Bien, pues abordamos el capítulo 7, donde se ofrece la visión del realismo y de los distintos realismos que se dieron en la segunda mitad del siglo XIX. Habría que comenzar por el nuevo valor de lo real, una nueva visión de la realidad más objetiva y científica que se va a alinear con el pensamiento positivista de Conte y que, en pintura, va a cristalizar en la sustitución de los conceptos derivados de la elucubración y de la imaginación por una representación de lo real. Hay que tener en cuenta también las transformaciones provocadas por las revoluciones burguesas, tales como la industrialización, las transformaciones urbanas y las tensiones sociales derivadas del descontento político y de las crisis económicas que van a afectar más al proletariado. Estos factores explican el mayor protagonismo del presente frente a la historia en los temas de pintura. La pintura es una de las artes que con mayor intensidad se va a sumar a esta corriente realista, lo que va a provocar que sea objeto tanto de repulsa por personajes como Deleclus como objeto de críticas que se van a prolongar, van a traspasar la frontera de la centuria decimonónica para llegar al XX en un arte que se mantiene al margen de las representaciones de la realidad. Con todo, hay que señalar que el término realismo se ha aplicado a otras corrientes anteriores, lo cual hace del mismo algo confuso o complejo. Estas son, por ejemplo, el barroco e incluso determinados pronunciamientos del siglo XX. Pero, a diferencia, por ejemplo, de la pintura flamenca del XV o de la barroca del XIX, la pintura flamenca del XV es una pintura que se va a traspasar. En el siglo XVII hay que decir que, por ejemplo, obras como Los borrachos o Las lanzas de Velázquez emplean modelos reales, pero su composición, las actitudes y el uso que hace de los modelos distan mucho de ser una simple transposición de la realidad. Algo similar sucede en Caravaggio y su empleo de la luz, por ejemplo, o la composición y las actitudes que tienen sus personajes propias de un sistema plástico. Courbet, por ejemplo, se propone romper la pintura, desplace a esta pintura, creando un nuevo equilibrio entre el tema y lo que se está representando. El realismo que rompe a mediados del XIX tiene su pionero y su creador en Gustave Courbet. Realiza entre 1848 y 1850 unos lienzos de tamaño grande en los que establece las bases de este movimiento. Uno de ellos es Après d'Inéa Ornans y otro es el conocido Entierro d'Ornans, autor realista que emplea un lenguaje subversivo. El Entierro concretamente surge como una crítica a los modelos y composiciones tradicionales. Frente a la pintura como expresión de un ideal plástico, concibe la composición desde una presencia de lo real, de la historicidad del presente. La pintura suponía una crítica directa no sólo a la temática anterior, sino también a esos ideales de perfección y de belleza, con el tratamiento explícito de la materia y de un color de forma agresiva, no obstante esto no es óbice para que retratos como Homme à la pipe, por ejemplo, demuestre que a través de la poética de lo real también se puede alcanzar ciertas cotas de belleza o altas cotas de belleza. No critica la belleza en sí, lo que niega es la vigencia del valor de esta belleza académica, pues rechazando lo convencional y lo preestablecido. Va a ser precisamente Courbet quien emplea el término realismo en 1855 cuando es rechazado su estructura. El estudio del pintor en la exposición universal que tiene lugar en París ese mismo año. Este cuadro es una alegoría de lo real, muestra a la modelo como es, no como una diosa, como una Venus, sino como un personaje real desnudo en contraste con los numerosos asistentes que son amigos del artista o bien intelectuales, pues son estos sus coetáneos los modelos de la pintura de Courbet. Esta forma de pintar, con sus implicaciones sociales y políticas, hay que tener en cuenta que la pintura es un artista que Courbet participó en la comuna, suponían una negación de la jerarquía que se equiparaba a quienes se levantaban en las barricadas amenazando ese orden social establecido. Este rasgo de su personalidad se va a reflejar en obras como Los Picapedreros, una especie de alegoría de la vida proletaria donde hace alusión a cómo se comienza y cómo se termina. Los principios de la historia, el valor de lo mítico, de lo heroico propio del romanticismo van a ser desplazados ahora en favor de una atención por lo cotidiano y la huida de lo exótico que tenían era propia de los románticos aquí también es cambiada por una atención al presente, a lo inmediato. El paisaje lo plantea sin someterse a los principios del estilo académico, tal y como se puede ver en la ola, pero es sobre todo en la representación de su entorno social donde su pintura alcanza una dimensión desconocida, concretamente en el entierro de Ornans, Las señoritas del pueblo, Buenos días señor Courbet o Las señoritas del Sena, donde el pintor ha suprimido cualquier nota de costumbrismo, pues son representaciones de una sociedad que es sorprendida en su discurso vital. Por tanto la renovación pictórica de Courbet es más ideológica que desde el punto de vista pictórico. Sí creó una nueva iconografía de la pintura con escenas de lo cotidiano, con nuevas imágenes de lo real, con una representación objetiva como se ve por ejemplo en Proudhon y sus hijos. Esto no impide que parte de su inspiración venga de las escuelas españolas y holandesas que estaban dentro de la colección que poseía Luis Felipe, al tiempo que se va a proyectar también Courbet sobre otros artistas como Manet. Se hacía alusión al comienzo del realismo y los realismos. En la figura de Daumier se percibe perfectamente esta distinta forma de ver el realismo, pues concibe la realidad como una crítica de lo que percibe de su vida cotidiana por medio de la expresividad, y de unas deformaciones plásticas a las que se van a sumar una restricción intencionada de la gama cromática con el objeto de eliminar todo hedonismo. Esta concepción abre un debate sobre el significado y sentido de los realismos. En Queremos a Barrabás, por ejemplo, pone de manifiesto su rebeldía frente a las formas establecidas, lo mismo que frente al poder que condena al inocente. El vagón de tercera, por su parte, representa una escena con unos personajes que no habían tenido protagonismo ni cabida en la pintura anterior. Con el fin de ampliar esta visión del crisol de realismos que hay en el XIX, hay que ir a la figura de Millet, contrastada en buena medida con la de Daumier, pues no es tan expresionista, sino es una pintura mucho más sosegada, más estática, que plasma un universo recogido, íntimo, en el que lo sencillo se eleva a la categoría plástica, que va a plasmar ángelos, un referente para otros autores como Dalí. Aquí las figuras principales son las gentes del mundo rural, si bien en ocasiones también acomete una temática algo más radical, como puede ser el hombre de Lazadón y ese aspecto de cansancio que muestra. Dentro de Millet, o quizás Millet dentro de esta escuela, hay que hablar del paisaje de Barbissom. Frente al carácter escenográfico que del paisaje, la recuperación del paisaje romántico tendrá en cierto modo una continuidad en este realismo y sobre todo en su atención a lo inmediato. Fue esta precisamente la idea que llevó a los paisajistas a desarrollar una concepción de la representación serena de la naturaleza, género este que se equipara a los tradicionales empleados hasta este momento, al tiempo que se va a convertir en un referente para movimientos posteriores, como es el impresionismo o el propio realismo en sí. Cercando esta concepción del paisaje está Corot, quien asimila el naturalismo imperante en la época, a la par que suma la formación que le supuso su desplazamiento a Italia. Se siente atraído por Poussin y Lorena, pintores franceses que a su vez habían armonizado el paisaje con la pasión por la antigüedad. Sus paisajes son tranquilos, son equilibrados, si bien sobre ellos proyecta su estado de ánimo y la subjetividad propia del artista, eso sí, sin pintoresquismo alguno. En este sentido, la catedral de Sertes, por ejemplo, no es planteada como el reflejo. De un ideal, pues es tratada como hubiese tratado un río, un puente, un árbol, como un objeto que se transforma con los cambios de luz, en cierto modo anticipando aquellas vistas de la catedral de Rouen que luego darán más adelante los impresionistas. La aportación de Corot no radica en el tema en este caso, sino en la forma de captar los matices y de transmitir la sensación, tales como son los estados del cielo, por ejemplo, la luz o los matices de color de los objetos. Este tratamiento del paisaje hace que sus creaciones sean a la par modernas y clásicas. Como en otras ocasiones, descendemos latitudinalmente buscando la calidez y los aires mediterráneos de España y hablar de personajes como Fortuny, Rosales o Carlos de Aes cuando se hace referencia al paisaje. Primeramente habría que decir que el realismo no es algo exclusivo de Francia, ni que tampoco está encerrado en sí mismo, sino que va a surgir en diferentes puntos del viejo continente como reacción a la subjetividad, incluso en movimientos con cierta poética intrínseca, como es el pre-Rafaelita. En España, la pintura de historia, que tiene un importante desarrollo, va a tener su origen en el romanticismo, si bien, debido a la pervivencia a lo largo de la centuria, va a experimentar novedades formales en las que el realismo gana protagonismo frente a las fórmulas románticas. Son los casos del testamento de Isabel la Católica de Rosales y de la Catedral de Aes cuando se hace referencia a Rosales o de la rendición de Bailén de Casado de Alisar. Ambas obras en las que se aprecian ya síntomas de esta corriente. Para el caso de Rosales hay que decir que aparecen rasgos renovadores que sintonizan incluso con Manet. Es el caso de la Condesa de Santoveña de 1871, que supone ya una superación de las modas románticas y academicistas en pro de una pintura fresca e independiente ya de las normas. Otro factor que va a estimular el que se reencuentre en la pintura de Rosales es el que se renueve la pintura española, es la huida del gusto conservador y academicista por parte de algunos pintores españoles que emigran. El caso de Fortuny, por ejemplo, respecto a Rosales es muy distinto, pues debido a que buscó nuevos caminos encontró en el componente exótico la luminosidad y el colorido que contempló en su estancia en el Magred y que va a plasmar en obras como La Vicaría, en la que se distancia del formato grande y recalca la importancia del color. El paisaje pintura española. Otro parte que tenía en figuras como Pérez Villamil, un paisaje que tampoco estaba muy cultivado en el contexto español, tenía en figuras como Pérez Villamil la tradicional visión romántica, va a ser renovado por una figura que no es precisamente español pero que se afinca aquí, Carlos de Aes, un belga que va a iniciar una escuela de paisaje española de la segunda mitad del siglo XIX que va a influir en artistas como Casimiro Sainz, Agustín Riancho, Martín Rico o Ramón Martí Alsina. Autores estos que se fijan en la realidad natural como tema de sus cuadros, sin evocar estado de ánimo alguno. Todo ello determina que se estableciese una atención por la variedad del paisaje español que va a tener una profunda repercusión posterior. Y a grandes rasgos esto es todo lo que se puede sintetizar este tema. Espero que os sirva de ayuda para el estudio y que pueda pues alentaros más a seguir estudiando. Mucho ánimo con la materia.