Hola, buenas tardes. ¿Se me escucha bien por el micrófono? Buenas tardes a todos y gracias por venir a esta tercera conferencia del ciclo de... Conferencias de filosofía que se desarrollan en el Centro Asociado de Coruña durante este curso. Va a tratar sobre la actitud estética y el ponente es Adrián Pradio Sebastián, profesor de Estética, Filosofía y Filosofía del Arte en la Escuela Superior de Arte Dramático de Castilla y León. Como ya saben algunos de ustedes, vamos a ir colgando las diapositivas de cada conferencia y también los vídeos más adelante para aquellos que tengan que hacer los resúmenes de dos de las conferencias, si quieren conseguir un crédito de libre elección. Y recuerdo también a los que están aquí presentes que tienen en la entrada el control de asistencia en caso de que se hayan matriculado. Bueno. Bueno, ya he presentado la página web del ciclo de charlas en otras ocasiones, así es que sin más dilación voy a darle la palabra al conferenciante. Bueno, buenas tardes a todos y a todas. Y quiero agradecer antes de nada la amabilísima invitación que me hizo el profesor Julio Stalem. Una invitación que, bueno, pues que agradezco normalmente no solamente porque nos conocemos desde hacía muchos años, sino porque además, pues, para un futuro. Como filósofo creo que es muy agradable disponer de un foro en el que contar algunas cosas, ¿no? Y como entiendo que a todos nos interesan este tipo de temas, pues sinceramente que lo agradezco. Así como agradezco su asistencia. Cuando planteé este tema con el director de este curso nos planteamos cuál sería el mejor de los abordajes en la medida en que al fin y al cabo uno nunca sabe de alguna manera qué nivel de especialidad, de especialización tiene que adoptar uno. Si adoptar un nivel de alta cualificación a la hora de decir vamos a abordar las últimas líneas de investigación en las que anda metido el ponente como es el caso o más bien iniciarnos en la base. Entonces hemos acordado que lo mejor sería abordar el concepto y si les parece después en el turno de preguntas, en el coloquio, pues ya podríamos reorientar el tema hacia esas líneas de investigación de las cuales parten algunas de estas inquietudes. ¿Perdón? ¿Me oís? Sí, bien. Gracias. Entonces si les parece como tengo mucho material pues creo que a lo mejor será que… Empecemos precisamente por este concepto que como ya habrán podido percibir pues no es el clásico concepto al que seguramente estarán ustedes habituados como es el concepto de experiencia estética. Que sería el concepto o uno de los conceptos clave de los estudios de estética y de filosofía del arte. En este caso concreto, claro, al decir actitud estética significa que no estamos propiamente posicionados estéticamente sino que partiríamos de la idea de que hay una posibilidad de facilitarnos la recepción de un objeto. ¿Por qué? Desde el punto de vista de sus cualidades estéticas, ¿no? Sobre eso lo haremos más adelante pero sí que quiero empezar con una historia y de ahí viene esta primera parte con un leitmotiv de corte narrativo que tuvo su raíz histórica y que creo que nos puede ayudar a ver de alguna manera cómo funciona esto de la actitud estética en el campo de la teoría del arte, en el campo de la estética teórica evidentemente, así como en el campo de la reflexión filosófica en torno a las cualidades estéticas, a los objetos estéticos. Y este acto liberador lo protagoniza un personaje que muchos de ustedes conocerán como es Marcel Duchamp en una excepcional fotografía de Irving Penn de la colección en su esquina. El 10 de abril de 1917 se abrió en el gran Central Palace de Nueva York. La primera exposición de esa célebre sociedad de artistas independientes que de alguna manera reaccionando duramente con posiciones más clasicistas como defendía en Estados Unidos la National Academy pues de alguna manera intentaba romper con esas posiciones y acercarse a aspectos más de corte vanguardista que llamaríamos. El lema de la sociedad era muy claro, no jury, no prices es decir, no hay jurado, no hay premios y en consecuencia se buscaba crear un foro para la exposición artística. Marcel Duchamp, que había llegado a Estados Unidos desde Francia el año 1915, o sea, dos años antes que ya traía una cierta celebridad en cuanto a digamos lo amablemente ciertos actos canallescos o de granuja vinculados al tema de las artes pues fue nombrado, yo siempre he pensado que un poco por imprudencia de los miembros del comité fue nombrado responsable del comité de colocación de las piezas es decir, lo que sería ahora la labor de es una de las labores del comisario de arte como es la de diseñar la exposición y ver cómo ubicamos esas piezas y el primer momento que él utilizó para romper por así decir, con la tradición fue el criterio que estableció y fue un criterio alfabético que además iba a empezar aleatoriamente básicamente, bueno, a partir de un pequeño juego de azar salió la letra R como la primera y a partir de ahí empezarían, por lo tanto todas las obras expuestas de tal forma que ya no podía haber un criterio basado en la calidad un criterio basado en jerarquía un criterio basado en el éxito o en la fama de los artistas sino que era un criterio pues meramente alfabético de tal forma que autores consagrados pues exponían sus piezas al lado de autores pues no tan consagrados claro, esto evidentemente ya supuso esta travesura de Duchamp pues ya supuso que muchos autores precisamente de los más consagrados de Estados Unidos como Robert Henry que era miembro de una de las escuelas más importantes de pintores del momento como era la escuela de Diez compuesta precisamente por ocho pintores pues por ejemplo abandonó la exposición así como muchos otros pero otros como de alguna manera sabían que Marcel Duchamp era un tipo que al fin y al cabo era europeo y era francés y esa cosa y vanguardista, y esa cosa en Estados Unidos todavía llamaba la atención, pues entonces decidieron soportar esa injuria desde cierto punto de vista. Pero ahí no quedó la cosa. Marcel Duchamp ya había puesto a prueba al comité organizador con el problema de la selección de las obras. En primer lugar, les voy a presentar a tres personas. Francis Picabia, artista, pintor, ensayista, uno de estos tipos factotum de la época. Marcel Duchamp, que lo tienen a la izquierda de la fotografía. Y una de esas grandes mujeres de la vida artística neoyorquina que vivió en París, que se llamaba Beatrice Wood. Bien, pues, Beatrice Wood es un artista, no vamos a emitir juicios de valor, pero es un artista sin lugar a dudas controvertida en cuanto a su calidad y en cuanto a su éxito. El caso es que ella compuso dos obras, desde su propio punto de vista, dos obras espantosas, pero que a Marcel Duchamp ni le gustaban ni le disgustaban. Simplemente dijo, expónlas. ¿De acuerdo? Esa es la historia. Las dos obras son las dos que les pongo aquí. A la izquierda, Nuit Blanche, en la que, bueno, pues, en fin, le puede gustar más a uno o menos, pero el caso es que la propia artista decía que era una cosa espantosa esa obra, ¿no? Sin embargo, pues, Marcel Duchamp la animó a que la expusiera simplemente por el acto de exponerla, ¿no? Con esa batalla que tenía este artista con el tema del estatuto de la obra de arte, ¿no? Y después le animó, la animó a que colocara una obra, un torso en sobrevergüenza, en sobrerelieve de una mujer desde la zona de la rodilla hasta el cuello, como pueden ver en la imagen, que es una recreación, puesto que el original se perdió. Y a la altura pública, pues, ella, la artista, había dibujado, como ven, una especie de concha, bueno, de concha, ¿no? El artista Duchamp le recomienda que la ponga en sobrerelieve y que ponga un trozo de jabón. E incluso le dice que le ponga un título llamativo. Ella, que no dominaba muy bien el francés, se equivocó con unas palabras, y quiso titular la obra, un poco de jabón en el agua. Entonces, se equivocó, y la obra pasó a llamarse un poco de agua en el jabón. Pues bien, Duchamp no dejó que cambiara el título y que también se expusiera con el título erróneo, ¿no? Incluso con las faltas de ortografía que pueden ver en el... y de sintaxis que pueden ver en la imagen, ¿no? De tal forma que estas travesuras de Duchamp no hacían más que poner a prueba la paciencia de los artistas que, por cierto, querían ser representados en esa sociedad de artistas independientes. Pero el gran problema llegó con esta obra, que muchos de ustedes ya conocen y que me imagino que casi creo que es una obra clásica en cualquier conferencia de estática que aparezca, por lo que sea. Pero el caso es que tiene que aparecer siempre el urinario de Duchamp, la fontaine, la fuente de Duchamp. Bien, quiero centrarme en una reacción que suscitó precisamente esta obra. Beatriz Wood, la artista de la que hemos hablado antes, escuchó una conversación un poco a hurtadillas entre dos de los artistas que pertenecían al jurado, que no era jurado, ya hemos dicho, pero que era un comité de selección de obras o de entrada de obras. Y estos artistas eran Walter Ahrensberg, que más que artista era más bien un... Mecenas, que con su mujer lograron incluso crear con los años una gran colección de obras de arte. Y junto a Walter Ahrensberg estaba uno de los grandes representantes de la escuela de Ashcan, que sería la escuela clasicista por antonomasia. El caso es que este representante era George Billows. Por lo tanto, estos dos tipos no se ponían de acuerdo en torno a si esta obra podía pasar a pertenecer, podía pasar a representar efectivamente a un... Un autor, en este caso un tal R.Muth, sobre el cual decía Marcel Duchamp que era una amiga suya que había presentado esta obra con seudónimo por una serie de motivos, de tal forma que Duchamp gustaba incluso de liar más las cosas. En un momento dado, Beatriz Wood anotó lo siguiente en esa conversación establecida entre George Billows y Walter Ahrensberg. Entonces, según su propio testimonio, Walter Ahrensberg habría dicho lo siguiente, dice, una forma encantadora sobre el urinario. Una forma encantadora ha sido revelada, liberada de sus finalidades funcionales. Ahora hablaremos de esta otra imagen. Ahí tienen el texto, a la derecha tienen una imagen de George Billows, que es Ed Billows, que sería el enemigo de la postura de Ahrensberg. Entonces el texto reza, una forma encantadora ha sido revelada, liberada de sus finalidades funcionales. En consecuencia, es una verdadera contribución estética. Fíjense ustedes que no dice contribución artística, dice contribución estética. Si mira objetivamente el objeto, notará que posee líneas sobrecogedoras. Claro, la clave está aquí, en mirar el objeto no subjetivamente, sino objetivamente. De alguna manera, y esto lo veremos más adelante, como si uno fuera una especie de espejo del objeto. Así es como habría que mirar ese objeto. Y dice, si mira objetivamente el objeto, digamos de otra manera, haciéndose a las normas que impone el objeto, notará que posee líneas sobrecogedoras. Le recuerdo que ese objeto es un urinario. Este señor Muth tomó un objeto cotidiano, lo ubicó de tal manera que su significado habitual ha desaparecido y de golpe ha creado un nuevo enfoque del tema. A lo que Billows contesta, parece ser que contestó muy airado, es grosero, es chocante, la decencia existe. Bien, tengamos en cuenta que estamos en el año 1917 y que George Billow, pues sí, es un artista, pertenece a la bohemia de los artistas, pero vaya, es un tipo serio y respetado y él no... Y este sería un poco el kit de la cuestión. Tiene una definición muy clara de lo que sí es arte y de lo que no es arte. Al final, el jurado rechaza la obra, como ya sabrán ustedes. Por cierto, que el urinario desapareció, no sé si lamentable o afortunadamente, y lo que hay en los distintos museos son reproducciones, aunque claro, es una bobada, porque al fin y al cabo no deja de ser un urinario. El caso es que los principales problemas que abre esta... Cito la palabra travesura porque esa es como la llama Arthur Danto, y la palabra de Duchamp son varios, ¿no? En primer lugar, abre cuestiones de naturaleza ontológica vinculadas a, bueno, qué es una obra de arte. En segundo lugar, abre problemas de naturaleza epistemológica. Cómo puedo yo reconocer ahora, después de esto, qué es una obra de arte y qué no lo es. Y en tercer lugar, abre problemas de índole institucional. ¿Quién determina qué es una obra de arte? Por lo tanto, tres perspectivas y tres problemáticas que sin lugar a dudas no son baladí, ¿no? Dándose lugar precisamente a las teorías contemporáneas. Por lo tanto, un momento canallesco se convierte de repente en casi el acto fundador de la teoría contemporánea del arte. Habría otro acto canallesco que sucede en las aduanas de Nueva York, pero de eso hablamos en otra ocasión. Esto lo podemos comprobar a partir precisamente de... O podemos trabajar a partir precisamente de la polémica que se establece entre ambos. Digamos, fijémonos en primer lugar en que Billows, George Billows, al referirse al urinario de Dushan se niega a considerarlo como una obra de arte en gran medida porque en rigor no lo es, sino que en realidad es un objeto que hemos desubicado de su lugar habitual, en primer lugar. Es un objeto además que no es concebido como un fin en sí mismo, sino que es concebido en todo caso como un medio específico para satisfacer unas necesidades de salubridad, de higiene, etcétera, etcétera, propias de sociedades avanzadas y de urbanizadas. No solamente ha sido concebido así, sino que al arrebatarle ese objeto cotidiano y al ubicarlo de alguna manera le arrebatamos su propia funcionalidad y lo convertimos en un objeto inútil. Entonces, claro, eso todavía convierte un objeto que... ...que está hecho para ser cotidiano en un objeto que de repente es completamente inútil. Por lo tanto, el problema específico de este objeto es que ha sido despojado de esa funcionalidad, o sea, de la relación existente entre el diseño u organización del objeto u objetos y la atención debida a la facilidad, a la utilidad y la comodidad de su empleo, que esta sería propiamente una definición válida de funcionalidad. Pero es que en tercer lugar, el objeto cotidiano que es inútil ha sido ubicado entre otros objetos... ...que son obras de arte, o sea, objetos artísticos. De tal forma que, claro, digamos, ¿cómo puede decir George Willow esto con tanta seguridad? Entre otras cosas porque George Willow es parte de una definición muy clara, que sería la suya, que habría que preguntarle él y que lamentablemente no dejó por escrito, quizá porque en aquella época era como muy evidente, ¿no? De tal forma que él tenía una división muy clara entre lo que era un objeto cotidiano y un objeto artístico. Por lo tanto, el problema era el tránsito de una dimensión a otra, ¿de acuerdo? En ese sentido, claro, además el hecho de que hubiera elegido un urinario, pues como que la cosa encima pasa a ser desagradable, ¿no? Como ya veremos a continuación y como que se le ve demasiado el plumero, ¿no? Claro, el veredicto de Ahrensberg es completamente distinto. La fuente sí es una obra de arte. Fíjense ustedes, claro, uno se refiere al objeto como la fuente. Acepta el juego que plantea Dussam, mientras el primero dice, oiga, mira, esto es un urinario. Y además un urinario inútil. Y entonces Ahrensberg lo que plantea es lo siguiente. Reconociendo las estrategias, dice, efectivamente... es un objeto desubicado de su lugar habitual, le hemos arrebatado la funcionalidad y se ha convertido en un objeto inútil. Pero precisamente por ser un objeto inútil y por haberse perdido esa funcionalidad, propone a los usuarios de ese objeto inútil la adopción de un enfoque completamente distinto, como sería el de espectadores. En otras palabras, lo que le está planteando Duchamp, según Orensberg, al espectador, digamos, a la persona que pasa por allí, al testigo de este acontecimiento, es verdad, es un urinario. Démosle la vuelta. ¿Qué sucede con él? ¿Por qué no lo planteamos de esa manera? Evidentemente, si uno lo ve a este urinario como tal urinario, pues hombre, cuesta un poco verlo desde el punto de vista funcional. No vamos a entrar en detalles porque sería demasiado escabroso. Pero en todo caso, sería catastrófico usar este urinario en estas condiciones. Ahora bien, si lo pensamos de otra manera, decimos, bueno, al arrebatarle cualquier utilidad, ¿tiene algún sentido contenerlo? ¿Tiene algún sentido contemplarlo de otra manera? ¿O no tiene sentido alguno? Bien, pues esto es justamente un poco el tema que tenemos que tratar. No podemos olvidar en ningún momento que hay algo de jugada canallesca, que hay algo de travesura, que hay ganas de armar bronca. Eso no se puede negar. Y tampoco podemos tomar, me parece, demasiado en serio la postura ni de Orensberg ni, por supuesto, de Duchamp. Pero no tomar en serio una postura no significa que de repente se abran temas, bueno, tal vez no muy serios, pero en todo caso sí importantes. Yo creo que la dificultad radica en precisamente eso, las dificultades de adoptar actitudes adecuadas en cada momento. Si nosotros nos preguntamos qué es una actitud estética, hemos de darnos cuenta, si han ustedes consultado una de las entradas que dejamos en los materiales, en la enciclopedia filosófica que hay en Internet, allí la entrada está muy bien trabajada, está muy bien definida, está muy bien articulada, y allí justamente dice una cosa que a mí me parece muy sabia, ¿no? Actitud estética tiene dos partes, estética y actitud. Bueno, centrémonos en el problema de la actitud. El problema de la actitud que quizás es el más problemático, ¿no? Cuando decimos actitud decimos disposición de ánimo y de alguna manera cuando decimos disposición de ánimo estamos diciendo que no estamos posicionados, sino que, hombre, nos preparamos de alguna manera para intensificar, que es lo que dice justamente un teórico del arte, Osborne, para intensificar. ese objeto, esa situación hacia la que nos dirigimos disponiéndonos de alguna manera. En este sentido, claro, cuando nos entregaban, no sé si se acordarán ustedes de cuando los profesores de secundaria eran felices y daban clase y no se tenían que enfrentar a tantos problemas, pero cuando nos entregaban las notas del colegio y los maestros calificaban, y recuerdo que había una parte que decía actitud, entonces se estaba calificando nuestra disposición de ánimo habitual para cierto tipo de actitudes, para participar en los juegos, para resolver los problemas, para intervenir en los debates o en la misma organización de la clase. Y creo que ponían incluso progresa adecuadamente, o muy deficiente, o hágaselo mirar. Cuando quedamos para tomar un café con nuestros compañeros de facultad, no sé si ustedes cursan lógica, yo recuerdo que quedaba con el profesor Julio Estalé para que tomara un café y que me explicara algunas cuestiones de lógica proposicional, pues quedábamos a tomar un café, trabajamos en equipo para resolver un problema de la clase de lógica, que nos afectaba a todos y era de esperar que todos tuviéramos al menos una buena disposición de ánimo, una disposición abierta, una disposición no tolerante, o sea, perdón, una disposición muy tolerante y en definitiva una disposición, vamos a llamarla colaborativa. Cuando voy a ver al cine una película o voy al teatro a ver un espectáculo teatral, pues hombre, lo mejor es que vaya no con la tensión de que el día siguiente tengo que presentar la declaración de la renta, porque voy a estar pensando al ver a Antígona, Antígona está agobiada por la renta o por su hermano, en fin, entonces claro, pues a veces es cuando nos dice incluso la pareja con la que compartimos nuestros momentos, para eso te quedas en casa, si no eres capaz justamente de cambiar de actitud y cambiar de disposición. Y existen al mismo tiempo disposiciones de ánimo que se adecúan por lo tanto y disposiciones de ánimo que no se adecúan a las circunstancias. Incluso a veces es un ejercicio artístico desde mi punto de vista el arte de adoptar una correcta disposición. La pregunta que nos hacemos aquí se dirige a qué tipo de actitudes la actitud estética. ¿Qué es la actitud estética? Que no se preguntó directamente por la actitud estética, pero que desde luego sí lo hizo, por el tipo de juicio que expresa nuestra satisfacción o insatisfacción estéticas, fue este señor del perfil tan difícil como era Immanuel Kant, en el marco de una obra que ustedes me imagino que conocerán, y que si no la conocen, pues yo les invito a que lo hagan con paciencia y con mucho lápiz y mucho papel, porque al fin y al cabo es una obra fundamental en el campo de la disciplina. Y ese book se ocupa del juicio, desde dos puntos de vista, del juicio teleológico, que sería la segunda parte, la menos estudiada de la obra, también muy interesante, pero también del juicio estético, es decir, sería el juicio que expresa cómo, en términos generales, el sujeto se ve afectado por ciertas cualidades del objeto. Y allí, procediendo de alguna medida, en alguna medida, al igual que Ariensberg, decide abandonar las definiciones en torno a cosa bella o a belleza y se limita a buscar las condiciones necesarias por las que un objeto puede llamarse bello. Para un sujeto, razón que le conduce a realizar un profundo análisis, todavía a día de hoy sigue siendo una obra de arte, de arquitectónica del pensamiento, el análisis que lleva a cabo de la facultad del juicio, facultad de juzgar, o según otra traducción, también estupenda que hay en castellano, facultad del discernimiento. De alguna manera, para diferenciar, en la traducción de García Morente de la crítica del juicio, saben ustedes que él, para distinguir entre la facultad de juzgar y lo que serían juicios particulares, allí García Morente distinguía, dice, juicio como facultad lo pone con mayúscula y juicio como juicio particular lo pone con minúscula. Lo que pasa es que, claro, a la hora de hablar, pues uno siempre tiene que andar, por lo contrario, en esta edición que les comento, en la otra edición que creo que está publicada en, no recuerdo ahora mismo, no sé si es en la balsa de la medusa, me parece que está publicada allí, bueno, no recuerdo. El caso es que en esa otra traducción de la que disponen, pues para no liarnos, y además con una buena fundamentación, se distingue entre juicio y facultad para discernir. Ahora bien, ¿qué es lo que se discierne? Según Kant, la facultad de juzgar sería la facultad o la capacidad para pensar lo particular como contenido bajo lo universal. ¿Vale? En el capítulo cuarto de la crítica del juicio. O sea, dado lo universal, una regla, un principio, una ley, la facultad de juzgar lo que hace es subsumir eso particular bajo lo universal, operando de forma bien determinante cuando el fundamento de determinación es objetivo. Es decir... Si yo, por ejemplo, señalo una butaca y a ustedes les digo, esto es una butaca, este objeto es una butaca, pues podríamos decir, quizás es un ejemplo un poquito chavacano, pero bueno, para que nos entendamos, todos estaríamos de acuerdo en que es una butaca, porque todos tenemos más o menos la regla por la cual una butaca ha de contener ciertos elementos que más o menos lo vemos. Incluso el de la comodidad es voluntario y parece que la butaca sí que es cómoda. Pensemos en, traslademos esto al problema de George Billows, que nos plantea. Él plantea una operación determinante de la facultad de juzgar. Enfrentado, por ejemplo, a esta obra también de Duchamp, que se llama Rueda de bicicleta sobre tabureta de madera, es una obra de 1913, que ya en su momento causó mucho impacto, dice, oiga, esto es una rueda de bicicleta. Pues Billows hubiera operado de la siguiente manera, subsumir el particular bajo el universal. El particular en este caso hubiera sido Rueda de Duchamp. Pertenece al dominio que podríamos llamar Rueda de bicicleta. La definición puede hacer aquí las veces, incluso de regla. Una rueda de bicicleta debe ser una pieza mecánica en forma de disco que gira alrededor de un eje y permite el movimiento continuo de la bicicleta mediante la fuerza motriz impresa por el pedaleo. No hace falta que nos detengamos en si efectivamente debe llevar radios o no, porque eso ya pertenece a sofisticaciones del diseño. Piensen ustedes en las ruedas de los pica piedra, que no tenían radios, pero que sin embargo respondían a esta característica. Por lo tanto, se han emitido aquí dos juegos. Dos juicios simultáneamente. En primer lugar, un juicio determinante. La rueda de bicicleta de Duchamp particular es, la clave del juicio, una rueda de bicicleta. Pertenece al objeto, ruedas de bicicleta, pertenece al objeto, al dominio, perdón, objeto cotidiano. Pero se ha emitido un segundo juicio también. La rueda de bicicleta de Duchamp no es una obra de arte, tampoco es una oveja, está claro, ¿no? Y está claro objetivamente que hay una base de determinación que nos avala en este sentido. Pensemos en lo siguiente. Cuando se enfrenta al ordinario de Duchamp, hay una operación reflexionante. Frente al juicio determinante, voy a intentar explicarlo livianamente, el juicio determinante cuando se emite, hemos dicho que necesita de una base de determinación objetiva dada por una regla, principio, etcétera, etcétera. Bien, a veces sucede, sin embargo, que nos referimos a los objetos. Entonces, expresamos una cualidad de los mismos, nos parece que es una cualidad absolutamente evidente, y sin embargo nos damos de bruces con la triste realidad, y es que los demás no piensan como nosotros. Nosotros tenemos conciencia democrática y hacia afuera decimos, bueno, es normal y estoy orgulloso de que suceda así, pero en realidad por dentro estamos frustrados de que eso no sea así. Bien, pues es lo que le pasó a George Billows. Subsumió o intentó subsumir el particular bajo el universal urinario de Duchamp, pertenece al grupo de cosas indecentes, pertenece al dominio, vamos a llamarlo así, indecencia. Claro, falta de aseo, compostura y adorno correspondiente a cada persona o cosa. El juicio, evidentemente, si entendemos que Arensberg no es un tipo inútil, sino que es una persona con cierta formación, el juicio forzosamente es un juicio reflexionante. Él dice, el urinario de Duchamp es... Es una indecencia. Sin embargo, a diferencia de lo que sucedía con anterioridad, aquí se produce el colapso de la subsunción del particular bajo el universal. El predicado indecencia, en realidad, no tiene una base de determinación objetiva, sino que la tiene estrictamente subjetiva. Es el propio gusto de George Billows el que dice, pues oiga, mire, a usted le parecerá indecente, pero a mí no me lo parece. Claro, porque Arensberg está viendo una fuente. Es verdad que tiene una forma curiosa la fuente, pero en todo caso es una fuente. Y además, Billows lo vería desde otro... Perdón, Arensberg lo vería incluso desde otro punto de vista. Por lo tanto, aquí tenemos dos actitudes completamente distintas. Una primera actitud, que podemos llamar ya actitud interesada. Ahora veremos por qué. Y una segunda actitud, que sería la de George Billows, que es una actitud desinteresada. Podrían ustedes ya deducir que la segunda actitud es la base estructural para disponer de una actitud estética. Y veremos por qué, ¿no? Bien, voy a ir un poquito atrás. Si les queda alguna duda sobre Kant, tengo más material, pero quizá mejor lo dejamos para después, porque si no, tengo muchas cosas que mostrarles, ¿no? Bien, entonces, claro, tendríamos dos tipos de juicios. Juicio determinante, juicio reflexionante, el juicio de Billows y en todo caso también el juicio de Arensberg en torno al objeto no dejan de ser sino juicios reflexionantes, o sea, juicios que se anclan en la propia subjetividad. En cómo los objetos afectan de modo particular a cada uno. Bien, ante este panorama está claro que Milus y Arensberg no se van a poner de acuerdo ni en la definición de objeto artístico, ni en la definición de arte, ni en la cualificación estética del urinario barra fuente. En realidad, gran parte del problema radica en que, de hecho, parten de estas dos actitudes completamente diferenciadas, completamente diferentes e incluso completamente opuestas. Por sus modos de ser, por sus prejuicios o por sus creencias. Pero el caso es que parten de posiciones, de disposiciones completamente abiertas. La primera descansa sobre el interés. Por lo tanto, es una disposición de ánimo que, de alguna manera, busca que en el objeto se produzca algo o que a partir del objeto se produzca algo. O que el objeto, de alguna manera, sirva como medio para otra cosa. Mientras que Billows, hemos dicho antes, adquiere una, permítanme la licencia, actitud especular. Es decir, como si fuera un espectro. Como si fuera un espejo, como si estuviera reflejando el objeto. Y a partir de ahí, a ver qué sucede. Bien, ¿es posible adoptar una actitud desinteresada frente a los objetos, frente a las personas? Bueno, es posible y es difícil, evidentemente. En estética, el primero de los, no el primero, sino quizá el autor que con más contundencia habló de la necesidad de introducir un concepto como era el concepto del desinterés dentro de las caracterizaciones estéticas que se hacían. De las cosas, de la naturaleza. Es este señor que tiene a la izquierda, Anthony Ashley Cooper, conde tercer señor de Shaftesbury. Es decir, Lord Shaftesbury. Es un autor conocido, que duda cabe, es un autor de la escuela escocesa. Pero sí que es cierto que es un autor en España poco conocido. Dado que estamos en la UNED, quien ha trabajado profundamente, no solo, pero atendiendo a que es el catedrático de la asignatura, John Fitz, ha trabajado en su libro sobre la experiencia estética moderna, sobre la experiencia estética en la modernidad, pues ha trabajado este autor y ahí tienen algunas referencias muy valiosas sobre él. A él me remito. El caso es que al decir de otro autor como es Ernst Kassirer... La contribución más importante de Sabsbury, precisamente, a la estética, fue la del concepto de desinteresada complacencia. Él tiene dos fórmulas muy interesantes, como es el hecho de decir, bueno, seguro que podemos contemplar los objetos desde un puro ver y mirar. Cuando decimos puro ver y mirar, es como si no trascendiéramos el límite de la sensorialidad. Es como si dejáramos a los objetos, y esta sería la segunda gran expresión que tiene en una obra que se llama habitualmente Características de los hombres, maneras, opiniones y los tiempos, es una obra de 1711, y allí no habla expresamente de interés ni de desinterés, pero sí que habla de esta posibilidad de ver las cosas, de un puro ver y mirar las cosas, y también de ver las cosas for its own sake. Es decir, algo así como ver las cosas, abordar las cosas, simplemente porque sí, simplemente por ellas mismas, sin buscar otro elemento ajeno a ello. Quien se dio cuenta de esta característica de la obra de... Schatzbury fue Hutchison, el autor que tienen ustedes a su derecha, y que de alguna manera tenían problemas, desde luego, doctrinales con Ashley Cooper, pero sí que fue el primero que se dio cuenta de que efectivamente hay cierta dimensión humana cuando abordamos los objetos, en la que nos guste o no nos guste algo, el caso es que si decimos que no nos gusta, tampoco estamos modificando ese objeto. Es como si hubiera una especie de quiebra entre el objeto, la cualidad estética y lo que nos pasa. De tal forma es que como si el objeto, bueno, hay un modo de abordarlo que es como si estuviera ahí al margen de nosotros. La pregunta es si podemos situarnos desde ese punto de vista en el que es como si no hubiera relación o hay una relación demasiado estrecha. El caso es que Schatzbury, resumiendo muchísimo, para él la experiencia estética, y digo experiencia, sería en primer lugar una experiencia cualitativamente distinta de cualquier otra experiencia. En la medida en que se constituye como tal, en la medida, perdón, en que su especificación... En la medida en que se constituye como tal, en la medida, perdón, en que su especificación sería precisamente el nacer del desinterés en cuanto a ese objeto, situación, persona que nos provoca esa experiencia. Bien, habría más que hablar sobre estos autores, pero serían como los autores clave, ¿no? Por si les interesa profundizar en ellos, ¿no? Tengo que decirles que no hay mucha obra traducida al castellano, pero bueno, ediciones en inglés hay muchas y muy buenas, ¿no? Yo siempre que veo esta foto, me van a permitir que haga el chascarrillo, pero es que siempre que veo esta foto me recuerdan a un grupo de amigos míos que tenían un grupo de música heavy. Y siempre que la veo digo, bueno, pues me parece que no sé si he cogido las mejores ilustraciones. A la izquierda tienen un retrato de Joseph Addison y a la derecha tienen un retrato de Richard Steele. Entre ellos publicaron una célebre revista a principios del siglo XVIII que se llamaba The Spectator, sobre la cual, por cierto, Ortega y Gasset tomará precisamente para sus propios intereses el nombre. Entre esos ensayos que se publican en esa revista, destaca el ensayo de Joseph Addison. Está publicado, este sí, en la Balsa de la Medusa, en la editorial Antonio Machado, titulado Sobre los placeres de la imaginación. Joseph Addison se hace célebre por ser un gran autor, por tener una excelentísima pluma, pero sí que es cierto que para nosotros en estética es muy importante, no solamente por ser uno de los grandes autores que articula otro gran tema de la estética, como es la retórica de lo sublime, y que ayuda a fundamentarla, sino porque también fue el autor, uno de ellos, junto quizá a Hume, Hassison también, por supuesto, que más habló y que más defendió precisamente eso, los placeres de la imaginación. Y allí se daba cuenta de una cosa, y es que los placeres suscitados por la imaginación en realidad son placeres, digámoslo así, un poco absurdos, porque son placeres y la imaginación en sí misma, siendo como es capaz de provocar placeres, sin embargo, los placeres que provoca son placeres, vamos a decirlo así, ahora se diría, gracias a Noel Carroll, que es un autor de estética contemporánea, de la Escuela de la Estética Analítica, él diría que son placeres ficcionales, es decir, placeres de alguna medida, pasiones en alguna medida, que se reconocen a sí mismos como nacidos a partir de algo que no es, o sea, que no es realidad, que no está ahí, sino que cuando yo leo, por ejemplo, las aventuras de Harry Potter, pongamos por caso, pues yo me lo paso pipa leyendo las aventuras de Harry Potter, me imagino todo lo que le sucede a Harry Potter, pero en realidad no hay ningún interés en el acto. Leer, o no habría un interés, vamos a decirlo así, utilitario, o tristemente siempre el problema, ¿no?, o un interés monetario. De tal forma que Joseph Atkinson también decía esto y asociaba al concepto de imaginación, asociaba también este concepto del desinterés, De alguna manera, es casi lo que nos queda últimamente en España. Por lo menos soñar es gratis, que decía mi abuela. Y efectivamente, soñar es gratis e imaginar todavía es más gratis. Es todavía gratis. Bien, volvamos a Kant. Hay un autor que no está de acuerdo con esto y que armó una polémica muy importante. Si podamos, lo veremos después. Pero bueno, Kant recibe esta influencia de estos autores en torno precisamente al interés y al desinterés. Lamento que hayamos sido tan deprisa. Si les parece, después nos detenemos un poquito más. El caso es que Kant definió el interés de una manera magistral. Él decía que el interés era, y cito textual en la sección 1 de la Crítica del Juicio, dice que el interés es la satisfacción que enlazamos con la representación de la existencia de un objeto. Entonces, repito, la satisfacción que yo enlazo con la representación que tengo de la existencia del objeto. ¿Esto qué significa? Cuando intento explicarle esto a mis alumnos siempre se lo digo con un lenguaje figurado. Y que me van a permitir ustedes que lo utilice sencillamente porque creo que es el más fácil, ¿no? Sabiendo que estamos traicionando en alguna medida el rigor de Kant, ¿no? Pero de alguna manera podríamos decir que cuando yo tengo un interés en algo, ese algo en algún modo, en algún nivel, me importa. Me afecta de alguna manera que no podríamos decir que fuera desinteresada, sino que es como si yo tuviera alguna necesidad o alguna pulsión que hace que tenga o que quiera intervenir en ese objeto o en esa situación. Es evidente entonces que, claro, esto es difícil en el campo de la estética puesto que el mismo Kant en la misma sección decía que hacer de juez en cuestiones, que para hacer de juez en cuestiones de gusto no hay que preocuparse en modo alguno por la existencia de la cosa, sino ser totalmente indiferente a este respecto. Es básicamente lo que venía a decir Addison. ¿De qué más da que exista o no exista Hogwarts si me lo paso pipa? Al margen de que exista o no exista, no me importa si existe o no existe. El caso es que yo creo un universo ficticio, etcétera, etcétera, a partir del cual disfruto, ¿no? Esta desinterés respecto a la existencia del objeto equivale entonces, en alguna medida, y así es como lo entenderá Schopenhauer, que será un autor que entienda muy bien a Kant desde muchos puntos de vista, pero especialmente en este, sería como si hubiera una suspensión de la voluntad. Eso no significa que desaparezca. significa que se queda en suspenso, simplemente no se activa la voluntad, una suspensión de la voluntad de intervenir sobre el objeto. He cogido un ejemplo que creo que les va a sonar, la playa de Oforno de La Coruña. ¿Por qué pongo este ejemplo? Es un pequeño ejercicio que podemos hacer a raíz de lo que nos dice Kant. Pensemos en una imagen, en esta imagen, en la playa de Oforno y pensemos a partir de la filosofía kantiana entre tres tipos de actitudes o de disposiciones anímicas de tres personas antes incluso de llegar a ver este objeto estético. Porque estamos hablando, al fin y al cabo, de actitudes que son disposiciones, o sea, no estamos posicionados. Y pensemos, por ejemplo, en el típico turista, de hecho tengo una imagen que me encanta, el típico turista que lo más probable es que arda en deseos y esa sería su disposición de sumergirse en las olas, de refrescarse, de pescar, de tomar el sol. Con un interés, evidentemente muy claro, por satisfacer sus necesidades corporales, permítanme, de sol y playa. O de ponerse como un cangrejo, que es lo que suele suceder con muchos turistas, por no usar la palabra en la que todos estamos pensando. Esta actitud, evidentemente, no podríamos decir que fuera una actitud estética, genuinamente, porque está interesada en saciar un apetito y cuando de hecho vea la playa de Oforno, lo que le va a suceder es que va a querer intervenir en el objeto. Digámoslo, se va a querer meter en el agua, se va a querer tumbar. No sé si me siguen ustedes, es decir, el ejercicio de la voluntad va a estar en plena efervescencia. Pues bien, cuando la consecución del placer o cuando la complacencia interesada se producía, dice Kant, en la sensación misma o cuando la sensación misma gusta los sentidos, la persona que contemplando la Marina de Nuestro Ejemplo tiene deseo de bañarse, tiene deseo de beberse un refresco, tiene deseo de tumbarse en la arena, cuando no trasciende siquiera. Cuando no trasciende ese deseo o esa satisfacción del deseo de la mera sensorialidad, de la mera satisfacción de la sensación, entonces hablaríamos del sentimiento estético de lo agradable. De tal forma que esta disposición sería una disposición interesada basada en la complacencia agradable. ¿Cuál es la complacencia agradable? La que place de forma inmediata, la que produce además, dice Kant, deleite. Y, en esta actitud interesada, en esta complacencia agradable, el deseo nace de la inclinación. Es decir, incluso tiene mucha fuerza visual. Es como si el sujeto tendiera hacia el objeto y no pudiera librarse de esa inclinación. El deseo, por lo tanto, nace de un querer más. Yo siempre pongo a mis alumnos el ejemplo del merengue. Cuando uno está comiendo merengue, el primer bocado... A mí siempre me pasa, yo soy muy goloso y siempre me sucede que me entra una profunda tristeza porque se va a acabar. Y, sin embargo, al tercer bocado de merengue, estoy hasta aquí, de arriba del merengue. Entonces, bueno, ¿qué ha sucedido aquí? Bueno, es que, claro, el extremo de lo agradable es lo repugnante. Cuando uno está harto, por ejemplo, de comer algún tipo de snack, pues a la hora le sucede... ¿Quieres algo más? Porque no, es porque estoy harto, porque estoy hasta aquí. Entonces, claro, es un deseo que no trasciende la mera sensación, que es muy legítimo y que es el propio del turista de sol y playa. Pensemos, por el contrario, en una persona... Les voy a confesar que iba a poner otras imágenes, pero he preferido poner una imagen más simbólica. Una persona que se limitara o que supiera reconocer los objetos precisamente como objetos útiles para satisfacer necesidades o para satisfacer esas complacencias agradables. Y pensaba en un especulador inmobiliario, pensaba en un constructor de esos que han construido España, ¿no?, en gran medida. Entonces, claro, ese constructor, cuando se refiere, cuando se enfrentara a esta playa de O'Forno, o incluso ya tomando una disposición muy concreta, pensaría en ella desde una perspectiva estrictamente utilitaria, a saber, en las bondades, pensaría en las bondades de esa playa para satisfacer precisamente las necesidades del sujeto uno, del sujeto turista de sol y playa. De instalar, pues, lo que se pueden imaginar ustedes, ¿no?, necesidades de turistas, tales como bloques de pisos, tales como restaurantes, tales como todo esto... En fin, creo que estamos hablando, ¿no? Claro, el constructor, el señor Monopoly, él piensa que la playa es bueno en términos kantianos. Así definía Kant lo bueno como sentimiento estético. Aquello que gusta gracias a la razón mediante el mero concepto. Es decir, realmente al señor Monopoly le da lo mismo que sea o no agradable. En el sentido estrictamente kantiano. Lo que le interesa es que hay un concepto según el cual quedan satisfechas una serie de condiciones. De tal manera que en la complacencia utilitaria también hay una actitud interesada o puede haber una actitud interesada apoyada en una complacencia utilitaria que sería y que cumpliría con lo siguiente. Si el presidente place de forma inmediata, produce además valoración y aprobación, el señor Monopoli no se deja engañar por sus sentidos o por si es agradable o no. El señor Monopoli vería la playa de forno y diría, emitiría un juicio valorativo en virtud de convertir ese objeto en un medio para conseguir unos fines y lo aprobaría. Porque efectivamente, si se lo diéramos esto a alguno de los individuos que ya conocemos o constructores sencillamente que tienen buenas ideas, pues dirían, vaya, aquí se... Aquí se pueden construir muchos pisos, aquí se puede hacer mucho trabajo, no necesariamente pisos, digamos, a lo litoral mediterráneo, sino también pisos, por ejemplo, o no sé, o ecocasas y demás, que hay muchas opciones, ¿no? Y el deseo en este caso nace del interés, o bien en el fin, en convertir el objeto como un medio, o bien en el fin en sí mismo. Esto cae fuera de nuestra perspectiva, pero podríamos hablar más adelante. Por último, tendríamos a un tercer individuo, he elegido un estudiante de universidad, por ejemplo. Que se refiriera a este objeto y que se apoyara precisamente en lo que decía Salzburg, ya sabéis, en un puro ver y mirar. Osborne lo dice así también, una expresión muy bonita, en un ojo inocente, que tuviera un ojo inocente, un ojo libre de intereses, que simplemente se limitará a contemplar y disfrutar de ese objeto for its own sake, es decir, por sí mismo, porque sí, sin más. Entonces, lo que se produce ahí, eso sería una actitud estrictamente desinteresada. Que puede además buscar una complacencia estética. Esto es un detalle a tener en cuenta. Evidentemente, no todas las disposiciones desinteresadas terminan necesariamente en la obtención de una experiencia estética o se refieren a objetos estéticos. Pero no es menos cierto que sí que es una condición necesaria el hecho de mantener una disposición estética, una actitud, perdón, estética, el hecho de partir del desinterés. ¿Y qué es lo que sucedería según Kant? Si partimos de esa complacencia estética, nos gustaría lo que viéramos o nos disgustaría inmediatamente, se produciría en todo caso gusto puro y lo más importante es que no hay deseo de intervenir alguno sobre el objeto. Hay varios textos al respecto en la historia del pensamiento que además se encuentran curiosamente en lugares que no necesariamente son manuales de estética. Por ejemplo, hay un texto muy clásico de Aristóteles que no está en la poética ni en la retórica sino que está en la ética a Eudemio y allí está Aristóteles caracterizando la intemperancia. Saben ustedes que en esa obra, como en la ética de Nicómaco también, va desgranando, por así decir, pasiones en las cuales los seres humanos nos vemos a veces abocados. Y entonces va censurando algunas de ellas. Va alabando otras. Pero en el caso de la intemperancia, Aristóteles que era un tipo muy serio y muy temperado, cabe decir, pues sin embargo, criticándola mucho, salvaba una situación posible en la cual se produjera la intemperancia. Les voy a leer el texto. Por cierto, estos textos se los pasaré después al profesor Julio Ustale para que los cuelgue en la página de materiales y puedan disponer de ellos. En cualquier caso, se pueden encontrar en muchas historias de la estética o repertorios de estética. Y allí Aristóteles dice lo siguiente. Si alguien contemplando una estatua, un caballo o un hombre bello, bueno, tengan ustedes en cuenta que Aristóteles parte de una concepción de la belleza de corte objetivo. Hay una idea de belleza para todo el mundo, ¿no? Pero bueno, en cualquier caso creo que podamos acercarnos a su idea, ¿no? Si alguien contemplando una estatua, un caballo o un hombre bello, o oyendo cantar, no desea ni comer, ni beber, ni entregarse los placeres del amor, sino que solamente desea contemplar las cosas bellas u oír a los que la canta. No podría ser considerado intemperante, como tampoco de hecho los seducidos por las sirenas. Saben ustedes que en la Odisea, en el canto 12, cuando Circe le avisa a Odiseo, a Ulises, de que se va a encontrar con las sirenas, sin embargo le dice, bueno, si quieres escuchar su canto, haz por lo menos una cosa, que los marineros se tapen con cera los oídos y tú... Atate a un mástil y limítate a escuchar Entonces allí lo que decía Les he traído el texto, dice allí Odiseo Desde Homero En mi pecho yo anhelaba escucharlas Frunciendo mis cejas mandaba a mis hombres soltar la atadura Bogaban doblados sobre el remo Y en pie Perimedes y Euríloco Son dos compañeros de Ulises Echando sobre mí nuevas cuerdas Forzaban cruelmente sus nudos ¿Qué es lo que pasa aquí a Odiseo? Odiseo no es culpable de este acto de intemperancia En el cual él, ojo, desea Y esta es la clave, desea anhelar Si cupiera algún deseo En la actitud estética Si cupiera, que no cabe Sería el propio deseo De mantenerse en esa actitud contemplativa Por lo tanto, claro, no cabe Pero si alguno cupiera Sería justamente ese El único deseo de contemplar El único deseo de mantenerse en esa suspensión De la voluntad El problema está en que cuando caemos de esa suspensión de la voluntad Y caemos en la voluntad Pues es lo que le pasaba a San Agustín Cuando caía de sus experiencias místicas Que por cierto son muy parecidas estructuralmente A las experiencias estéticas Yo deseaba volver otra vez a la fuente del no deseo Pero claro, para poder volver a la fuente del no deseo Hay justamente que dejar de desear En cristiano y nunca mejor dicho Es muy difícil adoptar una actitud estética Una actitud, por lo tanto, desinteresada Les leo el último texto de Schopenhauer Donde Schopenhauer Creo que es que elige Si no a lo mejor una de las más bellas metáforas Para expresar Esa actitud estética Conducente precisamente A la conversión del sujeto En un espejo del objeto Y dice Schopenhauer Cuando el hombre en el mundo como voluntad de representación En la sección 34 Dice Cuando el hombre no investiga dónde, cuándo, el por qué Y el para qué existen las cosas Sino únicamente Lo que las cosas son Cuando no se entrega tampoco al pensar abstracto Sino que concentra toda la fuerza De su espíritu en la visión intuitiva Tengamos en cuenta que intuición En el periodo romántico Y todavía en el periodo de Schopenhauer Significa una aprehensión del objeto De forma tal que no hay intermediación alguna Por lo tanto, en la visión intuitiva Absorbiéndose enteramente en ella Y llena su conciencia Con la tranquila contemplación De los objetos naturales Dice, perdiéndose en estos objetos, es decir, olvidándose de sí mismo y de su voluntad y convirtiéndose en puro sujeto, en claro espejo del objeto, de tal modo que parece que el objeto está solo, sin el ser que lo percibe, y que no se puede separar el sujeto que percibe de la percepción misma, sino que ambos son una misma cosa, porque la conciencia en su totalidad está completamente ocupada y llena por una sola imagen intuitiva. Entonces, el individuo es puro sujeto del conocimiento, por encima de la voluntad, de la pasión y del tiempo. Es decir, yo creo que una de las claves está en este momento en el que dice que casi el sujeto está completamente ocupado en el objeto. La tercera persona que vemos ahí, cuando está en esa actitud desinteresada, está completamente ocupado en el objeto. Es decir, no está preocupado como el señor Monopoli. El señor Monopoli se preocupa de que el objeto contemple la posibilidad de que unos fines se lleven a cabo. Y el primer sujeto, evidentemente, está preocupado porque se sacien sus apetitos. Tres formas de dirigirse al objeto, tres formas de apreciarlo. Bien, vamos a intentar ir concluyendo y vamos a intentar definir la actitud estética. Sabiendo todo lo que nos han dicho estos autores, sabiendo sobre todo lo que nos dice Kant, que sería el gran pensador de la satisfacción estética desinteresada, la pregunta es la siguiente. En serio, ¿podemos adoptar una actitud estética o no? Pensemos en Billows con el unidadero de Duchamp y pensemos en una actitud interesada en lo agradable, que sería la que podemos reconstruir, podemos hacerlo. En el caso de Billows, lo que se produce es, en primer lugar, una observación atenta y detenida del objeto, pero en términos de funcionalidad. Claro, tengamos en cuenta que Billows hemos dejado sentado que tiene una definición de obra de arte y tiene una definición de arte. En consecuencia, esa obra de arte ha de ser evaluada, en primer lugar, desde su pertenencia al dominio de obras de arte. Por lo tanto, ya en el primer punto, tras esa observación nos damos cuenta de que esto tiene mal camino, de ser considerado mala obra de arte. En segundo lugar, se subsume el objeto bajo una definición que puede hacer las veces de regla, bajo un concepto sería más adecuado. Urinario, es decir, lugar destinado, en fin, lo que pone ahí. Y a partir de ahí se emiten dos juicios, hemos dicho antes, determinantes, o sea, con base de determinación objetiva. Esto es un urinario. Y en segundo lugar, esto no es una obra de arte. En tercer lugar, se produce una evaluación estética porque estamos hablando de una actitud interesada en lo agradable, pero antes de eso, se produce una evaluación estética en términos de funcionalidad, del diseño y de la situación. Se produce una evaluación del objeto en virtud de su adecuación al concepto y, en consecuencia, a un fin. Y se emiten dos juicios estéticos reflexionantes basados en lo bueno, en lo bueno para algo. En primer lugar, este urinario es bueno para orinar, se entiende, claro. Y en segundo lugar, este urinario no es bueno para ser una obra de arte porque no cumple con el concepto. Sin embargo, en este caso ya tenemos juicios reflexionantes. En cuarto lugar, tenemos la emisión final del juicio reflexionante C. Este urinario es desagradable. Es desagradable. Su situación es desagradable que esté aquí. Es desagradable que esté entre obras de arte. No encontraba a un autor, a una persona mejor y he pensado en Óscar Pereira que, al fin y al cabo, pues es de su tierra, ¿no? Yo soy de Zaragoza, entonces, claro, pues hubiera elegido otra persona, pero bueno, puede ser. ¿Qué le sucede a Óscar Pereira cuando le ponemos delante...? Habría que preguntárselo. Pero cuando le ponemos delante, por ejemplo, la rueda de Duchamp sobre tabureta de madera. Lo mismo que Billows tendría una observación atenta y detenida del objeto en términos de funcionalidad. Como es una actitud interesada en lo útil, evidentemente ya sabemos que la satisfacción interesada tiene que cumplir con unos fines. En segundo lugar, se subsume el objeto bajo una definición que hacen las veces de regla. Particular rueda de Duchamp o rueda de bicicleta dentro de rueda de bicicleta. Y en consecuencia surge un juicio determinante. Esto es una rueda de bicicleta. Se evalúa estéticamente el diseño y la situación del objeto en virtud de su adecuación a la regla y, en consecuencia, a un fin. Se emite, por lo tanto, un juicio reflexionante. La rueda de bicicleta es buena para montar en bici. Y, en cuarto lugar, por lo tanto, aunque ya se habría emitido, se emite un juicio estético basado en una satisfacción estética de lo útil. Y, en consecuencia, no pasaría nada. Quiero decir, es normal que Oscar Pereiro vea esa rueda y, sobre todo, piense en términos de ciclista. Eso no significa que no pueda cambiar, y esta es la clave, la actitud de ciclista por una actitud, digamos, de contemplador de obras de arte. O sea, la actitud utilitaria por una actitud estética. ¿Qué le pasa a Walter Ahrensberg cuando ve esto? Cuando ve estos dos objetos. Lo mismo. Observa atenta y detenidamente ambos objetos. Los subsume bajo una definición que hace las veces de regla, la rueda de bicicleta o el urinario, pero los subsume bajo la condición de ser objetos estéticos. O sea. En primer lugar, sensibles. Destinados a la sensibilidad. Y emite un juicio determinante. Se mide como se mide, ambos objetos son objetos estéticos. Disculpe. En tercer lugar, procura una suspensión de la voluntad en términos de evaluación del diseño y de la funcionalidad del objeto. Es decir, no nos preocupemos por la funcionalidad. Dado que está aquí, abordémoslo. Y los contempla por sí mismos. Porque sí. Sin más ni más. Sería el concepto de Shaftesbury, for its own sake. Y en cuarto lugar, es lo que, justamente con lo que empezábamos la charla, ¿no? Se libera al objeto de las finalidades funcionales y se adopta una actitud desinteresada. Una actitud desinteresada cuyo fin parece el de facilitar una experiencia estética de lo bello en términos kantianos. O en todo caso, la adquisición o la ejercitación en un ojo inocente. Un ojo inocente que sea capaz de juzgar las cosas o de verlas, a ver si es posible, al margen de intereses ajenos a los objetos. Bien. En estos cuatro últimos minutos les pongo en... Les voy a dar unos cuantos nombres por si les interesan, pero me voy a centrar en una obra que es una obra introductoria en el campo de la estética. Si alguno de ustedes es ya muy abezado en estudios de estética, pues espero que me disculpe, pero prefiero pensar en aquellas personas que no tienen conocimientos, ¿no? Es una obra de John Hospers que se llama Lecturas Introductorias en Estética, Introductory Readings in Aesthetics, que se puede conseguir fácilmente por Amazon o por cualquier servidor de libros, y es uno de los grandes defensores de la actitud estética desinteresada o de la actitud estética como una herramienta fundamental para poder abordar objetos desde una perspectiva estética. Y él la definía desde tres puntos de vista. En primer lugar, la define así. La atención estética es una atención desinteresada y simpatética hacia y contemplación de un objeto, cualquiera de la intuición por su propio fin. El término inglés que utiliza es for its own sake, es decir, el mismo concepto de Statsbury completamente reactualizado. Y cumple con tres características. En primer lugar, es una actitud que no puede ser práctica. No podemos adoptar la actitud del señor Monopoli, porque en caso que si adoptamos esa actitud, está claro que no vamos a adoptar una actitud estética. No significa que la actitud estética sea la mejor. Es evidente que, por ejemplo, un comisario de una exposición artística, si lo que pretende, además... es vender obras de arte y sacar, de alguna manera, algún beneficio, pues tiene que adoptar un criterio de corto utilitario. Desde mi punto de vista cuestionable, es que adopte siempre ese criterio o esa actitud siempre utilitaria. En segundo lugar, no puede ser una... Esto es un poquito más difícil de explicar, pero no puede ser una actitud personal, en el sentido de que personalice las cosas. Esto sobre todo, dada mi situación como profesor, en una Escuela Superior de Arte Dramático, es muy... es difícil de explicar. Si yo, por ejemplo, voy a ver una obra de teatro, pongamos... Imagínense, voy a ver una obra de teatro como Texas Verdes, de Fermín Cabal, no sé si han leído, es justamente una obra que trata sobre los desaparecidos en la dictadura chilena. Ahora, si yo voy a ver esa obra de teatro y estoy, por ejemplo, sumergido en un proceso de exhumación de cadáveres de la guerra civil, pues obviamente no parece que esté yo posicionado en el mejor de los casos, en la mejor de las actitudes, si efectivamente lo que quiero es adoptar una actitud estética. No sé si me explico, es decir, me estoy poniendo obstáculos a mí mismo si yo quiero adoptar una actitud estética. Del mismo modo sucede, no sé, un ejemplo que me puso una alumna que me hizo mucha gracia, pero es cierto que es verdad, o sea, que si yo cojo Love Story, la película, cuando me ha dejado mi novio, obviamente esa película no la estoy tomando desde un punto de vista estético. Digo, hombre, yo creo que no, te falta el bote de helado y llorar toda la tarde, es decir, estoy usando la película para otra cosa, que no sea la apreciación estética. Es verdad que es una cláusula conflictiva. La tercera cláusula sería la de que una actitud estética no puede ser cognitiva. Sobre esto hay muchísima literatura porque es que, claro, incluso en España hay una profesora que tiene varios artículos en torno a este tema, la profesora María José Alcaraz, sobre la cognición en el aspecto de las experiencias estéticas. Pero en todo caso, digamos que una actitud estética no nos dispone anímicamente a la generación, adquisición, confirmación. O invalidación de conocimientos. Esto es particularmente relevante, y perdonad que ponga otro ejemplo teatral, por ejemplo, con autores como Bertolt Brecht, con esa célebre doctrina del extrañamiento. Brecht lo que justamente buscaba era sacar al espectador de una actitud estética para situarle en una actitud cognoscitiva, de tal forma que, por ejemplo, contemplando la obra de Vida de Galileo, el espectador no solamente se sometiera a un proceso de empatía y de identificación sentimental con Galileo o con los personajes, sino que su idea era que cuando el espectador estaba sumergido en ese proceso empático, es decir, completamente abstraído, completamente convertido en espejo del objeto, en ese momento introducir alguna técnica escénica, sacarle de esa posición para que se diera cuenta de repente de un aspecto, por ejemplo, vinculado al hecho de que Galileo tenía una conciencia de clase muy férrea. Además de clase alta frente a su discípulo. A ver si me explico, perdón. La estrategia es completamente válida desde un punto de vista artístico y ahí Brecht era un tipo muy listo porque lo que sabía era el poder que tenía la actitud estética y el poder que tenía la obra de arte para sumergirnos en un proceso de este calado. Bien, en todo caso también se habrán percatado ustedes de que es un tema conflictivo. Bullock es un autor, un psicólogo del principio del siglo XX, es quizá quien más ha trabajado esto y él decía que en gran medida que la actitud estética implicaba una distancia psíquica con respecto a lo que vemos. De tal forma que los procesos empáticos sentimentales en las películas y en las obras de teatro, por ejemplo, o en las novelas no serían válidos como criterios para, de alguna manera, obstaculizar. Bueno, impedirían, perdón, dificultarían nuestra posición estética. En todo caso son ideas interesantes y que si les parece podemos trabajar ahora en el coloquio. Lamento haberme excedido un minuto sobre el tiempo pactado y espero no haberles aburrido mucho. Muchas gracias por haber asistido. Bueno, les recuerdo que yo me dedico a la clase. En consecuencia, a mí me gustaría que hiciéramos preguntas como si estuviéramos en una clase porque creo que lo estamos. Que la sala es maravillosa, pero bueno, no deja de ser una clase. O sea que con total confianza. Si a alguien le interesa contrastar material, enviar material o facilitar referencias biográficas, pues les dejo ahí mi dirección de correo electrónico por si estuvieran interesados. Estaré, vamos, encantado o no, estaré entusiasmado de poder compartir. Yo creo que es uno de los problemas, no creo que sea patológico, creo que es uno de los problemas más interesantes que plantea el concepto de actitud estética, como es su vínculo estrecho con la moral. Un vínculo precisamente porque no está ese vínculo. Es decir, según lo que hemos defendido aquí, una persona puede efectivamente contemplar escenas moralmente horribles, moralmente muy cuestionables, y sin embargo adoptar una actitud estética. El problema, digamos, sería qué estrategias se pueden utilizar para eso. Yo le voy a poner un caso que siempre sale en una asignatura que imparto en mi escuela, que es justamente teoría de los espectáculos, teoría e historia de las artes del espectáculo. Y una pregunta que siempre les pregunto a mis alumnos a principio de curso es si consideran que las luchas de gladiadores en la antigua Roma eran o no eran espectáculos. Y obviamente lo son. Hay siete características por las cuales algo... O puede ser espectáculo, y desde luego el espectáculo de la lucha de gladiadores cumple con ellas. Pero siempre hay un alumno que pregunta, bueno, pero ¿y esto no les cansó? No se daban cuenta realmente. Estaban tan incapacitados para ver que esto era espeluznante. Cicerón, por ejemplo, el padre del concepto de humanitas, en uno de sus textos se queja, insisto, es el padre del concepto de humanitas, hijo de su época, pero se quejaba de la falta de técnica de los gladiadores, por ejemplo. Es muy interesante ver la historia, yo no soy un especialista en concreto en este campo, pero creo que nos puede servir para trabajar. Es muy interesante ver cómo las luchas de gladiadores empezaron de alguna manera con un aspecto estrictamente ritual, casi de corto religioso, para honrar a la memoria de ciertos fallecidos, y cómo se fueron dotando de toda una infraestructura que contaba al menos con cuatro características muy interesantes desde el punto de vista artístico, como eran la inclusión de una indumentaria propia de cada gladiador, y la tipología de gladiadores es, pues casi como si uno se pone a jugar una de esas maquinitas de luchadores y yo me cojo al que boxea, o me cojo... O sea, teníamos al Samnita, teníamos al Retiarius, teníamos una serie de jugadores, cada uno con su indumentaria específica. En segundo lugar, con una técnica de combate específica. En tercer lugar, con una incluso tipología de personaje. Es decir, con un proceso que les llevó incluso en cuarto lugar a crear grandes escenografías o quizá más correctamente sería decir, a introducir procesos de ficcionalización en los cuales los gladiadores no eran simplemente cuatro tíos que se pegaban de leches, sino que en realidad los gladiadores ya no eran gladiadores, sino que estábamos viendo como en la película precisamente de Gladiator, que a pesar de que tenga muchos problemas de corte histórico, la ficción está bien. Y de repente vemos en esa película y los romanos ven... Y ven cómo no son gladiadores pegándose entre sí. No, no, no. Son cartagineses luchando contra romanos y en concreto luchando contra Aníbal. Entonces, claro, todo esto para decir que no es el mismo espectador el que se enfrenta a una pelea callejera que el segundo espectador que se enfrenta a todo un proceso intermedio, de alguna manera, de naturaleza estética entre lo que efectivamente está sucediendo ahí y lo que yo estoy viendo. No sé si me explico. Piensen, por ejemplo, en la tauromaquia. A muchas personas les sucede lo siguiente. Muchas personas... Bueno, me confieso. A mí me pasa. A mí, estéticamente hablando, la tauromaquia me chifla. No lo puedo evitar. Piensen ustedes que Kant me libera. Dice, bueno, diga, mire, es que si no pasa la barrera del gusto, pues bueno, de la sensación, pues es lo que hay. Sin embargo... Moralmente, me parece una cosa espantosa. Me decía usted, es patológico. Yo soy un esquizofrénico estético en ese sentido, ¿no? Pero claro, es que no es lo mismo, por ejemplo... Yo vengo de... Mi escuela está ubicada en la ciudad de Valladolid. Saben ustedes que hay una... Bueno, que se celebra en una ciudad cercana a Valladolid una polémica festividad que se llama el Toro de la Vega. digamos que habría cierta técnica en el manejo de ese animal con lanzas y demás, pero que aquello, sin ánimo de entrar en polémicas, pero que aquello sinceramente a veces parece un tumulto de personas que sanguinariamente torturan a un animal. No es lo mismo ver, ser un espectador de ese espectáculo, de esa persecución de ese animal, donde no hay técnica alguna, donde no hay elementos estéticos para juzgar a algunos, que sin embargo la tauromaquia. Y sin embargo, en línea con lo que usted dice, ¿es posible adoptar una actitud estética? Vaya que sí es posible. Le digo yo que a mí me encanta la tauromaquia y sin embargo moralmente la desprecio por completo. De tal forma que claro, la actitud estética no nos... digamos que tendría, sintetizando al máximo, como una versión en positivo, frente a, por ejemplo, ciertas políticas que se están manteniendo ahora en nuestro país. Hay que producir, todo tiene que servir. Hay que producir para algo. Oiga, mire, los niños afortunadamente no sirven para nada y nos encantan los niños. La filosofía no sirve para nada. Menos mal que no sirve para nada. Decía Fernando Sabater, porque no sirve a nadie. Bueno, el caso es que hay cosas que no sirven a nada y las podemos apreciar sin necesidad. O sea, hay cosas que está bien que las apreciemos, sin pensar utilitariamente. Ahora bien, es verdad que caer en el extremo contrario sería de lo que avisaba Kant. Ojo, que si la esfera de lo estético... Si la esfera de lo estético se adueña de todo, pues entonces podemos convertirnos, por poner un ejemplo que todos conoceríamos, en una corte, en esas fiestas romanas, donde lo único que se buscaba era la satisfacción estética inmediata. Eso nos vaciaría por dentro de muchos criterios. En consecuencia, yo creo que no le pasa nada, que no hay ningún problema en adoptar una actitud estética frente a cierto tipo de objetos. Hay un autor, ahora mismo no me acuerdo el nombre, un escultor alemán que descubrió que era anatomista y descubre un proceso, acuña un concepto que es el de la plastinación, que es precisamente, no recuerdo cómo se llama el artista, que además hizo negocio y sigue haciéndolo. Bueno, hay espectadores que frente a esas obras de arte reconocen que podrían adoptar esa actitud estética, pero no quieren, porque la propia fuerza moral del acontecimiento eso lo impide. Pero sí que creo que es un tema de los más interesantes, sin lugar a dudas. Muchas gracias por venir y por estar aquí.