Ex libris, no es bueno apretar el alma por ver si sale tinta. El papel sigue siendo el asesino, el asesino de ti, y quizás mejor que la sombra y que sus dagas por antiguas voces descalzas vayan. Por antiguas voces, muy lejos del número y sus cárceles, en genieblas olvidadas. Pero también pienso que con todo esto tal vez puedas hacer algún día un cuadernillo. Que con todo esto, rojos, nieblas y niños que se dicen adiós por las esquinas, quizás si puedas reunir unos ilegibles pedazos de diario para con paciencia surgirlos, tarde adentro, hasta que torpemente formen un libro hecho de pío. Y quizás sobre sus grises tapas de lluvia puedas suponer mi nombre antiguo. Y, justo debajo, las sabidas fechas de mi nacimiento y muerte. Y entonces mi nombre pequeño allí. Mi nombre, pobre, que no sé ya si da pena o si da risa, así grabado en unas tapas ante las que puedas abrazar las evaporadas siluetas de unos pistes fantasmas sentimentales que no soy, pero que los viejos papeles cercamente dicen que sí fui. Hospizal de inocentes. El papel en blanco jazgada. Jamás es solo el papel en blanco. Hablar de eso es hablar fácil, más no el decir, y es cierto, que la página en la soledad más profunda consumida es la vida sin versos o llena de los poemas que nadie, de los que eres tú, ha de poder escribir nunca. Porque puede quedarme un amor, una sombra y un olvido. Y más que eso ha de quedarme un modo de hacerme daño. Hasta el fin y en la noche un modo de afilar la puntería para eliminarme y perdonarme. Seguirme a través de la agotadora y muy extraña cacería en que soy arma, a la vez presa. Para una teología del insomnio. Minuciosamente sueño a Dios durante el día para por la noche poder creer que me perdona. Desde la culpa de no ser feliz, de no haberlo sido, desencuaderno mis ojos huecos y desóbrase que no dormir es un rastro del infierno. Manifiesto inicial del humanista. La causa de las palabras, que para nada sirven, o para vivir tan solo, es una causa pequeña. Pero si cada día sabes con mayor certeza que no sólo repudias las coronas, sino que cada vez te dan más asco. Si en verdad no quieres hacer de tu diálogo y nada inteligencia una prostituta mercenaria que venda sus pechos o su alma a cualquier hijastro del dinero o sí. Sencillamente. Poco necesitas y tan solo te importa soportar. Con dignidad la vida y sus tristezas. Mejor será que asumas desde ahora la inevitable condena de la soledad y del fracaso. Y que como luminoso o ciego abandono de esquellas a esa pequeña, muy ridícula causa ya te abraces. Que del todo lo hagas y que en tu habitación vacía las palabras del fuego sean ceniza. Que se asalten y persigan. Que tengan frío. En su noche a solas. Por decir tu nombre. Los trabajos y los días. Haber escrito tan en la sombra como para que quieta sangre sea la que duerma una obra. Haber escrito la sombra o haberla sido. Desde sus clausuradas ventanas haber dicho adiós las mismas veces que huérfana es la tierra. Vanamente haber hincado en el papel silencios que resultaron al fin no ser llaves maestras y que después de haber conseguido soportar así la vida. Procesiones de fracasos en las celarañas de la tinta. Ya muerto te publique algún poema, una desconocida revista de provincias y que entonces alguien los encuentre cualquier cosa. Que alguien los encuentre es un ejemplo. Francamente divertidos. Desde mi ventana oscura. La ciudad que nadie ve y es la más grande. Es en la que trabajan y están condenados a ser siempre iguales todos mis nadies. Escena. No soy yo. Hablábamos jinetes. Jinetes no sabíamos de quién. Jinetes quizá de nadie. Alguien tenía que enviar jinetes. Eso nos dijeron. Por eso los esperábamos. En calmar llagas con vendas de silencio matábamos el tiempo. Así esperábamos jinetes. Pero ya no esperamos. Porque en esto se nos fue la vida. Pueden reírse. En esta escena. Todo era un engaño. El teólogo disidente. No existe la muerte. No ha existido nunca. Aunque bajo su amenaza haya vivido el hombre en su mentira. No existe la muerte. No existe. Y si adivináis tras la luna el exacto rostro de la ausencia. Si con olvido miráis la pupila oscura de la espera entenderéis que no existe. Que de verdad no existe y que cómo iba a existir ella y qué nombre hubiéramos podido darle entonces a la luz. Fábula y signo. Como jamás habíamos pensado que Dios podía ser tan pequeño como para dudar de su propia existencia. Nos sorprendió encontrarlo con los dientes desnudos en las orillas del frío. Dichosos por saber que lo teníamos dentro. Lo tendimos al sol. Como si fuera una fiesta. Una mujer. Una mujer se hace así. Sobre las espinas del sueño. Con un ojo. Con un poco de luna y como escogida cárcel donde la luz se amanche. Una mujer se hace así. Y si no debería hacerse de un modo parecido. Solo un hombre podría llevar la dedicatoria. Supongo que por ser casi lo único que estaba abierto los domingos, en el acuario municipal que está en estos días derribando, habíamos pasado no sé qué desmesurado número de tardes. Y recuerdo cómo solo llegar nos dirigíamos a saludar a Tío Alfonso convertido en un besugo. Aquel besugo afable, exacto a él y que creíamos que, a la fuerza, tenía ya que conocernos. El tiempo del que hablo era entonces tan extraño que aún no se habían inventado esas modernas variantes de los parkings que creo que se llaman guarderías. Y si me esforzara podría de mañanas y tardes viajar una prolija geografía. La catedral y los paseos, la feria de Belénes y de libros, jardines cerca de las autopistas o autos de choque o museos infinitos. Calles, rosas y cuadros, probablemente más hermosos pero también un poquitín más aburridos que el besugo. Pero no me interesa y entonces no me esfuerzo. Porque más que eso son los pequeños y diarios infiernos que salpican lo que se dice una vida de familia. Ese modo de estar siempre un cazador oculto y fiero en casa y los insoportables ritos de la estupidez y de la histeria de los que muy pronto tuve que aprender a huir íntimamente. Para seguir viviendo. Lo que siempre recuerdo y lo que me hace pensar siempre que puede no haber modo más titánico de ganarse a pulso el cielo ni oficio más gravoso que el buen oficio de ser Marte y pensar también que cuando pienso eso mejor es que me calle si no quiero acabar enhebrando una con otra las cursilerías y más que nada estar convencido de que si algún día consiguiera cifrar en un cuarto, en media página, en cualquier otra imposible forma del tiempo o de la música alguna sombra de mi despedazada vida sólo un hombre podría llevar la dedicatoria. El día menos pensado Sabes que no soy amigo de juramentos ni promesas pero si me has oído decir con insistencia que el día menos pensado voy a procurar olvidarme la inocencia y la ternura sobre el mostrador de cualquier casa de imperio. Pero jamás conseguí entender ni etiquetarse, o así lo sospecho. Porque sabes que soy terco y mucho más en lo que concierne a mis defectos. Entre esos dos aún sigo viviendo. Es una lástima que no me hagan entrevistas. Casi con tan poco interés como provecho yo cursé simultáneamente dos carreras y aunque no sé si las acabé del todo o si las dejé en medio sí que recuerdo algunas cosas, sí que recuerdo, sí lo encantadoramente barato del café en sus respectivos bares y también a una amabilísima niña que me dejaba unos excelentes apuntes hechos con femenina alérgica que bondita. A esa niña recuerdo un leve sol se le hacía nido por el pelo más café y cerveza que nombres de incomprensibles asignaturas y por ser consciente de eso no pienso por enésima vez caer en mi habitual y un tanto cargante autocompadecimiento. Pues en esto sí que sé que más cierto que según qué esfuerzos es el hecho de que hacía las dos por la mañana y de que ante la grave duda de acuarir me quedaba en casa o en la natural prolongación que siempre han supuesto para mí las tascas y que ya desde el lejanísimo colegio mi única especialidad o profesión ha sido pero cuantísimas veces ya lo he dicho gastar horas en los bares o escribir de noche esas vergonzosas y poco sutiles formas ya se sabe de aburrir ser uno mismo y no hacer nada y como poco me interesaban las leyes y por otra parte siempre estuve convencido de que hay que ser completamente imbécil para pensar que se estudia la literatura aún más grave que se enseña. Tibiamente recuerdo que yo hice dos cargueras sin esperar ya desde el principio nada de ellas y tibiamente así el café tibias las atontadas que sacas y con mayor vivacidad en cambio la amabilidad antigua de esa niña aunque ahora no recuerdo si era cruciente o leve el duende Osor que sigilosamente quepaba por su pelo también que sobre estas estampas y sin pedir permiso siguió oscureciéndose la tierra y que como del cielo permítanme este inciso de joven quién se acuerda resulta que ahora no me hago idea de cuánto ha pasado de esto que les cuento pero sí que no sé quién soy o qué hizo de la persona que llevaba mi nombre el tiempo más aún así a veces soy pedante y pienso que es una lástima que no me hagan entrevistas pues ante la inevitable pregunta de qué espera ahora de la vida sin dudar un instante contestaría que si me fuera permitido encarnaría el personaje de aquel poema que escribí hace poco tiempo que escogería Dios, primavera o fortuna bien mediantes que desde luego escogería que de una vez por todas me dejaran vivir sólo entre mis defectos poética las cosas no sólo no son como son sino que ni siquiera son como parecen las cosas en general son como duelen capítulo 7 nunca fui un neurótico y si al final lo fui jamás tuve vocación de serlo así que si he hablado de túneles, balcones y otras despedidas pienso de un corazón a quien el recuerdo de ventanas carcomía no ha sido por una especial propensión hacia estas cosas sino porque se canta lo que se muerde y así palabra es sólo lo que ama y lo que duele y lo que pasa del mismo exacto modo que resulta vivir injusto o sufrir inútil más aunque se canta lo que se muerde algunas veces pienso que en vez de ir levantando acta de lo que con el tiempo va muriendo quizá debería haber intentado con nostalgias y fulgores construir unos tapices lo suficientemente amables como para que pudiera por ellos pasearse sin congojas la mirada pero a quién pueden interesarle las mentiras por la tarde gris escribimos los que escribimos lo que el tiempo nos permite y el corazón nos deja algunos para colmo decimos la verdad porque resulta más sencillo y da menos trabajo así he hecho varios cuentos en verso y con poemas algunas dolorosas novelas pero creo que si hoy hiciera otra sería una novela falsa porque ya no sería un desespero que no hacer me digo ahora el secreto consiste en no hacer no sea que si empezamos algo nos creamos importantes y cortamos el inútil riesgo de acabarlo también es verdad que luego pienso que es una lástima que me tome las cosas de este modo y estoy confundido unos minutos pero enseguida considero que hay gente sin ambición y que no puede esperarse gran cosa de un tipo que no ha leído a fernando pesoa ni tampoco el nombre de la rosa así navegó hundido por la tarde gris y muy tranquilo voy silbando mientras pienso que lo que está bien está bien y lo que no también canción con mis manos hacer de tu amor un lago y de algunas palabras ojos para mis barcos no sería sensato querer otro trabajo desde muy pequeño es la única esperanza que me queda el próximo libro lo haré con textos menores quizá alguien los convierta en cuy señores la industria del corazón un hombre decente que lección de exilios no puede llegar a ser capaz de padecer sin salir de su hogar sin salir jamás de casa romanche que es esa luz que tiembla amargue y me estremece cada tarde es santiago montovio de balanzó que traía el amor el humor y el dolor tenía que morir solo en verdad sólo murió pero al menos le lloro yo