La gritería de trescientas ocas no te impedirá, Silvano, tocar tu encantadora flauta, con tal de que tu amigo el ruiseñor esté contento de tu melodía. Esta cita, procedente de las palabras liminares que Rubén Darío escribiera a manera de prólogo a prosas profanas, muestra algunas de las claves de su quehacer lírico. La distancia hacia el criterio y el gusto artístico burgués, la plasticidad de los símbolos y de las metáforas, la acronía y la referencia a la música como principio de ordenación de la naturaleza y el cosmos. El modernismo surge en América Latina como una reacción ante el positivismo en filosofía y ante el naturalismo en literatura. El positivismo, con su empirismo y su negación de la metafísica y de cualquier clase de religiosidad, imponía una visión plana que condenaba cualquier atisbo de idealidad en la existencia. Por su parte, el naturalismo literario, al considerar la vida humana como un producto de la herencia biológica y del medio ambiente, llegó con el transcurso del tiempo a anquilarse en una perspectiva determinista y cerrada acerca de lo real. El consiguiente vacío espiritual quiso colmarse con un culto al materialismo, contra el que reaccionaron los poetas. Baudelaire, por ejemplo, definió así al nuevo tipo de hombre apologeta del progreso, un pauvre homme américanisé par des philosophes zoocrates et industriels, en contraposición con una filosofía civil. La filosofía científicista, analítica y disgregadora, que se estimó desesperanzada, quiso construirse un arte basado en una cosmovisión analógica, de estirpe romántica. La idea de la simetría del universo volvía agradable el mundo. A la contingencia natural y al accidente quisieron oponer la regularidad. A la diferencia y a la excepción contrapusieron la semejanza. El mundo ya no es un mundo. El mundo ya no sería un páramo regido por el azar, el capricho o la energía ciega de la violencia. Lo gobernaban el ritmo y los perfiles bellos y armónicos. Como dijera Octavio Paz, la analogía es el reino de la palabra como, ese puente verbal que sin suprimirlas reconcilia las diferencias. La analogía parece lo mismo entre los primitivos que en las grandes civilizaciones del comienzo de la historia. Reaparece entre los platónicos y los estoicos de la antigüedad, se despliega en el mundo medieval y ramificada en muchas creencias y sectas subterráneas, se convierte desde el renacimiento en la religión secreta, por decirlo así de occidente, cábala, gnosticismo, ocultismo, hermetismo. En poesía, la mirada analógica se tradujo en la idea de correspondencia de todas las artes. Rubén Darío quiso crear una lírica que condijera con todas las manifestaciones artísticas. En un texto titulado De Cachul Mondés, Parnasianos y Decadentes, el poeta nicaragüense afirmó «Creen algunos que es extralimitar la poesía y la prosa, llevar el arte de la palabra al terreno de otras artes, de la pintura verbigracia, de la escultura, de la música, no, es dar toda la soberanía que merece al pensamiento». En primer lugar, la poesía de Rubén Darío guarda una estrecha relación con la pintura. En los versos del nicaragüense hay referencias a pintores como Jonontuana Guató, Nicolás Poussin, Gustave Moreau, Aubrey Beasley, pero también a la pintura pre-rafaelita, al movimiento Art Nouveau o a maestros más antiguos como Goya, Velázquez o Da Vinci. El propio Darío fue un crítico de arte y escribió mucho sobre pintura. Habló de creadores españoles como Nicolau Raurich, Joaquín Sorolla, Alberto Alcalá, o Santiago Rusiñol. Escribió sobre pintores chilenos como Alfredo Valenzuela, Pedro Lira o Alberto Orrego y discurrió sobre la obra de artistas francófonos como Henri Degru, Eugène Carrière o Harry Renaud. En azul, el homenaje a la pintura es evidente. La parte del libro titulada «En Chile» contiene epígrafes tan sugerentes como «En busca de cuadros», «Aquarela», «Paisaje», «Agua fuerte», «Un retrato de Guató», «Naturaleza muerta» o «Al carbón». Darío mismo explicó en su libro «Peregrinaciones» el influjo que la pintura ejercía en su sensibilidad de artista. «Rodeado de un mar de colores y de formas, mi espíritu no encuentra ciertamente en dónde poner atención con fijeza. Sucede que cuando un cuadro, os llama por una razón directa, otro y cien más os gritan las potencias de sus pinceladas o la melodía de sus tintas y matices, y en tal caso pensáis en la realización de muchos libros, en la meditación de muchas páginas, mil nebulosas de poemas flotan en el firmamento oculto de vuestro cerebro, mil gérmenes se despiertan en vuestra voluntad y en vuestra alma, en vuestra ansia artística». El poeta nicaragüense Carlos Martínez Rivas estudió la influencia fundamental de tres pintores, dos franceses y un inglés en Rubén Darío. De Gustave Moreau aprendió la fascinación del color y más aún de la luminosidad. También captó la suntuosidad y la predilección por la orfebrería. De Aubrey Beasley le inspiraron sus perversas sofisticadas y oscuras. Sus demonios, monstruos, pierrots, mariposas y damas carnívoras. Sin embargo, el referente principal fue el francés Jean-Antoine Watteau, que es el pintor representativo de la Francia Rococo. De él toma la idea de felicidad al alcance de la mano, el concepto de placer y de sensualidad. En lo que respecta a la técnica, de Watteau aprende un determinado impresionismo y la creación de ambientes vagarosos. De él proviene también el género de la fête galante. Se trata de asambleas de amor en minúsculos y cerrados boscajes de los que gustará enormemente la lírica dariana. En lo que concierne a prosas profanas, el ascendiente de lo pictórico es patente en el uso del color, que contribuye no sólo a embellecer los poemas, sino que adquiere en muchas ocasiones un estatuto simbólico. Así, la rosa de oriente o el blanco azulado del loto representan la belleza decadente oriental. El color morado del crisantemo se asocia a la melancolía. El azul es el ideal. El amarillo y el rojo, los colores de España, simbolizan la luz y la sangre, la pasión. El color de la luz es el color de la paz. El color dorado representa la aristocracia, la elevación del espíritu. El negro encarna el abismo sensual y el blanco del lirio o del cisne es comprendido como la pureza, el color total, el concepto de analogía de todas las cosas que se responden a través de la hermosura. En prosas profanas hay un poema marina que es una plasmación lírica de un cuadro de Watteau, el famoso Poursiter de 1717. Darío logra transmitir en este texto el colorido tenue de la anochecida y a la vez, como ocurriese en el lienzo, logra hacernos llegar la paradoja de una partida hacia la isla de la dicha, marcada no obstante por una punzada de inquietud y de desasosiego. Ahora bien, el poema donde mejor puede estudiarse la pujanza de la pintura en prosas profanas, es probablemente Sinfonía en gris mayor, cuyo título rememora la Sinfonie en blanc majeur de Théophile Gauthier. Se trata de un texto que puede ser comprendido como un falso contrapunto pictórico. En un primer plano aparece una marina descrita a través de la figura de la éxfasis, el mar como un vasto cristal azogado Refleja la lámina de un cielo de zinc. Lejanas bandadas de pájaros manchan el fondo bruñido de pálido gris. El sol como un vidrio redondo y opaco con paso de enfermo camina al cenit. Englutida dentro de la inmensidad oceánica aparece la figura de un marinero que podría aportar una nota de vivacidad a la grisura ambiente. Sin embargo, no es así. Tanto el humo del tabaco que envuelve al hombre como su ropa o sus cabellos y sobre todo su actitud desconsolada lo asimilan al paisaje. Estamos ante un hombre que en su vejez hace balance de su vida y se da cuenta de que su existencia a pesar de los diferentes escenarios en que transcurrió ha estado marcada por un destino vago, lejano, brumoso. De este modo, toda posibilidad de contrapunto de colores se esfuma y tanto lo físico como lo espiritual aparecen signados por la melancolía ya todo lo envuelve la gama del gris dejándonos la impresión de un poema perfecto donde se conjugan de manera sobresaliente el elemento lírico y el pictórico. Asimismo, la lírica se coliga constantemente con la música en prosas profetas. De la musique avant toutes choses decía Verlaine. Incluido el título de este libro tiene un sentido que no es el usual. Prosas nombraba unas secuencias musicales que solían cantarse o recitarse en las misas católicas después de la epístola. Como ocurría en el Renacimiento y en la filosofía neoplatónica, en la sensibilidad ariana el universo se concibe como un todo armónico que posee una particular cadencia y el hombre es un microcosmos que se compadece con el movimiento de las esferas celestes. Ama tu ritmo y ritma tus acciones bajo su ley, así como tus versos. Eres un universo de universos y tu alma una fuente de canciones. La celeste unidad que presupones hará brotar en ti mundos diversos y al resonar tus números dispersos pitagoriza en tus constelaciones. En esta obra el léxico de la música está constantemente presente. Esto es claro en un poema como Era un aire suave donde aparecen términos como violonchelo, lira, madrigal, orquesta, coro, pavana, gabota, violín, teatro, teclado, estacati, fuga, canto, minué o compás. Por su parte, Rocío Oviedo propone atinadamente que el coloquio de los centauros es una verdadera ópera. En ella se escucha el preludio como suele ocurrir en las de Wagner. Antes de la aparición de los centauros oímos la música, las liras a las que se une el caracol sonoro y las voces de las sirenas. La idea de la música es que la irrupción de los centauros añade a la orquesta los instrumentos de percusión, tambores y timbales porque van en galope rítmico. Una vez en escena los centauros comienzan a hablar por lo que se inicia el libreto de la ópera. En otro texto titulado Canto de la sangre reina la sinestesia como en tantas ocasiones en prosas profanas. De esta suerte el sonido que es un principio neutro y carece de significado o contenido se asocia sin embargo a diferentes imágenes y escenas. La melodía proveniente del clarín evoca la animosidad de la lucha fratricida entre Caín y Abel. El órgano recuerda la angustia ligada al martirio de Cristo. La violencia que conlleva la impartición de justicia se asocia a la monotonía del tambor con sordido y la estridencia de las vidas rotas pide el organillo. La música se compone de repeticiones y de variaciones. En prosas profanas las reiteraciones se logran a través de la rima y aún de la presencia de rimas interiores y tiene asimismo lugar por medio de recursos retóricos de repetición como la anáfora, el paralelismo, la sanadiplosis y las epanadiplosis entre otros. Contrariamente, la variación se logra gracias a la fluidez rítmica. Recuérdese que Darío trabaja en este libro con 37 metros diversos en 136 tipos de estrofa diferentes. Debe advertirse también que el bate nicaragüense se sirve en esta obra de un verso regular silábico que privilegia el cómputo y la idea, pero que también resucita en muchos poemas la versificación acentual. Con ello pretendió Darío recuperar la música característica de la poesía grecolatina. En la sonatina, por poner un ejemplo de entre muchos, estamos ante una composición donde los sextetos están formados por versos alejandrinos con cesura tras la séptima sílaba. Si convenimos con Navarro Tomás en que hay dos sílabas en anacrusis, podremos entonces reconocer la predominancia del ritmo dactílico, de forma que los hemistiquios estarían articulados por dos pies, un dáctilo y un troqueo en la mayoría de las ocasiones, aunque también puede darse la presencia de un troqueo acompañado de un jambo, La danza como corporización de la música está también muy presente en un poema como Era un aire suave, donde la bella Eulalia baila graciosamente un minué. Este texto es un ejemplo magnífico de la interartisticidad de la que se ha venido hablando hasta aquí. En él la lírica se fusiona con la música, con el canto, con el baile, con la pintura, en paralelo con las fêtes galantes de Watteau, con la escultura, pues se habla de estatuas en honor de divinidades grecorromanas como Término, Diana o Mercurio, o con la arquitectura palaciega. Tanto la escultura como la arquitectura, en su pretensión de eternizar la sustancia estética, inciden en el concepto de acronía. Todo se corresponde y se armoniza, todo se unirá, se junta, todo amplifica y glorifica la idea de belleza en este libro de Rubén Darío. Habrá que aguardar hasta cantos de vida y esperanza para que la ironía y el sentimiento de finitud y de muerte comiencen a roer los cimientos de esta cosmovisión analógica. ¡Gracias!