el espacio de sucesos, quiero decir. Entonces, efectivamente, hay cosas que perduran, muy bien, Valdosa o Lladosa, hay cosas que perduran y cosas que se redefinen. De hecho, en este esquema modal, lo que perdura es lo necesario y lo que varía es lo disposicional, es lo posible. Y en el encuentro entre esos dos, en la tensión entre esos dos polos, es donde nos encontramos, ¿a que sí? Y en el arte de Cegarra veremos cómo hay, de hecho, vectores, como lugares a los que se va y se vuelve continuamente, dramáticamente, por ejemplo, si pensamos en el arte de Cegarra. Si pensáis en la historia del teatro o de la novela, pues hay algunos tópicos, algunos lugares a los que, inevitablemente, la imaginación acaba volviendo, pero lo hace disposicionalmente de modos diferentes. Esa combinación de estabilidad repertorial y variabilidad disposicional es la que constituye propiamente el estético diente. Por eso la estética es muy útil para entender esto. Deberían explicarles la estética a los meteorólogos y a los biólogos y a los químicos y lo pillarían mejor. ¿A que sí? Bueno, camaradas, nos hemos pasado nueve minutos de la hora final de la clase. Últimamente estamos un poco engreídos. Aquí no podemos modelar el atractor. Si os interesa esto, como parece el caso a alguno de vosotros, echadle una ojeada en la red. Ahí se pone el atractor de Lorenz. Os van a salir simuladores y tal súper chulos. Así que, bueno, cuando no sale Kant, enterad de todo. Bueno, meteremos a Kant en esta escala. Es que, además, si queréis saber si ha sido tuya, espinilla. Voy a cortar aquí y voy a prepararme la cena, que aunque no tenga niños, me voy a hacer la cena para mí. Autónomamente. Camaradas, que fluyan. Os veo la semana que viene y si no, nos vemos en los coros. Bueno, a ver si soy capaz de cortar esto.