José Olivio Jiménez, en su artículo Un ensayo de ordenación trascendente en los versos librer de Martí, propone tres estadios de menor a mayor relevancia para comprender el significado de este libro de poemas del autor cubano. En primer lugar, muchos de los textos guardarían relación con la circunstancia personal del autor en el momento en que los escribió, y tendrían que ver con situaciones como el exilio, el sentimiento de soledad y vacío del poeta, la remembranza del periodo en que sufrió presidio, la dolorosa ausencia del hijo en tierra extraña, y la incómoda sensación que le ocasiona la falta de un proyecto vital, ya que en dicho trance Martí se haya alejado a muchas leguas de su solar patrio de la acción revolucionaria. En segundo lugar, José Olivio Jiménez habla de la naturaleza en los versos libres, la cual supone sin lugar a dudas una ascensión con respecto a las prisiones de lo cotidiano en la mentalidad del poeta. La naturaleza implica para el autor una cantera infinita de material léxico, que es la materia prima para sus imaginaciones y simbolizaciones. El elemento telúrico, entendido en su sentido cósmico, es concebido, siguiendo a Waldo Emerson, como una fuente de armonía y de creatividad, y por último el entorno natural se entiende como el estadio que precede a la fase trascendente, en la que se abandonan las tiranías que apesadumbran el alma, y ésta se abre a la libertad del puro espíritu donde cualquier cosa es posible. La trascendencia es, por tanto, el concepto garante de lo maravilloso. De la misma forma, José Olivio Jiménez sostiene que el edificio moral de este libro de poemas se sustenta en tres pilares, el amor, el dolor y el deber. El amor es asociado pura y llanamente al crecimiento. Nada que odie puede rebasar su condición, sino más bien achicarla. El sentimiento amoroso es así un abrazo comprensivo hacia la creación en su conjunto. El dolor de naturaleza histórica, es comprendido como un acicate que permite al hombre experimentar el sentimiento de la compasión hacia sí mismo y hacia los demás. Representa, por tanto, una vía tortuosa desde la prisión egotística hacia lo que se halla en sí pero también más allá de uno mismo. Y el deber gracias al amor y al dolor es un propósito de recomposición de los fragmentos de la existencia, tanto de la propia como de la justa. Es claro que la dominante de los versos libres y de toda la poesía martiana podría afirmarse es esencialmente moral y el objetivo de los mismos es ayudar a la regeneración de la conciencia no únicamente del pueblo cubano o latinoamericano sino de la humanidad toda. Es una poesía moral porque respeta tres rasgos presentes en este tipo de lírica desde Horacio Estos poemas discurren acerca de las costumbres del hombre poseen una forma censoria que castiga lo que en dichos hábitos es culpable y por último puede aseverarse que la finalidad de este libro es la enmienda. El destinatario es siempre un tú que es a todas luces la patria cubana pero también el género humano al que el apóstol José Martí está unido por un sentimiento de fraternidad. Así, hay que comprender el vocativo del poeta, poema pólice verso, cuando el yo poético exclama alza o pueblo el escudo porque es grave cosa esta vida. Por otra parte se puede completar la definición de poesía moral diciendo que imita modelos cultos y que está escrita en un estilo elevado. Los clásicos están presentes en esta poesía de forma patente. El mito de la edad de oro y de la degeneración progresiva de la raza humana creado por el poeta griego Hesíodo y fijado por Platón está presente en estos versos de flor de hielo. No de mármol son ya ni son de oro, ni de piedra tenaz o hierro duro los divinos magníficos humanos. De algo más torpe son jaulas de carne, sono y los hombres. De Horacio se toma el locus del navegante que fatiga peligrosamente el océano. Por ejemplo cuando el poeta afirma ando en el buque de la vida, sufro de náusea y mal de mar, en el poema yo sacaré lo que en el pecho tengo. También es Horaciano el motivo del oro hacia el que Martín muestra un profundo desprecio ya desde su poemario Ismaelillo cuando recomienda al hijo que si va a ser un ávido devoto del vil metal es mejor que no viva. En los versos libres el aguijón codicioso somete a los tiranos, a los viles y a los serviles, de los estoicos, de Séneca y de Epicteto sobre todo. Asimila Martí el desprecio hacia el poder y hacia la riqueza, hacia la codicia y la injusticia, el desapego hacia los apetitos, la necesidad de combatir la fortuna adversa, el elogio de la cultura y la serenidad con que se imagina la llegada de la muerte. En un poema como canto de otoño puede ansiosa la muerte pues de pie en las hojas secas esperarme a mi umbral con cada turbia tarde de otoño y silenciosa puede irme tejiendo con helados copos mi manto funeral sobre la aversión al mal que provoca torsiones y contorsiones expresivas como en la poesía hebrea eminentemente mal. La filosofía oriental también informa el edificio de la moral martiana en este libro, como habrá de verse. La cosmovisión moralizante de los versos libres concibe el mundo como un circo romano donde pelean a muerte los vicios y las virtudes, como se afirma en el poema Policeverso. Los siete pecados capitales de la teología cristiana, las pasiones para los estoicos que arrojan el alma e impiden su ascenso y su ascensión, están presentes en el poemario. Así la soberbia pecado satánico por excelencia cuando se afirma en banquete de tiranos los menores y segundones de la vida, solo a su goce ruin y medro atentos, y no al concierto universal. También la pereza de aquellos que han tenido miedo de vivir plenamente, como se lee en Yugo y Estrella. Hallamos la ira, la gula y la codicia, propias de los déspotas y sus esbirros, a los que fustiga el poema banquete de tiranos. La envidia de aquellos a los que no se han conocido, a los que molesta la luz ajena, es también un pecado satánico. En los versos libres es constante la reiteración de la idea de que las naturalezas mejor dotadas deben soportar pacientemente, estoicamente durante toda su existencia, la rémora violenta de los temperamentos más sombríos. Esto puede constatarse desde el primer poema de la colección, Académica. Último, el yo lírico, que aborrece todos los vicios, detesta también la lujuria, a la que se opone la práctica de las cesis. En amor de ciudad grande, el yo lírico se muestra congojado por la irracionalidad de los apetitos desenfrenados y por la metalización de las relaciones humanas que han sepultado la pureza. Contraria a los pecados es la conciencia del deber, que puede definirse como un imperativo del espíritu que se autoinflige una cura, una terapéutica contra la ofuscación, la cual podría definirse como el afán vano de trazar una línea de separación tajante entre nuestra existencia y la de los demás. De este error de percepción y de juicio nacen todas las faltas. El poema Mi alma define perfectamente esta propedeutica La vida es un camino oscuro, el mal, donde el espíritu, el jamelgo, antes de llegar a un estado de dicha o eudaimonía, la gorja, el llano, el prado oloroso, el alto monte, ha de someterse a una severa disciplina, el duro ronzal, la gruesa albarda. Es platónica y cristiana, la dicotomía que se establece a lo largo de todo el libro. Entre los En un poema como Pólice Verso, al primero le corresponden las metáforas ascensionales, como alas púdicas o paloma blanca, mientras que al vicio le corresponden metáforas degradadoras, como cadena lurda, montón de sierpes, gusanos de pesado vientre, hedionda cuba o pardo lodo. Segundo, repárese también en el valor expresivo de los epítetos y de las hipérboles, que cumplen en todos los casos con un fin moral. Del mismo modo, es cristiano el convencimiento del valor del martirio, como arma en la lucha contra el mal en el mundo. Esta idea se repite en varias ocasiones en los versos libres, y un ejemplo de ello es el poema Yo sacaré lo que en el pecho tengo. Donde se puede leer, tal a la vida hecha el creador los buenos, a perfumar, a equilibrar, ea clave, el tigre bien sus garras en mis hombros, los viles a nutrirse, los honrados a que se nutran los demás en ellos. Junto a la moral estoica y platónico cristiana, tiene cabida en este libro, enormemente rico en este aspecto como en tantos. La moral es la misma. La moral budista, que deja honda huella en toda la literatura y en la concepción de la vida del escritor cubano. Entre los cuentos de la Edad de Oro, hay uno titulado Un paseo por la tierra de los Anamitas, en que se habla de la biografía y de las enseñanzas de Buda, en relación con el camino medio, con la ligazón entre el deseo, el egoísmo y el dolor, y en el que se habla de la vida de los anamitas. Rectamente, si no se establece el necesario parangón con ideas procedentes del hinduismo y del budismo, como maya, samsara o sunyata, o magno sin ventura, la esuta y retostada cabellera, con sus pálidas manos se mesaba, máscara soy, mentira soy, decía. Estas carnes y formas, estas barbas y rostro, estas memorias... de la bestia, que como silla a lomo de caballo, sobre el alma oprimida echan y ajustan, por el rayo de luz que el alma mía, en la sombra entrevé, no son, o magno. La existencia, según el budismo, es un mero teatro de apariencias, tras del cual se oculta el vacío, ya que todo es impermanente y transitorio, dependiente y carente de sustancia o de esencia. La metafísica occidental, sin embargo, circula por el camino contrario, desvelándose y afanándose en la búsqueda de identidades eternas, individuales y plenas e inmanentes. A tenor de esto, un crítico como Carlos Javier Morales ha insistido en el sentimiento de oquedad que transmiten algunos poemas de los versos libres. Pero en la poesía de Martí, este sentimiento de orfandad metafísica y existencial no está asociado a algo negativo, sino todo lo contrario, ya que constituye el primer paso hacia la liberación y la iluminación. En efecto, los seres humanos que se empecinan en la ofuscación, que está en la base de la codicia y el odio, es decir, en construir un muro inquebrantable, entre la propia persona, personalidad y el mundo, no percibiendo la interconexión perenne entre el ego metafísicamente vacío como acaba de exponerse y el todo, oscurecen y al mismo tiempo aumentan su karma, el cual puede definirse como una ley causal universal, mediante la cual actuar positiva o negativamente, tiene siempre consecuencias positivas o negativas para el que actúa. Yo no puedo hacer nada positivo ni negativo, de lo que no se sigan las consecuencias correspondientes, pero mejor que cualquier prosa filosófica. Explican este concepto kármico los versos de Martí en varios poemas, así en Pólice verso, y el suelo triste en que se siembran lágrimas dará árbol de lágrimas. La culpa es mala. El karma negativo no termina con la existencia terrenal, sino que se prolonga más allá de la muerte. Los hombres que por pecados de ofuscación, odio o codicia han sobrecargado su existencia o la de su entorno, han de purgar ese exceso de carga en sucesivas reencarnaciones, en las que descenderán en la escala cósmica. En la escala cósmica. Saluden magníficamente poemas como Pólice verso, Canto de Otoño o Yugo y Estrella. Sin embargo, las acciones virtuosas en vida alivianan el karma. Y el vivo, que a vivir no tuvo miedo, se oye que un paso más sube en la sombra, se dice en Yugo y Estrella. Así, en algún momento la constante práctica de la virtud puede detener incumplimiento. Incluso la rueda de las reencarnaciones, tal como afirma el poema Canto de Otoño. Cuando el alma del ser humano se ha liberado del lastre de la turbación, que es la madre de la avaricia y de la ira, puede alcanzarse el nirvana, del que se habla en un paseo por la tierra de los anamitas, de la edad de oro. En los versos libres aparece el nirvana, es decir, el concierto entre el yo poético y el último, pero hay que advertir que el protagonista de estos poemas, Trasunto de José Martí, vive todavía demasiado secado por apegos, el sentimiento romántico de división entre el yo y el mundo, la aversión al pecado, el miedo al dolor y al sufrimiento, para poder alcanzar el estado de beatitud propio del nirvana, y un poema como Medianoche lo ejemplifica perfectamente. La naturaleza, el cosmos, todo se transforma, se recrea y se trasciende en ese poema ante los ojos del poeta, y el ego es sin embargo incapaz de abandonar su cárcel de temor y de ensimismamiento. Y yo, pobre de mí, preso en mi jaula, la gran batalla de los hombres miro, se dice. Habrá que esperar hasta los versos... Habrá que esperar hasta los versos sencillos para que el combate moral contra el egoísmo quede definitivamente ganado. En ese libro sí puede realmente testimoniarse una unidad indisoluble entre el yo poético, el pueblo que es la humanidad, la naturaleza y la creación en su totalidad.