Hola, buenas tardes. Bienvenidas a esta última jornada del curso El Feminismo Después de la Pandemia. Y vamos a comenzar las dos primeras sesiones que están dedicadas a la economía feminista o al ecofeminismo. Para comenzar la sesión tenemos ya con nosotros a Yayo Herrero. Yayo, muy buenas tardes. Hola, muy buenas tardes. ¿Cómo estáis? Muy bien. Encantadas de tenerte con nosotras y con la audiencia que nos lleva siguiendo toda la semana. En primer lugar, en nombre del Ministerio de Igualdad y del Instituto de la Mujer y de Beatriz Jiménez, nuestra directora, muchísimas gracias por participar y muchísimas gracias por buscarnos un hueco en una semana que sabemos que tienes un poquito ajetada. Muchísimas gracias por reservarnos este ratito para compartir con nosotras. Y como no quiero robarte más tiempo, si… Si me permites, para todas aquellas personas que no te conocen, te hago una pequeña presentación. Yayo Herrero, o Sagrario Herrero, porque para la mayoría la conocemos como Yayo Herrero, es antropóloga, ingeniera agrícola, educadora social y una de las principales voces del ecofeminismo. Actualmente es profesora de Educación Ambiental y Desarrollo Sostenible de la Cátedra UNESCO de la UNED. Su trayectoria investigadora se ha centrado en la crítica al modelo de desarrollo y producción capitalista como una amenaza para el planeta y la vida. Ha estudiado en la Universidad de Madrid, en la Universidad de Madrid, en la Universidad de Madrid y en la Universidad de Madrid. Ha sido coordinadora estatal de la Plataforma Ecologistas en Acción y directora de la FUGEM. Ha escrito libros de colectivos como Cambiar las gafas para mirar el mundo, La gran encrucijada y Petróleo. También es coautora del libro ilustrado Cambio Climático, en el que despliega una narrativa divulgativa para hacer inteligible el actual colapso ecológico. Y sin más, Yayo, tienes la palabra. Tenemos hasta las cinco de la tarde. Normalmente esta semana hemos dejado siempre reservados unos diez minutos para las preguntas que nos han ido llegando y de ecofeminismo y de ecología han llegado muchas preguntas, así que seguro que nos llega alguna más. Sin más, tienes la palabra. Gracias. Muy bien, pues buenas tardes a todas y soy yo la que agradezco la invitación. Para mí es un placer poder participar en esta formación, así que le agradezco enormemente. Un saludo para todas vosotras y en especial para Beatriz, que hace tiempo a Beatriz Jiménez, que hace tiempo que no la veo. Bueno, pues lo que vamos a compartir van a ser algunas reflexiones que nos permitan de alguna manera comprender o intentar comprender mejor el momento que estamos viviendo. Un momento que está directamente en estos instantes cruzado por toda la irrupción de la pandemia, como lo que desde la sociología podríamos denominar una especificidad. Una especie de hecho social total, es decir, un acontecimiento que no cambia absolutamente todo. Pero una pandemia que llega cabalgando sobre otras crisis que se interconectan, con las que de alguna manera se relaciona, sin las cuales o sin mirarlas no podemos comprender ese momento que estamos viviendo y por tanto lo que afrontamos y lo que podríamos hacer para tratar de revertir esa crisis. Yo quiero empezar planteando que desde una mirada ecofeminista y ecofeminismo no es más que un diálogo. Entre los planteamientos del movimiento ecologista y planteamientos del movimiento feminista, un diálogo desde nuestro punto de vista muy fructífero porque nos permite comprendernos como especie y comprender el momento que vivimos. Bueno, pues bien, desde las miradas ecofeministas podríamos decir, utilizo la metáfora, que estamos viviendo un verdadero momento de guerra contra la vida. Un momento en el que la economía, la política y la cultura hegemónicas diríamos que se desarrollan y transcurren, de espaldas a las bases materiales que permiten sostener la vida humana y también otras formas de vida, las vidas no humanas, pero centrémonos en este momento en la vida humana. Para poder argumentar, tendríamos que recordar que la vida humana tiene dos importantes dependencias que son absolutamente insoslayables, es decir, que no se pueden evitar. En primer lugar, somos seres radicalmente ecodependientes. ¿Qué quiere decir esto? Pues que nuestra vida transcurre e inserta en un medio natural, del cual obtenemos absolutamente todo lo que necesitamos para poder fabricar bienes y servicios que garantizan nuestras condiciones de vida. Algunos ejemplos podrían ser, por ejemplo, el agua. El agua es indispensable para la vida humana y para el funcionamiento de las economías, tal cual las conocemos, de la vida en su conjunto, pero el agua la fabrica, por así decir, el ciclo del agua, que es un ciclo natural que no depende de la vida humana, que no depende de su tecnología, que no depende de la economía. Sino que funciona con unas lógicas que son, por así decir, externas a nuestra propia estructura. Podríamos hablar de la producción de alimentos, donde obviamente mujeres y hombres campesinos cultivan alimentos, pero cultivos de alimentos que no se pueden producir si no existe polinización, si no existe la fotosíntesis, que vuelven a ser de nuevo procesos que escapan al control de los seres humanos y que de alguna manera incluso preexisten a la propia estructura humana. Hablaríamos de los minerales. Hablaríamos de los minerales, de la corteza terrestre, en fin, de lo que denominamos bienes fondos de la naturaleza, que es todo aquello con lo que interactúan nuestros metabolismo económicos y sociales para poder producir bienes y servicios. Estos bienes fondos de la naturaleza, la naturaleza en general tiene límites, límites físicos. Límites en lo que llamamos no renovable, que solo puede usarse hasta que se agota, en lo que llamamos renovable, que se renueva, pero se renueva a la velocidad. El metabolismo, digamos, del funcionamiento de la naturaleza y no de lo que le gustaría el metabolismo agrourbano industrial y límites en los sumiteros del planeta. En definitiva, que nuestro planeta Tierra tenga límites significa que nada puede crecer de forma indefinida sobre esa superficie que tiene límites y lo que nos encontramos son con modelos económicos, los que ha generado la economía convencional, que necesitan crecer de forma ilimitada. Para poder mantenerse en pie y crecer de forma ilimitada, extrayendo cada vez cantidades más crecientes de minerales, de energía, utilizando cantidades crecientes de agua o hectáreas crecientes de superficie de la Tierra. La imposibilidad de crecer ilimitadamente en un planeta que tiene límites físicos es lo que denominamos hoy crisis ecológica. Una crisis ecológica que viene marcada por el agotamiento y el declive del petróleo, del carbón, de gas natural, por el agotamiento o declive de otros minerales como el litio, el platino, el cobalto, el neodimio, el disprosio, que en este momento se pretenden utilizar para sustituir las energías fósiles por las renovables, para fabricar coches eléctricos o para acrecentar la economía digital, encontrándonos con el problema de que cuando vemos lo que la comunidad científica dice que queda en términos de reservas y todo lo que se quiera hacer con ello. En el marco de la industria lo que nos encontramos es que las cuentas no salen. O salen si el beneficio es solamente para unas cuantas personas, ¿no? Pero hablábamos de dos dependencias. Si la primera es la ecodependencia, la segunda es lo que denominamos interdependencia. Y esta viene dada, esto ha sido muy trabajado por el feminismo, viene dada por el hecho de que nuestra vida transcurre encarnada en cuerpos, en cuerpos vulnerables y finitos, en cuerpos que tienen que ser cuidados a lo largo de toda su existencia, pero sobre todo en algunos momentos del ciclo vital con más intensidad. Hablamos de la infancia, la primera infancia, donde las criaturas no sobreviven a sus primeros años de vida si nadie las cuida. Hablamos de la vejez. Yo creo que la pandemia nos ha permitido ver con mucha claridad y mucha dureza la vulnerabilidad tremenda de muchísimas personas mayores que han muerto en las residencias o que han enfermado en unas condiciones muchas veces de absoluto abandono. Hablamos también, por ejemplo, de algunas diversidades funcionales donde las personas no sobreviven cotidianamente si nadie acompaña las necesidades de sus cuerpos o de la enfermedad en la que caemos todo el mundo de vez en cuando. Lo que quiero decir con esto es que es obvio que nadie puede vivir en solitario, que no existe ningún individuo, ninguna persona que podamos considerar completamente autónoma, que pueda vivir sola, todos y todas. Somos interdependientes, vamos a necesitar cuidados en algunos momentos de la vida. Lo que sucede es que a lo largo de la historia y prácticamente en casi todos los lugares quienes mayoritariamente se han ocupado del cuidado cotidiano de los cuerpos han sido, son, somos mayoritariamente mujeres. No porque estemos mejor dotadas genéticamente para cuidar de los cuerpos vulnerables, sino porque vivimos en sociedades que denominamos sociedades patriarcales que asignan a las mujeres que nos ayudan a vivir en solitario. De forma no libre, diferentes roles sociales, diferentes tareas las imponen en función también del sexo que es asignado al nacer. De alguna manera lo que nos encontramos es que las mujeres mayoritariamente han adoptado o han asumido las tareas que tienen que ver con el cuidado de los cuerpos vulnerables en esto que algunas personas denominan sobre todo... Disculpad, pero se nos ha quedado... Se nos ha quedado congelada la señal. A ver si podemos recuperar... A ver si podemos recuperar a Yayo. Yayo, ¿tú nos oyes? Vamos a intentar volver a conectar con ella a ver si... ... social que garantice la interacción, digamos, con los bienes fondos de la naturaleza para la producción de bienes y servicios y que garantice también que se van a recibir los trabajos de cuidados necesarios y adecuados para cada momento del ciclo vital, ¿no? Desde ese punto de vista y considerando esta doble dependencia nos encontramos con lo que los ecofeminismos han denominado el enfoque de la sostenibilidad de la vida, ¿no? ¿A qué nos referimos con el enfoque de la sostenibilidad de la vida? Bueno, pues si reconocemos esa doble dependencia, lo que nos encontramos es con que para sostener la vida hace falta que las políticas, las economías y la cultura tengan como prioridad el sostenimiento de esa vida. No se sostiene sola la existencia humana. Hacen falta que las políticas, las economías y las culturas tengan como prioridad esa vida, ¿no? En el momento actual, la prioridad desde nuestro punto de vista de la economía... No es el mantenimiento de las vidas. Hay otras prioridades. Prefiero a la economía convencional y mayoritaria, a la economía capitalista. Hay otras prioridades. Estas prioridades están mucho más centradas en el crecimiento económico, la generación de beneficios y ambas cosas no tienen, y de hecho muchas veces no tienen por qué ir de la mano. Al transcurrir divorciadas hemos llegado a una situación de crisis, de crisis profunda. Por un lado tenemos... Lo que denominamos crisis de cuidados, ¿no? Que es esta dificultad para que muchas personas vean garantizada su necesidad y derecho de ser cuidadas y a la vez la imposición o la falta también de garantía del derecho de que haya mujeres que obligatoriamente no tengan que cuidar a quien no quiere. Esta crisis de cuidados viene marcada por el hecho de que cada vez hay menos tiempo para cuidar, de que las mujeres, con todo el derecho y en procesos que aún a pesar de techos de cristal o de solos pegajosos han tenido cierto éxito, han ocupado también el espacio del empleo remunerado con todo el derecho, mientras que los hombres mayoritariamente no han hecho el camino inverso, ¿no? Tenemos menos tiempo, los modelos de vida urbana han alejado enormemente los lugares en donde se dan las diferentes dimensiones de la vida humana, el trabajo es precario y muchas veces no atiende a la posibilidad de conciliar la vida humana, las tareas de cuidado, las tareas de reproducción cotidiana de la vida con el empleo y esto ha generado una profunda crisis de cuidados que ha sido de alguna manera solventada a través de dos mecanismos principales resumiendo y simplificando enormemente, ¿no? El primero de ellos es un mecanismo, digamos, de apoyo en el marco estrictamente familiar y es la aparición, bueno, pues de un montón de abuelas esclavas o de personas de la misma familia que empiezan a dedicar un montón de tiempo de trabajo, un montón de tiempo de su vida a cuidar de nietos y nietas, ¿no? El segundo mecanismo es un mecanismo de clase y es que hay familias que pueden permitirse pagar parte de ese trabajo de cuidados a otras mayoritariamente mujeres que venden su fuerza de trabajo para realizarlos, ¿no? En los trabajos muchas veces más desprotegidos, menos valorados, más despreciados del mercado laboral, ¿no? A pesar de que sean trabajos obviamente completamente imprescindibles. Tenemos también cerca el periodo del decreto de alarma y el confinamiento, ¿no? Y nos vimos con la sorpresa de a qué puestos de trabajo se le denominaban trabajos esenciales, es decir, los que no se podían dejar de hacer. Entre otros, nos encontramos que el trabajo de muchas limpiadoras, cuidadoras, empleadas domésticas, era un trabajo esencial que no se podía dejar de hacer y que, sin embargo, se realizaba, insisto, mayoritariamente por mujeres, mayoritariamente por mujeres emigrantes, en unas condiciones laborales absolutamente deplorables y de desprotección, ¿no? No solamente es una crisis de cuidados. Hablábamos al principio y quiero profundizar un poquito más de una crisis ecosocial, ¿no? Hablaba al principio del agotamiento de algunos recursos básicos como el petróleo o como los minerales, ¿no? Y quiero resaltar que la crisis económica, la crisis económica, la crisis económica, la crisis económica, la crisis económica, la importancia civilizatoria que tiene el haber topado con esos límites, por ejemplo, haber alcanzado el pico de petróleo. Vivimos en un mundo en el que podríamos decir que comemos petróleo. La producción industrializada de alimentos, la que sirve para abastecer sobre todo a los países enriquecidos, es una producción de alimentos completamente petrodependiente y energívora. Si vamos a cualquier supermercado y cogemos un petróleo, un bote de espárragos, es muy fácil que puedan venir de China o de Perú. Si cogemos un kilo de garbanzos, es factible que puedan venir de México, mientras que los que se cultivan en Toledo los pueden estar comiendo en Polonia. Lo que quiero decir es que el sistema alimentario, tanto en la forma de producir como en la forma de mantener los cultivos, de sembrar, de recolectar y también en los transportes que todas las baterías primas o productos agregados realizan a lo largo del mundo, no se sostiene si no se aplican cantidades ingentes de petróleo. Y de petróleo además que sea barato. Es más, pensemos por ejemplo en el modelo urbano. Pensemos en una ciudad como pueda ser la ciudad de Madrid, por ejemplo. En la ciudad de Madrid todos los días las personas realizan múltiples desplazamientos para poder acudir a sus puestos, a sus empleos, para las diferentes tareas que se realizan, para el ocio, para un montón de cosas. La comunidad de Madrid, por ejemplo, está formada por múltiples pequeñas ciudades entre las cuales la gente se tiene que transportar cotidianamente. Pero no solamente eso. A la ciudad de Madrid todos los días va y viene gente a trabajar desde Toledo, desde Segovia, desde Valladolid, incluso desde Cuenca. Y esto es posible porque existe toda una red de infraestructuras. Toda una red que va desde autopistas a radiales a trenes de alta velocidad que han permitido una especie de mutación antropológica también en el tratamiento del espacio. Y es que hemos pasado de medir el espacio en los kilómetros que separan dos puntos al tiempo que tardamos en recorrernos. Vivo a una hora de Madrid. Pero detrás de esa velocidad que nos permite trasladarnos hay obviamente energía fósil. Una ciudad como Madrid, en donde se dan todos esos desplazamientos cotidianos, resulta que en su interior prácticamente no produce nada que sirva para estar vivo. Ni el alimento que comemos, ni los minerales que utilizamos para sostener la vida, ni la propia energía que utilizamos viene del territorio de la propia comunidad de Madrid. Tampoco se quedan dentro la cantidad ingente de residuos que se generan cotidianamente, sino que tienen que ser sacados también con transportes motorizados para sacar las basuras, todos los residuos fuera del espacio urbano. Lo que quiero decir con esto es que una ciudad, sobre todo una ciudad grande, es insostenible si no hay energía fósil que la pueda mantener, que la pueda dinamizar, que la pueda hacer funcionar. Y hoy, por primera vez en la historia del planeta, más de la mitad de la población vive en ciudades. Más del 50% de la población mundial vive en ciudades. Algunas ciudades son unos tamaños descomunales. Tokio, 39 millones de habitantes. Ciudad de México, 20 millones de habitantes. Vemos toda la zona de Londres y su zona metropolitana. Zonas que están completamente cementadas, en donde no se puede producir nada de lo que sirve para sostener la vida y que dependen de que la energía fósil permita que funcione este metabolismo de entrada y de salida. ¿Por qué es un problema tan grande el del petróleo? Porque podríamos estar pensando, y de hecho hay algunos discursos que plantean que basta con sustituir el petróleo por otras fuentes energéticas, decimos renovables y limpias o incluso no limpias, como pueda ser la energía nuclear. Hay dos motivos fundamentales para pensar que no se trata solo de una simple sustitución del petróleo por otras fuentes energéticas. El primero de ellos tiene que ver con lo que llamamos tasa de retorno energético. Es obvio que para producir energía hace falta generar energía. Para poder sacar petróleo del subsuelo hace falta petróleo que maneje la máquina que hace el agujero y que lo saca desde el suelo. Pero pues el petróleo que se estuvo extrayendo durante la mayor parte del siglo XX, prácticamente hasta los años 80 del siglo XX, era un petróleo de tasa de retorno. Es decir, no hacía falta gastar mucho petróleo para sacar bastante petróleo. Es decir, la tasa de retorno estaba aproximadamente alrededor de 90. Eso quería decir que yo gastaba un barril de petróleo y por cada barril de petróleo gastado sacaba 90. Ese petróleo está agotado en todo el mundo y lo que queda es un petróleo que es el que llamamos ahora de buena calidad que tiene tasas de retorno que están alrededor de 15. Es decir, por cada barril de petróleo obtengo 15. ¿Y dónde está ese petróleo? Pues si decimos los nombres de los países nos van a sonar un montón. Siria, Libia, Venezuela, Irak, Irán... Son países que están cruzados por importantes conflictos, por guerras formales y no formales. Llamo guerras formales aquellas en las que media una declaración de guerra, hay la invasión por parte de los ejércitos como fue el caso de la guerra de Irak. No formales. Que tienen que ver con el uso de seguridades privadas al servicio de empresas de corte transnacional que extraen la energía y los recursos en países normalmente del sur global y que en esas dinámicas de extracción generan un proceso violento de expulsión o de enfrentamiento con muchas de las poblaciones locales, campesinas o pueblos originarios que viven en esos territorios. En los últimos años estamos viendo una escalada en la violencia sobre esos pueblos, pueblos del sur global que terminan en algunos casos incluso en el asesinato. Hay muchísimas mujeres al frente de esas luchas. Al frente de esas luchas en defensa de la tierra, en defensa de las comunidades, en defensa de los estilos de vida y bueno, podemos tener en la cabeza nombres como el de Berta Cáceres asesinada o el de Lolita Chávez o Francia Márquez afortunadamente supervivientes de interés. Hay muchos centros de asesinato que representan algunas de esas mujeres, muchas de ellas anónimas que están protagonizando esas luchas en defensa de sus formas de vida. El segundo motivo, digamos que el resto de fuentes energéticas, las que podrían sustituir al petróleo tienen tasas de retorno mucho más bajas. Un parque eólico en un buen lugar de viento tiene unas tasas de retorno que oscilan alrededor de 20-25. Eso quiere decir que gasolina, gasolina, gasolina, gasolina, gasolina. El equivalente a un barril de petróleo en fabricar es eólico y a cambio obtengo el equivalente a 20 o 25 barriles de petróleo. La solar térmica sería de 10, la solar fotovoltaica 15. Los mal llamados biocombustibles, cultivos energéticos en realidad tendrían tasas de retorno por debajo de 1 lo cual quiere decir que se pierde más energía de la que se obtiene. Es decir, el resto de fuentes energéticas. El modo alguno puede suplir lo que durante los últimos 50, 60, 70 años ha proporcionado el petróleo y que ha permitido construir este marco de economía mundializada y globalizada. La segunda causa por la que no se puede sustituir simplemente petróleo por otras fuentes energéticas tiene que ver con el hecho de que básicamente para poder fabricar placas solares o aerogeneradores hacen falta otros minerales. Que también son finitos. Litio, platino, cobre, cobalto. Minerales que también son extraídos fundamentalmente en países del sur global. Si escuchamos lo que nos está diciendo ahora mismo, incluso algunas veces algunos de los programas europeos incluso de corte estatal de reconstrucción post-COVID que nos encontramos pues la transición a las energías renovables. Pero también la transición del modelo de automoción. O la industria de automoción del coche de motor de combustión a coche eléctrico. Para fabricar coches eléctricos vuelven hacer a falta de nuevo todos estos minerales. El cobre, el litio, el platino, el neodimio, el disfrazio. También estamos escuchando una apuesta por la profundización de la economía digital o la robotización de la economía. Pero hace falta también minerales para construir robots y para construir ordenadores, pantallas, cableadas, etcétera. fibra óptica. Lo que quiero decir es que cuando miramos todo lo que la industria quiere hacer para hacer esas transiciones y los minerales que nos dice la comunidad científica que quedan en términos de reservas, pues resulta que las cuentas no salen. O salen si los beneficios son solo para una pequeña parte de la población de este planeta. Planteo esto con esta crudeza porque para superar, digamos, esa dinámica de barbarie y de profundización de las desigualdades, que no es que lo diga el movimiento ecologista del cual yo formo parte, sino que es lo que está adelantando la comunidad científica ya desde hace décadas, desde que en 1972, por ejemplo, se publicó el informe Meadows sobre los límites al crecimiento. Para superar todo eso nos tenemos que hacer profundamente conscientes de los límites físicos que existen. La situación de translimitación existe en el momento actual, que combinada con la dinámica climática obliga de forma clara a pensar en una reconfiguración de los metabolismo sociales. Es decir, lo que llamamos decrecimiento de la esfera material de la economía, es decir, el que la economía pueda funcionar con menos energía, con menos minerales, con menos superficie de tierra o con menos energía, no es un planteamiento político o incluso simplemente ético. Es un dato. Lo que nos dice la comunidad científica es que la economía va a decrecer materialmente, es decir, en el tamaño de su esfera, la que depende de recursos de la tierra, va a decrecer sí o sí, va a decrecer forzosamente. Y ya hay, como simplificando un poco, solo dos vías para asumir ese inevitable efecto de la esfera material de esta economía. La primera de ellas es una vía de la guerra, es una vía de la apropiación de recursos en otros lugares, es una vía que el politólogo Boaventura de Sousa Santos no duda en calificar de fascismo territorial. Si ahora mismo la valla que rodea la Europa rica, además de no dejar entrar a personas migrantes, no deja entrar ni energía, ni minerales, ni alimentos, ni productos manufacturados, la Europa rica no dura ni dos meses. Porque todos, absolutamente todos, los países que llamamos ricos, desarrollados, son países que tienen la característica de vivir con muchísimos más recursos de la tierra de los que existen en sus propios territorios. Si toda la población del planeta viviera como la media de una persona en España, nos harían falta tres planetas. Como la media de una persona noruega, cuatro. Como la media de una persona danesa, cinco. Como la media de una persona de Estados Unidos, casi seis planetas. Y tenemos uno y parcialmente agotado. Luego, la posibilidad de plantearnos y denominar desarrollo o cooperación a la extensión de nuestros estilos de vida materiales y nuestras formas de organizar la economía al conjunto del mundo es simplemente una fantasía, es una falacia. Y es inviable materialmente. Por eso, la opción es la segunda vía, desde mi punto de vista, la acción más deseable. Y eso significa recomponer nuestros metabolismo económicos ajustándonos a una serie de criterios. El primero de ellos sería lo que llamamos principio de suficiencia. Eso quiere decir aprender a vivir con lo suficiente. Con lo suficiente me refiero en términos materiales, vuelvo a insistir. Energía, minerales, superficie de la tierra. Y ese aprender a vivir con lo suficiente significa que hay personas que necesitan más. Sabemos perfectamente que hay personas denominadas, que están en una situación de la denominada pobreza energética, que le cortan la luz. Vamos, ahora no se la están cortando afortunadamente, pero hasta hace muy poquito, hasta antes de la pandemia, se les podía cortar la luz. Bueno, pues a estas personas que se les corta la luz, obviamente necesitan un mayor consumo energético. Pero hay otras muchas que sí podemos vivir con unos estilos de vida mucho más suficientes. Acompañando a este principio de suficiencia viene un principio, otro principio, que es el del reparto, el reparto de la riqueza. No me refiero solo a la riqueza monetaria, que también me refiero al reparto en el acceso al agua, el reparto en el acceso a los minerales, en el acceso al petróleo y el reparto de las obligaciones que comporta la riqueza. Y eso es lo que me refiero a la riqueza monetaria. Es decir, el reparto de lo que llamamos trabajo de cuidados entre hombres y mujeres, pero también entre personas e instituciones y también entre personas y, digamos, empresas o sector económico. Porque el sector económico, digamos, utiliza y explota el trabajo de cuidados, pero en modo alguno responde ni se compromete con él, digo, mayoritariamente, ¿no? Ese principio de suficiencia y ese principio de reparto, desde mi punto de vista, tienen que estar en el corazón de repensar las economías de otra manera, ¿no? ¿Y por qué? Pues porque en este momento, digamos, tenemos un problema importante a nivel de conceptualización de la economía que consiste en haber reducido el concepto de riqueza al concepto de precio, simplemente, ¿no? Dentro de nuestros modelos económicos consideramos que solamente riqueza o que solamente tiene valor económico aquello que puede ser expresado monetariamente. Pero eso genera un problema grande, porque no podemos ponerle precio al ciclo del agua, no podemos ponerle el precio a la regulación del clima, no le podemos poner precio a la fotosíntesis y a la polinización, o no le ponemos precio al trabajo que realizan mayoritariamente mujeres, de estas que se denominan amas de casa, que están disponibles durante 50 años de su vida, las 24 sentía, generando y realizando una producción económica que es la de la economía doméstica, ¿no? Y que por contra no recibe ningún tipo de reconocimiento, por contra no es ni siquiera denominada trabajo y que hace que estas mujeres cuando son mayores, si tienen derecho a una cierta protección económica, no es tanto por la reciprocidad que tiene la sociedad para con ellas por su aportación, sino porque mantienen un vínculo habitualmente el del matrimonio con la persona que sí que ha participado en la esfera mercantil. Esta reducción del concepto de valor a lo largo del precio, desde mi punto de vista, genera un montón de distorsiones. Distorsiona, por ejemplo, la noción de producción. ¿A qué se le denomina producción? Solo a lo que hace crecer la economía. Y razonamos sobre la producción y lo que se produce en términos estrictamente monetarios, es decir, de en qué medida inciden en el crecimiento económico. Estas producciones habitualmente no son valoradas ni revisadas desde el punto de vista de las necesidades que satisfacen. Por eso, por ejemplo, podemos denominar producción a la fabricación de armamento y llamamos producción al cultivo del trigo. Ambas producciones generan crecimiento económico en los mercados, que es medida en euros. Pero, sin embargo, si revisamos esas producciones desde el punto de vista de la necesidad que satisfacen, difícilmente podremos decir que usar lo producido, en el caso de una bomba, por ejemplo, satisface necesidades humanas, mientras que es obvio que usar lo producido, en el caso del trigo, incluso sin pensar en cómo haya sido producido, sí que satisface la necesidad de alimentación. Al medir estrictamente en términos monetarios, dejamos de razonar en términos de necesidades y llegamos a confundir las producciones que sostienen la vida con las necesidades humanas. Con las producciones que la distinguen. Llamamos a ambas producciones y las valoramos exactamente igual. Necesitamos, desde un punto de vista ecofeminista, transitar a economías que sepan capaces de discernir entre qué producciones sostienen la vida y qué producciones la impiden. Y para ello hay que hacer tres preguntas. ¿Qué necesidades hay que satisfacer para todos y todas? ¿Cuáles son, entonces, las cosas que hacen falta producir? Y, por último, ¿cuáles son los trabajos socialmente necesarios? Porque, aunque esté mal decirlo o sea feo decirlo en un momento tan complicado como el que atravesamos, hay trabajos que no son socialmente necesarios, que son socialmente indeseables, aunque las personas que realicen esos trabajos sean completamente necesarias y necesiten procesos de transiciones justas para poder desarrollar otras funciones diferentes y tener otros empleos u otros trabajos radicalmente distintos. El haber generado esta visión, digamos, de la economía reducida al crecimiento económico ha terminado alimentando en la sociedad, de forma mayoritaria, una especie de lógica sacrificial, puesto que lo sagrado es el dinero, puesto que lo importante es el dinero por encima del aire que respiramos, por encima del agua que bebemos o por encima del alimento que comemos, pues resulta que todo merece la pena ser sacrificado con tal de que las cosas se sientan bien. Y, por último, la economía crezca. Y, cuando digo todo, es todo. Merece la pena sacrificar el territorio, merece la pena invadir o someter otros países que viven en ellos para que la economía crezca, merece la pena cambiar las leyes y, digamos, precarizar los trabajos y vermar o fragilizar el derecho del trabajo para que la economía crezca, o merece la pena incluso cambiar leyes o propiedades. Yo recuerdo que, cuando se aprobó la ley Mordaza, algunos de los elementos, algunos de los argumentos que se daban era que en un país en el que había disturbios o problemas sociales no se generaban o no era un país en donde se alimentaran las inversiones y, por tanto, no hacía crecer la economía ni generaba puestos de trabajo. Es decir, basta amenazar con que no va a haber crecimiento económico o no se van a generar puestos de trabajo para que mayoritariamente asumamos decisiones. Hay situaciones que afectan a los cuerpos o a los territorios que van en contra de esa ecodependencia y esa interdependencia, que van en contra de esa sostenibilidad de la vida, pero que pueden, o nos ilusionamos con que puedan hacer crecer la economía. Esa situación de distancia, de desequilibrio entre las poblaciones del norte global y el sur global, la vamos viendo reproducida también dentro de nuestras sociedades. Antes del coronavirus, ya atravesábamos situaciones de tremenda precariedad. Atrasábamos la gestión de la crisis de 2008 con la enorme precariedad que supuso, con disminución de los salarios medios, con una dificultad mayor en poder acceder a una vivienda asequible, con dificultades para pagar la factura de la luz o incluso facturas como la del agua. Es decir, la precariedad ya no era una cuestión cultural, era una cuestión estructural que tenía un marcado sesgo de género. El análisis feminista de esa precariedad nos hablaba de elementos como la precarización mayor de las mujeres, como todavía la intensificación en mayor medida del trabajo de cuidado sobre las espaldas de las mujeres y marcada además con un carácter también que tenía que ver con la procedencia. Esa desigualdad acrecentaba de una forma brutal si además las mujeres no eran blancas. Es decir, este modelo termina generando una desigualdad que está atravesada por múltiples ejes de dominación. El eje de género, el eje de clase, la procedencia, digamos, la cuestión de la racialización, incluso la edad. Nos encontrábamos con un importante sesgo también en estas desigualdades que tienen que ver con la edad. Salir de esta situación, nos obliga, desde nuestro punto de vista, a pensar en transiciones económicas y políticas que requieren radicalidad. Nos dice la comunidad científica que ya no valen los discursos que se hacían en los años 80 y 90, que digamos que la idea que había en los años 90 de desarrollo sostenible, de paso a un sistema de crecimiento que pudiera ser sostenible, ya no es viable. La Universidad de Leeds decía en un estudio reciente junto con el ICTA que, por ejemplo, el acuerdo verde europeo es inviable físicamente. Hacen falta medidas que apuesten por ese decrecimiento de la esfera material de la economía. Esto es absolutamente crucial desde mi punto de vista mirarlo cara a cara y tenerlo en cuenta porque es perfectamente posible transitar a otros modelos diferentes. Pero esa transición a modelos diferentes necesita tener en primera línea la cuestión del reparto de la riqueza, del reparto de las obligaciones y la adopción de esos estilos de vida más suficientes, con más suficiencia. Y voy a utilizar adrede una palabra que se prostituyó mucho desde mi punto de vista en la crisis anterior, estilos de vida más austeros. A mí me da mucha rabia que se denominará austeridad a las políticas de saqueo. A las políticas de ajuste estructural que vinieron después de la crisis anterior y que precarizaron la vida precisamente de la gente más vulnerable. La austeridad es una hermosa virtud que ya Aristóteles recogía, que es aprender a utilizar prudentemente las cosas que se acaban, las cosas que se agotan. Cuando estamos hablando de austeridad en el uso de los recursos materiales, estamos hablando de aprender a vivir moviéndonos menos, estamos hablando de aprender a vivir consumiendo productos de temporada que hayan sido cultivados lo más cerca posible. Estamos hablando de aprender a vivir consumiendo menos cosas, insisto, siempre cruzado por la variable de la justicia. Obviamente en este momento ya se está produciendo una disminución o un aumento de esa mal llamada austeridad en los sectores más precarios. No nos estamos refiriendo a esto, nos estamos refiriendo a un modelo justo en donde se repartan también todas esas riquezas materiales. Esto requiere una disputa de la hegemonía económica, una disputa de la hegemonía política y una disputa de la hegemonía cultural. Cuando hablamos de disputa de hegemonía económica estamos hablando de reconfigurar un nuevo modelo de producción. La propuesta elaborada desde hace bastante tiempo por parte de movimientos como el movimiento ecologista o de movimientos como la economía social y solidaria, hablan de qué se podría producir, cómo se podría producir y por tanto no me voy a entretener mucho en ello. Voy a hablar más, muy poquito, de la disputa de la hegemonía política, en donde no me refiero a quién gobierne, que ojo, a mí no me da igual quién gobierne y me importa mucho. Pero lo que quiero decir es que el tipo de cambios que tenemos que asumir desde mi punto de vista son tan radicales, con tantos obstáculos delante, que incluso las personas que quieran asumir o que quieran poner en marcha medidas que resuelvan realmente las cosas y que estén en los gobiernos van a tener múltiples dificultades para hacerlo y múltiples obstáculos y, digamos, resistencias. En este sentido es en el que creo que hace falta una ciudadanía organizada, una ciudadanía que quiera y desee estos cambios. Necesitamos contar con ciudadanías informadas, que sean conscientes de los sesgos que los cruzan, las tensiones y las desigualdades, para poder o acompañar aquellas dimensiones de la política institucional que vayan en la buena línea o articularse para exigir y también poner en marcha de forma autoorganizada las alternativas. A eso me refiero con la disputa de la hegemonía política. Y la última sería la disputa de la hegemonía cultural. Decía Gramsci que un sistema se hace hegemónico no solamente cuando se ha adueñado del poder económico y político, sino sobre todo cuando se ha adueñado de la forma en la que pensamos. El capitalismo en este momento es sobre todo un fabricante de subjetividades. Ya no es solamente un sistema económico que fabrica bienes y servicios, sino que conforma anhelos, deseos, sueños, configura cuál es nuestra noción de bienestar, cuál es nuestra noción de vida buena, cuál es nuestra noción de libertad. Por tanto, determina cómo, qué queremos o cómo nos comportamos en el mundo a todos los niveles. En las relaciones personales, en las relaciones familiares, pero también como personas que compramos, consumimos y nos abastecemos y también como personas que terminamos eligiendo o comportándonos en comunidad de una determinada manera. Ahí creo que necesitamos realizar una importante disputa de la hegemonía. ¿Qué es la libertad en un marco, digamos, ecodependiente e interdependiente? La libertad no puede ser, digamos, las decisiones individuales que tomamos sin contar con otros y otras. Porque la libertad de tener lo que yo quiera puede ir construida directamente sobre la disposición de otras personas que no tienen los límites. ¿Qué es el derecho? ¿Qué son los derechos? Pues, de nuevo, tenemos que tener... Tener en cuenta esa dimensión de las relaciones, esa dimensión interrelacionada. Porque los derechos o lo que algunos sectores asumen como derechos, en modo alguno pueden estar construidos sobre, digamos, la disposición o la falta de derechos de otras personas. Lo que quiero decir es que tenemos que combinar de otra forma distinta un juicio, digamos, la singularidad con la parte colectiva. Es decir, por un lado, construir autonomías y proyectos autónomos de vida a los que tenemos que tener un acuerdo de libertad. Y, por otro lado, construir autonomías y proyectos autónomos de vida a los que tenemos derecho, pero sin perder de vista que los desarrollamos en un mundo que es interdependiente y que es ecodependiente. Y, además, está translimitado. Además, atraviesa una profundísima crisis ecológica. Creo que esto también nos obliga a pensar algunos de nuestras propuestas y de nuestros proyectos políticos desde una forma o desde un lugar diferente. Quiero terminar señalando que para mí, ahora mismo, hay un elemento que me parece crucial, que creo que forma una parte nuclear de las transiciones que necesitamos, y es la de entender y pasar de un modelo estrictamente individual a reforzar las ideas, la idea de comunidad. Insisto, con ese respeto a la singularidad de cada persona, pero una idea de comunidad. Creo que si nos jugamos el futuro y el presente, no nos vamos a quedar sin una idea de comunidad. Creo que si nos jugamos el futuro y el presente, no nos vamos a quedar sin una idea de comunidad. Creo que si nos jugamos el futuro y el presente, ya en algo, es en ser capaces de reinventar lo colectivo, de ser capaces de hacer cosas en común. Y, por tanto, lo común como principio político es, desde mi punto de vista, un eje articulador de estas transiciones que, en ningún caso, podrán dejar de mirar lo ecológico, en ningún caso podrán dejar de ser antipatriarcales, que en ningún caso tendrán o podrán dejar de afrontar ese racismo estructural y Esa mirada, digamos, estructuralmente colonial de nuestras economías para ser capaces de revertirlas. Creo que por ahí van un poco las reflexiones. Si alguna de las personas que estáis aquí quisierais que os proporcionáramos algún tipo de bibliografía, pues, por ejemplo, hay un libro como el de la Gran Encrucijada, en donde articulamos de una forma concreta una propuesta política y económica para hacer la transición a escala país, a escala España. Y hay otros materiales en donde podemos aterrizar un poco más el tipo de propuestas. Articular lo común y el cuidado como principio político también podéis seguir un poco, por ejemplo, en la intervención que hizo Amaya Pérez Orozco para el Congreso de los Diputados en la Comisión de Reconstrucción, donde se abordaba toda la cuestión del cuidado y de lo común como política faro o política palanca para ser capaces de transitar a un modelo diferente. Es decir, que si queréis o tenéis interés en que profundicemos un poco más, sí que podríamos proporcionar algún material o algún texto en donde las políticas y las transformaciones se aterrizan de forma más concreta, materializadas en medidas y prácticas que podrían ponerse en marcha. Y bueno, yo lo voy a dejar aquí para reservar esos 12 minutos que nos quedan para poder realizar algún tipo de intercambio. Por responder algunas de vuestras inquietudes. Muchas gracias. En el principio de suficiencia al que aludías a mitad de tu intervención, a nivel del principio de suficiencia material, hay alguien que pregunta cómo podemos individualmente ser conscientes y ser un ejemplo de ese principio de suficiencia. Y otra persona pregunta qué se puede hacer para conseguir que el mundo material pasara a un segundo plano, que creo que las dos están relacionadas. Muchas gracias, Yayo. Vale, muchas gracias. Bueno, pues a ver, el tema del principio, a ver, cuando hablamos de principio de suficiencia, la palabra clave es menos, ¿no? Menos referido a lo material. Lo que quiero decir es que no todo tiene que decrecer. Hay cosas que pueden crecer. El tiempo de relaciones, el tiempo de cuidados, pues yo qué sé, el sexo libre, miles de cosas pueden crecer, ¿no? Pero hay algunas que inevitablemente son las que tenemos que hacer decrecer. Me refiero... Energía, materiales, agua, incluso el tiempo de cargar. Me refiero sobre todo a mayoritariamente hombres, la propia capacidad de autocuidado sobre las espaldas, los tiempos también limitados de mayoritariamente mujeres. Esas son las cosas que hay que hacer decrecer. ¿Cómo podemos hacerlas decrecer? Y luego voy a hacer una salvedad, ¿no? Bueno, pues podemos, yo qué sé, a nivel de consumos básicos como el de la ropa. Podemos pensar en el tema de los viajes, cómo los hacemos y a dónde lo hacemos. Es decir, el planeta y la energía no da para la locura de los vuelos low cost al otro lado del mundo para pasar un fin de semana en la otra punta de Europa. Esos son el tipo de cosas en las que podemos trabajar, ¿no? Podemos pensar también en cómo alimentarnos con una dieta... Básicamente basada en los vegetales, consumir mucha menos carne, ¿no? Porque, bueno, no tengo tiempo de explicarlo, pero básicamente el consumo de carne tiene una incidencia brutal en las emisiones de gases de este planadero, en el uso de agua y también en el uso de tierra, ¿no? Es decir, están todas esas propuestas que podríamos tener en cuenta. Ahora bien, hay que tener presente, o yo al menos lo creo así, que las medidas estrictamente individuales se hacen muchas veces tremendamente complicadas y terminan teniendo mucha menos incidencia, ¿no? ¿Por qué? Porque si nos planteamos, por ejemplo, en una gran ciudad empezamos a ver de dónde vienen las cosas que comemos o empezamos a plantearnos, por ejemplo, comer alimentos de procedencia ecológica y cercana, nos podemos encontrar que si lo hacemos solas... Y tenemos que hacerlo tal y como están las cosas ahora. En un supermercado, por ejemplo, donde el kilo de tomates orgánicos cuesta cinco euros, al final lo que te encuentras es que prácticamente casi nadie puede hacer eso, ¿no? O, por ejemplo, podemos plantearnos no coger transporte motorizado, pero nos podemos encontrar con que hay, bueno, pues distancias que nos vemos obligadas a recorrer porque trabajamos en un lugar y no nos podemos permitir vivir... Con los precios de la vivienda, cerca de donde trabajamos, ¿qué hay que seguir haciendo, no? O tenemos dificultades o ausencias, digamos, carencias en el sistema de transporte público que no nos permite utilizarlo, ¿no? Por tanto, lo que quiero decir es que está fenomenal todos los esfuerzos estrictamente individuales que podamos hacer. Pero desde mi punto de vista, el planteamiento realmente transformador se realiza cuando lo hacemos colectivamente. Es decir, los grupos de consumo... ...que permiten acceder a alimentación de base ecológica a unos precios razonables y asequibles para todo el mundo, ¿no? El usar los medios de forma colectiva puede permitir reducir también el tema de movilidad. Articularte en una plataforma en defensa del transporte público y exigir a los gobiernos municipales o locales o regionales, digamos, que fortalezcan el sistema de transporte público... ...puede tener un efecto enorme. ...en esa mirada decrecientista, ¿no? Lo que quiero decir con ello es que cuando lo hacemos colectivamente y mucho más, cuando eso ha sido asumido dentro del marco de la política pública... ...las transformaciones sí que realmente tienen una repercusión intensa, digamos, en términos materiales. En términos de ahorros reales, de kilos y de toneladas de materiales o de emisiones de bases de efecto invernadero, ¿no? Lo cual no quita... ...para que toda la transformación personal que podamos hacer redunde en la colectiva al igual que la colectiva redunda en la personal, ¿no? Pero haciéndolo individualmente podemos caer en el riesgo de generar una especie de ecologismo para... ...voy a ser muy coloquial utilizándolo, ¿no? De pijo ecologismo. Es decir, que solamente se puede permitir personas que lo pueden pagar. No es la idea. Digamos que la clave va a ser precisamente cómo hacerlo con una fuerte perspectiva de clase. Porque si no, además, nos arriesgamos a un tremendo rechazo, ¿no? La movida de los chalecos amarillos en Francia no es más que el rechazo a una medida que pretendía ser ecológica... ...como cargarle un impuesto al diésel que recae mayoritariamente sobre las espaldas de la gente más empobrecida, ¿no? No es ese el tipo de transformación en que necesitamos activas dentro de una... ...mirada ecofeminista justa y crítica con el modelo capitalista pretendemos, ¿no? Y luego la transformación y el hacer de crecer o que sea menos importante el mundo material, ¿no? A ver, el mundo material es muy importante. Muy importante. Respiramos aire, bebemos agua, utilizamos energía, comemos alimentos que proceden de la materialidad de la Tierra, ¿no? Esa materialidad es crucial. Y esa materialidad es la que es invisible, sobre todo en nuestros modelos, y hay que ponerla en el centro del interés, ¿no? La materialidad, desde mi punto de vista, que tenemos que revisar críticamente, es esa materialidad que llama material al dinero. El dinero es una ficción. El dinero es algo, digamos, que es abstracto. Que no es ninguna riqueza en sí misma que te otorga capacidad de compra. Sobre la verdadera riqueza que es la que proporciona la naturaleza, ¿no? Y el trabajo de las personas. Por tanto, la clave es desplazar la mirada, no perderla, no digo que el dinero no sea importante, pero desplazar la mirada del mundo de los agregados monetarios y estrictamente de la mirada contable del dinero y ponerla en lo material de la Tierra. ¿Cuántos litros de agua utilizamos? ¿Cuántos...? ¿Cómo...? ¿Cómo ha disminuido los caudales de los ríos de la península ibérica, no? ¿Cuánta energía utilizamos y cuánta se extrae aquí? ¿Cuánta energía queda? ¿Cuántos minerales quedan, no? Esa preocupación es la que, desde mi punto de vista, hay que poner en el centro y desbancar o retirar el foco, al menos que no sea el único, el foco de la mirada estrictamente monetaria. Muchísimas gracias, Yayo. Gracias, Yayo. Un par de cosas, porque nos quedan... Bueno, podemos alargarnos un par de minutos, no pasa nada. Si tienes constancia, si desde Europa se va a exigir ciertos mínimos ecológicos en el plan de recuperación que se ha invitado que elabore cada estado con motivo de la pandemia. Y, por otra parte, ¿qué recomiendas especialmente desde esta perspectiva ecofeminista para el contexto español, por ejemplo, para la estrategia de descarbonización a largo plazo? 2050, que ahora mismo está en consulta pública hasta el próximo día 30 de septiembre. Bueno, a ver, probablemente la Unión Europea... Bueno, la Unión Europea tiene una legislación en materia ecológica, que es una legislación a la cual los movimientos ecologistas hemos acudido de forma constante, desde luego a veces para pleitear con los gobiernos o con algunas empresas, empresas grandes o pequeñas, ¿no? Y tiene una legislación insuficiente, pero un cierto desarrollo de legislación que yo creo que seguramente seguirá siendo tenida en cuenta, ¿no? Ahora bien, tenemos que tener en cuenta que la pandemia ha mostrado de forma clara una fragilidad brutal. O sea, si lo pensamos en frío, es tremendo que un parón de 15 días a la vez prácticamente, prácticamente en todo el mundo, un parón al principio de 15 días, ahora ya es más parón, ¿no?, pudiera hacer caer como un castillo de naipes todo el conjunto de la economía, que parece una cosa tremendamente sólida e inamovible y que, sin embargo, ha desvelado lo tremendamente frágil que es, ¿no? Y en este marco, lo que están intentando hacer todos los países de la Unión Europea, sobre todo los más fuertes, es recuperar rápidamente las tasas de ganancia de capital. Aquí nos encontramos con la diferencia... La diferencia que hay entre un capitalismo verde o un cierto marketing verde y medidas que realmente resuelvan el fondo de los problemas, ¿no? Yo antes comentaba que el IPCC, que es el Panel Intergubernamental de Cambio Climático, o las universidades, en este momento me vienen a la cabeza Harvard, Leeds, Elicta, de Barcelona, han venido planteando que la formulación del Acuerdo Verde Europeo es, digamos... no es físicamente viable, porque no hay recursos suficientes para hacerlo viable, ¿no? Esto no quiere decir que no haya una transición verde posible, la hay, pero el problema es que si la prioridad es mantener las tasas de crecimiento de las empresas, la prioridad no es garantizar las necesidades de las personas ajustándose a los límites físicos del planeta. Lo que quiero decir es que las constricciones, las medidas, las exigencias, en este momento y a la luz de lo que nos dice la comunidad científica, son insuficientes para resolver la magnitud del problema que tenemos. Un problema que, además, en el territorio del Estado español es especialmente apuciante, porque en términos de cambio climático, el Estado español es el territorio de Europa que se calienta doble de velocidad. Nuestro problema, si no hacemos nada, es de sufrir una relativamente rápida sagelización del sur y el este de la península. Un proceso de mediterranización del norte, es decir, la clave para nosotros van a ser las olas de calor que alteran, desde luego, la salud y las formas de producir alimentos y también la falta de agua. Luego, desde mi punto de vista, el asunto es insuficiente. ¿Qué está pasando con la legislación que se están poniendo en marcha? La descarbonización, la ley de cambio climático y demás. A ver, van en buena dirección. Nunca hemos tenido, digamos... Esfuerzos. Nunca habíamos tenido en los gobiernos anteriores, digamos, quitando algunas de las medidas que impulsó en su momento Cristina Narbona, como fue todo el tema de la ley de costas. Nunca habíamos tenido propuestas que fueran bien encarriladas y estuvieran bien enfocadas. Lo están, pero son insuficientes. El problema es que son propuestas que, en la ambición que tienen, hubieran sido estupendas para los años 90. Especialmente cuando se acababa de traspasar los límites físicos, digamos, de la biocapacidad de la Tierra y cuando todavía nos encontrábamos en riesgo o con la capacidad de no llegar a esos incrementos de grado y medio por encima de las temperaturas medias globales preindustriales. Pero en este momento ya no estamos así. Es que desde los años 90 que se planteó hasta aquí, la situación ha empeorado tremendamente y, por tanto, el tipo de medidas que hay que tomar son muchísimo más exigentes. Mucho más radicales. Es decir, es necesario construir escenarios de futuro de a dónde tenemos que llegar y desde ahí plantear las medidas que tienen que ser mucho más exigentes en descarbonización, en cambio de modelo energético, en cambio de modelo de transporte, en una ley de edificación que permita establecer rehabilitación energética, en un establecimiento de políticas alimentarias radicalmente distintas que permitan que nuestro sistema alimentario no sea un sumidero de gases de efecto invernadero. En un cambio en los modelos de ciudad, sobre todo los modelos de ciudad radical, transporte. Es decir, todas esas lógicas, todas esas leyes tienen que ir cambiando, pero con un nivel de ambición muchísimo mayor. Muchas gracias, Yayo. Te doy la palabra a Teresa Sansegundo, es la directora del Centro de Estudios de Género de la UNED y lleva acompañándonos toda la semana porque nos ha ayudado en la organización de este programa. Muchas gracias por tu exposición, me ha gustado mucho y yo creo que ya que estamos en el activismo hay que acabar dando alguna noza porque cuando se dice que hay que hacerlo desde el nivel colectivo, sí, por supuesto, pero yo creo que cada día tomamos infinidad de decisiones. Esto es una responsabilidad social, colectiva y una responsabilidad personal. Y yo creo que esto es un cuestionamiento que tenemos que meternos para todo, desde lavarse los dientes y cerrar el grifo constantemente, el ir a comprar y, como has dicho tú, coger todos estos de la zona, etcétera, etcétera. Entonces, animar a pensar cada decisión. ¿Cuántos tomamos? ¿Cuántos tomamos al lado del día? Totalmente. De hecho, ser seres responsables y hacernos responsables es lo único que nos da capacidad de agencia para cambiar las cosas. Es decir, la delegación absolutamente de todos los aspectos de la vida cotidiana, si los delegáramos estrictamente a la política pública, lo que estamos definiéndonos es como seres irresponsables, que no irresponsables en plan peyorativo, sino al ser seres responsables no responsables, seres que no tenemos capacidad de agencia o capacidad de cambio. Luego, por tanto, esa transformación personal, que desde mi punto de vista es más fácil hacerla cuando lo haces con otras personas, es absolutamente crucial para poder cambiar. Muchísimas gracias, Teresa. Gracias a ti. Muchas gracias, Yayo. Si me permites una última pregunta, dice, para la transformación necesaria que indicas como gestora pública, entiendo la necesidad. ¿Cómo se puede implantar de manera transversal la perspectiva ecofeminista en las estrategias y planes de políticas públicas en todos los sectores? Tomo nota de tu oferta de herramientas y materiales para poner en marcha esa transformación, pero si te fuera posible, por favor, danos dos o tres pautas para poder llegar con fuerza a la propuesta. Y con esto… Vale. Mira, yo creo que hay una… A mí, por lo menos, me ha gustado muchísimo como herramienta y yo creo que es una buena manera para pensar. Yo he trabajado… Yo he trabajado en un proyecto de consultoría hace muy poquito con una administración de una comunidad autónoma para repensar todas estas políticas desde este plano y la hemos utilizado y yo creo que es útil. No sé si conocéis el libro este de Kay Reitbord, que es una economista que ha trabajado para Oxfam, que el libro se tituló La economía del donut, pero también lo encontraréis con el nombre de La economía de la rosquilla. ¿Por qué? Porque utiliza una metáfora que es un instrumento, desde mi punto de vista, bien interesante. Ella dice, tenemos un suelo, un techo ecológico que teóricamente no podemos superar, un techo ecológico que viene marcado por la disponibilidad de agua, de minerales, de petróleo, por las emisiones de gases de efecto invernadero, por los ciclos naturales. Pero dentro de ese círculo hay otro círculo interno que viene marcado por… Un suelo mínimo de necesidades, ¿no? Dentro de ese círculo se enmarcan una serie de necesidades que si no están cubiertas no podemos decir que sea posible una vida buena, ¿no? Y ya lo que dices, entre ese suelo mínimo de necesidades y ese techo ecológico hay una especie de espacio, un rosco, donde es posible diseñar formas de vivir en común que puedan ser sostenibles. A partir de esa metáfora, lo que han desarrollado es un instrumento que permite medir y colocar las políticas públicas, digamos, desde ese enfoque que yo diría que es ecofeminista, con algunos retoques que hay que hacerle, pero que me parece que es un enfoque muy útil. Por ejemplo, Ámsterdam, dentro de su plan de reconstrucción, ha adoptado ese enfoque y entonces está trabajando sobre cuáles son las necesidades mínimas para todas las personas. ¿Cuál es el techo de emisiones o de gasto energético que sería razonable tener? Y, por tanto, está ajustando toda la política pública entre esos dos límites, el que hay por debajo y el que hay por arriba, ¿no? Dicho así, suena bastante abstracto, pero si lo miráis en las aplicaciones que se están haciendo, que se están aplicando ya en bastantes ciudades, te da la pauta para poder establecer todo un sistema de indicadores que te permitan medir qué políticas. Están en la buena línea, cuáles se te escapan o por arriba o por debajo y, por tanto, te da herramientas para poderlas colocar, ¿no? Esto no quiere decir que sea sencillo, porque el problema es que reacomodar nuestros modelos económicos en este momento tiene la dificultad de repensar cosas que están muy engrosadas. Es decir, un país que tiene un enorme monocultivo del turismo, que es muy insostenible y que, además, se… Cuando no se desploma por pandemias, va a ir teniendo importantes dificultades por temas de declives energéticos. Claro, tú no puedes decir fuera el turismo, así por las buenas, sino que tienes que ir pensando cómo va reacomodando eso poco a poco y estableciendo planes. Yo creo que ahora mismo la planificación, sobre todo en la institución pública y en la gestión pública, es muy importante. Nos encontramos con el escollo de que son planes que requieren aplicaciones a 15-20 años. Cuando los… En los tiempos de las elecciones son tiempos de cuatro años, ¿no? Es decir, cómo trabajar para establecer mínimos consensos que puedan ser asumidos, digamos, por personas de diferentes colores políticos en un momento de polarización tan violenta y tan brutal como la que tenemos ahora, ¿no? Es decir, es un buen instrumento desde el punto de vista de la planificación y de la economía y de lo matrimonial. Pero tiene toda la dificultad de cómo conseguir el contexto político para hacer que esos diseños y esos instrumentos se puedan prolongar en el tiempo, ¿no? En cualquier caso, yo… Vamos, si cualquiera de las personas que estáis aquí, mi correo es yayoherrero.es y estaría encantada de lo que yo sepa y muchas cosas que no sé. Si os puedo proporcionar algunas de las cosas que conozco que sé que se están haciendo de estas herramientas, bueno, pues estaría encantada. Muchísimas gracias, Yayo. Ha sido un placer escucharte. Estoy segura que algún correo vas a recibir porque hay muchas personas interesadas en seguir profundizando, pero lamentablemente nos quedamos sin tiempo. De nuevo, en nombre de la UNED, del Ministerio de Igualdad y del Instituto de la Mujer, de verdad, muchísimas gracias por tu tiempo. Gracias a vosotras. Un abrazo. Y nada, ahora os informamos… Esperamos que en cinco minutos, a las cinco y cuarto, comienza la siguiente sesión con Vanessa Álvarez y Lolita Chávez, llamada Teoría y praxis ecofeministas para tiempos de transición ecológica. Así que en cinco minutos volvemos. Muchas gracias a todos.