El definiente de hoy es Paula Izquierdo González de Mendoza. Paula es la creación, en el sentido de, en fin, la autora, la creatividad, fundamentalmente, no digo que los otros, porque los otros también han escrito, ¿no? Pero, en fin, no de una manera exclusiva, aunque también tiene responsabilidades mayores o menores de gestión cultural, puesto que pertenece a la directiva de la Asociación de Escritores. Pero, en fin, ella es fundamentalmente una escritora que ha sido premiada. Por la UNED, en concreto, con el premio de narrativa breve del año 2000, por una obra cuyo título es Sin prisa, que no sería muy aplicable al Parlamento Europeo, porque aquí estamos continuamente de reunión en reunión, pero en fin. Y tiene un buen número de novelas que conforman el núcleo esencial de su obra, entre ellas está La vida sin secreto, todo es contradictorio, porque en fin, La vida sin secreto no existe, como todo el mundo sabe. Y el hueco de tu cuerpo, bueno, esto lo podemos discutir un poco más. Cartas de amor salvaje, bueno, y fundamentalmente, en fin, la última de sus obras publicada este año, no diríamos que es una obra nominalista, no nos remite a Ockham, entre otras cosas porque el título es El nombre no importa. Y ahora la palabra es tuya, durante un periodo de tiempo, en fin, razonablemente, pues en cuarto de hora, veinticinco minutos, algo por eso. Bueno, haré lo que pueda. Buenas tardes a todos, estoy encantada de encontrarme en el Parlamento Europeo, muchísimas gracias de verdad a la UNED. Y muchísimas gracias al Instituto Cervantes, a los dos. Les debo mucho de mi trabajo y de mis actividades culturales. Yo cuando me propusieron esta conversación, desde el punto de vista del autor, me pareció que la mejor manera de justificar la relación de la cultura europea con mi escritura era explicarles mi poética. Y eso es lo que he preparado. Para que entiendan cómo y hasta qué punto influyen tantos escritores europeos en mi forma de escribir y de entender la literatura. Como digo, mi conferencia se centrará en una breve reflexión, si se oye bien, ¿no? Sobre lo que yo entiendo por... Es este, ¿no? Los dos, los dos. No te preocupes. Bueno, ahora se me va a ir en... Bueno, en fin. Se trataba de hablar de mi poética y cómo se ha modificado a lo largo de los años la forma de entender el mundo desde la aparición de la primera novela moderna, que es El Quijote. El filósofo y ensayista español José Luis Pardo afirmaba hace unos meses en un periódico –y esto viene muy bien con respecto a lo que acabas de comentar, Enrique, sobre Masip– que la sociedad que pierde el gusto por la ficción pierde también el gusto por la realidad. Pues, según Pardo, los dos no constituyen más que un solo y único sentido. ¿Quién puede considerar la ficción como un intento de dar respuesta a la realidad? La ficción no es aquel lugar donde uno puede dejar volar la imaginación, ¿Suspender la razón y escribir al ritmo de una creatividad desenfrenada? Me gustaría rebatir en cierta medida esta idea, o al menos crear en el auditorio alguna sombra de duda respecto a que los escritores, tal y como yo los concibo, son o deberían ser entomólogos de la realidad. Ya que sólo así, indagando, explorando, analizando la experiencia propia o ajena y traduciéndola en palabras, se puede dar sentido al hecho de escribir. La imaginación no está en la escritura, sino en la mirada. La literatura es una forma de conocimiento donde el lenguaje se convierte en experiencia y la experiencia en lenguaje. Este intercambio es la única fórmula que me permite concebir la creación literaria. Hay que saber mirar las cosas, hay que traducir la realidad en palabras. Se conoce para conocerse. Realidad es todo aquello que está antes y alrededor del texto. Texto constituye la suma de estímulos, influencias o efectos que arroja la decisión de ponerse a escribir, desde la memoria personal a la colectiva. pasando por todas las formas de enfrentarse a lo que llamamos mundo. El talento artístico implica la estilización de la experiencia. La selección, jerarquía y síntesis de acontecimientos son formas de acceder a ese resultado final. Cuanto mayor es este trabajo en la doble dirección de la experiencia y de la forma, mayor será y es su potencia expresiva. Escribir supone el esfuerzo continuo de traducir acontecimientos en imágenes literarias adecuadas. Primero la mirada, es decir, el pensamiento, luego la estilística. Lo paradójico proviene de que el lenguaje es algo, un elemento artificial, una prótesis que nunca podremos manejar del todo. Sería como tocar el deseo. Sin embargo, los escritores nos cejamos en nuestro empeño por conquistar las palabras precisas, las únicas. Milan Kundera, en su libro La desprestigiada herencia de Cervantes, afirma que el novelista no es ni un profeta ni un historiador, sino un explorador de la existencia. Kundera considera que cada novela propone una respuesta a la pregunta. ¿Qué es la existencia humana y en qué consiste su poesía? Estoy absolutamente de acuerdo que para escribir una novela o un relato debe producirse previamente la revelación de la presencia de un enigma. El afortunado descubrimiento de un enigma es lo que pone en marcha el pensamiento del narrador, precisamente el mismo mecanismo que se pone en marcha en la cabeza del lector. Sin la capacidad de hacer preguntas a la experiencia, preguntas que se formulan mediante palabras, aunque sea en la trastienda del pensamiento, Y sin el deseo o ambición de darle sentido mediante el lenguaje, creo que no hay posibilidad de literatura, al menos para la que a mí me interesa, aquella que abre las puertas al conocimiento. Conocimiento en el sentido amplio, no solamente estoy hablando de códigos racionales o demostrativos, sino del conocimiento de las semejanzas, de lo metafórico, de lo difícil, de lo que hasta entonces es oscuro para nosotros. ¿Pero qué es experiencia? ¿A qué clase de experiencia me estoy refiriendo? ¿Dónde acaba y termina? Henry James da una inmejorable respuesta en su libro El arte de la novela. La experiencia no es jamás limitada, ni termina nunca. Es una inmensa sensibilidad, una especie de enorme telaraña de finísimos hilos sedosos suspendida en la cámara de la conciencia, que apresa en su tejido todas las partículas llevadas por el aire, en la atmósfera misma de la mente, y cuando la mente es imaginativa incorpora las más mínimas sugerencias de vida, convierte en revelaciones hasta las pulsaciones mismas del aire. Si la literatura, hemos dicho, no es una investigación de lo experimentado, creo que entonces no vale nada. Si uno pudiera explicar mediante significados precisos aquello que cuenta, entonces debe exponer estos significados sin necesidad de construir lo literario. No es más bien interrogativo que concluyente. La literatura sigue en esto a la vida, que también resulta interrogante. Si la literatura fuera demostrativa, entonces no habría necesidad del lector, es decir, de diálogo, y se conformaría con público. Ese congregado humano que aplaude o rechaza, pero que no interviene. Creo que es mucho más interesante y provoca mayor estímulo, aunque solo sea para vivir mejor, para darle calidad al tiempo, convertir el lenguaje en una experiencia que nos permita crecer con ella. El diálogo es el principio de todo conocimiento y estoy convencida también de que este intercambio es la única forma de hacerse rico. Ítalo Calvino solía contestar cuando le preguntaban sobre cuál era su propósito al escribir una novela, que su objetivo era terminarla cuanto antes. Y aunque se trate de una respuesta acorde con el carácter insustancial de la pregunta del periodista, Es cierto que Calvino estaba diciendo una verdad, que quizá pasara inadvertida al reportero, probablemente atónito para entonces. Sin embargo, esta es una verdad que ningún escritor pasa por alto cuando está en pleno proceso creativo, porque una vez que el escritor decide cuál va a ser el objeto de su creación y con qué mirada va a desmenuzar aquella realidad, entra en escena la imaginación, por fin la imaginación. Arriba he afirmado que el papel esencial de la literatura consiste en ahondar en la condición humana. Pero una vez elegida la zona de la existencia sobre la que se pretende arrojar algo de luz, el segundo paso es decidir cómo. Y ante esta pregunta, ¿cómo voy a contar lo que tengo que contar? Se ha dado respuesta según las distintas circunstancias que acompañaban, acompañan a la época, el tiempo en que el escritor existía, existe y su lugar de nacimiento. La novela decimonónica se ha definido como la novela del mundo estable. Se levanta sobre una creencia colectiva que es la felicidad, que la felicidad es posible. Nos resulta extraño que en la constitución de los Estados Unidos de América, cuyo nacimiento es para muchos historiadores la fecha que marca el comienzo del siglo XIX, se recoja el derecho a la felicidad como uno de los derechos fundamentales. Que la felicidad sea posible significa que la vida humana tiene sentido. Esto no quiere decir que las novelas decimonónicas narren la felicidad, pero sí cuentan con esa felicidad. Lo único que puede ocurrir es que los hombres y mujeres, y por tanto los personajes, se extravíen o pierdan el sentido, como Don Quijote, como he dicho antes en la primera novela moderna. Más adelante tiene lugar el derrumbe de esta estabilidad, acontecimiento que implica la quiebra del modelo decimonónico, un hecho, este, difícil de datar. Los historiadores de la cultura suelen situarlo en 1871, fecha en que tuvo lugar la Comuna de París. Como uno de los momentos claves para el surgimiento de la desconfianza de la burguesía, clase sobre la que se había erigido la novela. Otros mencionan la expansión de las teorías darwinistas, pero la mayoría sitúa el momento más intenso de la destrucción de la idea de progreso, coincidiendo con la Primera Guerra Mundial. Incluso algunos apuntan el papel destacado de las teorías freudianas y el auge del psicoanálisis como el revulsivo para la pérdida de confianza en la razón. Hasta entonces se había creído que el progreso, en mayúsculas, era acumulativo, porque desde el punto de vista de los recursos humanos se iban haciendo conquistas. Pero lo que finalmente ocurre es que se produce un progreso material que no va acompañado por un orden social más justo, sino todo lo contrario. De este modo empieza a disociarse la idea de que cuanto mayor progreso, mayor justicia social. Ese es el comienzo del fracaso de todos los sistemas de explicación del mundo. Esto conlleva falta de confianza, sentido y finalidad de la acción humana. Se pierde la legitimidad de hablar o juzgar desde criterios que no sean estrictamente personales. Todo se ha vuelto relativo. La única escala de valores será la que determine el deseo y la única meta es la satisfacción de los deseos, debido a que si no hay sentido es imposible que haya jerarquía de ningún tipo. Y de este modo, sin ningún principio fiable, contrastado y seguro, hemos entrado en el siglo XXI. Esto, por supuesto, afecta a todos los órdenes, pero también al arte y, por tanto, a la literatura. La trama lineal es sustituida por la fragmentaria. El narrador omnisciente, el que todo lo sabe, como el narrador de Stendhal en El rojo y el negro, da paso a un narrador de primera persona, que confunde, que no es fiable, del que hay o se puede desconfiar. como el buen soldado de forma d'Oxford. El descubrimiento del sentido de la vida, es decir, el aprendizaje y el adulterio, el extradío, como en la regenta de Leopoldo de Alascarín, cede la voz a la insatisfacción y a la duda. El dinero, en la educación sentimental de Flaubert y el arribismo social de las novelas del siglo XIX, traspasa su protagonismo al tiempo interior, a la psicología de los personajes, al uso del monólogo interior como forma natural de novela. En literatura, en más de una ocasión se ha dicho, si no puedo explicar el mundo, no podré contarlo, y por ello... vaticinaban la muerte de la novela. ¿Y si la novela del siglo XX es el relato de un gran fracaso narrativo? Es muy posible, de hecho, el tema hegemónico de la novela del siglo XX es la frustración del deseo, la insatisfacción y la autodestrucción. Sin embargo, este vaticinio es desde mi punto de vista una aporía. Si no se puede relatar, es que se está muerto. Y el simple hecho de relatar es literatura, ya que, como he dicho, la creación literaria consiste en el acto de ponerle palabras a la existencia. Recuerdo que Pessoa en sus últimos minutos de vida pidió a una enfermera un papel y un lápiz y escribió, yo no sé lo que pasará mañana. Últimamente se ha hablado mucho a propósito de la muerte de la novela, especulando que quizá lo que terminaría surgiendo es un híbrido a mitad de camino entre la ficción y el ensayo, o una mezcla de ficción y periodismo. Bien, como he afirmado más arriba, si hay algo que diferencia la literatura de otros géneros es precisamente el tipo de lenguaje. El lenguaje informativo nos ofrece un conocimiento certero, el lenguaje interrogativo, el que utiliza la literatura, nos conmueve. independientemente de la etiqueta que le pongamos y la clasificación que decidamos admitir. Son dos lenguajes muy distintos. Antonio Tabucchi habla de un término que ha gozado últimamente de cierto entusiasmo en la crítica francesa y es el término de autoficción. Y para definirlo dice que no es cuatro cosas, no es autobiografía, ni novela, ni autobiografía novelada, ni novela autobiográfica, sino que es la indagación de la propia escritura. Un libro del escritor español Enrique Vilamatas, Barley y compañía, sirve para poner un ejemplo de lo que para él es autoficción, recordar recuerdos ajenos. Como afirma Tabuki, relatarse a sí mismo en una autobiografía dirigentemente verídica pertenece a lo novelesco de la misma forma que relatarse a sí mismo en una novela autobiográfica. Todo es, en cualquier caso, novela. Pushkin dijo, ¿cuántas lágrimas he llorado sobre la ficción? Y aquí volvemos al principio de mi conferencia. La literatura siempre ha sabido lo que significa introducir el propio yo en la ficción. Y de nuevo Pessoa escribe, el poeta es un fingidor, finge tan completamente que llega a fingir que es dolor el dolor que en verdad siente. O como afirmó Flaubert, Madame Bovary soy yo. Perdonen, un segundo. Es que sin gap no les puedo mirar porque me mareo, o sea que solamente puedo leer y ya estoy acabando. Con estos ejemplos solo quiero hacerles notar que efectivamente hay muchas formas de entender y de leer la literatura y ninguna tiene por qué ser mejor que otra. Pero entonces volvamos a interrogarnos, ¿qué es literatura? ¿Una de las bellas artes? De modo que ahora cabría preguntarse, ¿a qué llamamos arte? Y una de las posibles respuestas podría ser la que escribió Gambo, quien dejó de crear siendo un joven prometedor, por no decir un genio, y optó por el silencio después de haber construido uno de los más exquisitos y sublimes poemas de la historia, Una temporada en el infierno. Escribió Gambo antes de dejar la pluma para siempre en un rincón y optar por no volver a escribir. Ahora puedo decir que el arte es una estupidez. Es posible que lo sea, y por tanto la literatura también. Sin embargo, y admitiendo que sea una estupidez, estoy de acuerdo con Pessoa, quien declaró que la literatura es la sencilla demostración de que la vida no basta. Es necesario nombrarla, añado yo, y al hacerlo no solo la interpretamos, sino que la creamos. Y en esto consiste la creatividad de este estúpido arte llamado literatura. Por último y para terminar, me gustaría hacer mención de la situación que desde el nacimiento de Gutenberg hasta la actualidad se había mantenido invulnerable y que a partir de ahora se enfrenta a una revolución similar a la que supuso hace 500 años la invención de la imprenta. Desde luego esto implica un importante reto y consiste en la transición a la era digital. Por una parte, la revolución tecnológica dará otro paso adelante en el proceso de democratización de la cultura, pero qué duda cabe que esta difusión de la cultura deberá estar asistida, amparada, por una ley de derechos de autor que permita que los creadores puedan seguir viviendo de su imaginación. Este es el propósito de todos, y los europeos, cuya cultura desde la Grecia y Roma clásicas han demostrado a lo largo de los siglos su brillantez, tenacidad y genio artístico, no deben quedarse atrás ante este nuevo desafío que es velar por la creación escrita, por la imaginación, y el desarrollo de sus escritores. Porque, como digo, con la vida no basta. Muchas gracias.