Buenos días, ¿se escucha? Hola, buenos días, ahora sí. Con esta conferencia terminamos el curso que en palabras de Paco está resultando interesantísimo. Pues comenzamos. Iba a hacer una primera señalar, digamos, que esta ponencia que voy a dar en realidad es una invitación en el fondo de Manolo a que investigue este animal. Ayer comentaba Julián que él había elegido la gallina y gallo. Manolo había elegido la serpiente. Además fue el primero en elegir en esta cuestión de este grupo de investigación que tenemos esa metodología. Es tan bonita de quedar y elegir lo que nos apetezca. Bueno, el caso del perro no es que me apeteciera, pero me dijo Manolo, ¿y tú haces el perro? Digo, vale. Y he de decir que estuve con, digamos, yo siempre he intentado hacer trabajo de campo sobre los temas y bueno, fui a alguna cacería, etcétera, etcétera, pero no encontré gran cosa. Entonces, esto que voy a hacer, es un poco método trujillano, de Trujillo, que espero os guste. Es una especie de viaje. Bueno, en el salón de la casa de mis padres hay una fotografía expuesta de cuando yo tenía aproximadamente ocho años. Es una imagen grupal en la que aparezco junto a mi hermana Laura y una vecina llamada María José, una chica sobre la que, por cierto, los mayores murmuraban con la posibilidad de que fuera mi futura pareja. Menos mal que no fue así. Sí, pero no creo que... Iba a decir murió. Bueno, es una imagen grupal en la que aparezco junto a mi hermana Laura y una vecina llamada María José. Si somos tres niños los que rodeamos el centro de la escena, el protagonista en realidad es otro, un enorme perro de raza mastín llamado Roper y a quienes las niñas tocan con familiaridad. Para un niño, tocar a un gran perro supone siempre una mezcla de admiración y respeto a partes iguales. El mismo perro que te lame puede ser el que te coma. Y sentir que uno controla esas fauces genera siempre una mezcla de ternura precavida, es decir, fascinación y terror a partes iguales. Como si uno hubiera conquistado desde ese diminuto tamaño el control de un gran animal. Esta imagen... ...me recuerda al cuadro de Tiziano de niño con perro y que era para John Berger un símbolo de la espera y de la dicha. Como en el de Tiziano, aquí el único personaje que mira a cámara es el perro. Sin embargo, a diferencia de la espera, señalada por el crítico de arte inglés, aquí ese perro gigante que aparece junto a los niños de una manera amable y al mismo tiempo graciosa, esa en la que casi se pueden ver cabalgar hacia el horizonte sobre él, introduce en la escena cierta idea de fabulación, la de esos seres descomunales que acompañan a niños en aventuras literarias, como la de Tom Sawyer y su perro Bull, o la de los cinco con su perro Timmy, o aquella de la historia interminable de Michael Ende que tantas veces había visto yo y donde un perro blanco, que dicen que es un dragón, rescata al protagonista de las fauces de un perro negro con los ojos ensangrentados que traía a su paso el mal llamado la nada. Aquí en esta imagen la aventura, la potencia, el rollo de cartón, seguramente perteneciente al papel de plata con el que mi madre envolvía los bocadillos, y que sostengo en mis manos a modo de catalejo. Quien pueda mirar a través de él, observará todo lo que nos depara el destino. Un destino que en realidad ya está escrito en la camiseta que lleva puesta, para tal ocasión, mi yo de los ocho años. En ella se puede leer, to be or not to be. Este texto que aquí propongo no deja de ser un... Una especie de viaje, contenido en la relación entre el ser y el no ser, de ese animal que me acompaña. Pues es precisamente la frontera entre el ser y el no ser, entre el to be or not to be, donde se ha situado gran parte del despliegue simbólico que el ser humano ha encontrado en este animal. La raza del perro que vemos en la imagen es la del mastín. El diccionario de autoridades... De 1734 señala. Perro grande y fornido, cuya casta, dicen los más, ser mezcla de perra y lobo. Y por eso mismo se ha dicho Mastín cuasimixtín. Mastín tiene la cabeza grande y redonda, las orejas largas y caídas, los ojos encendidos, la boca rasgada y regularmente húmeda y babosa, los dientes fuertes y gruesos, el cuello corto, el pelo ancho, los pies y manos nervudas, el pelo largo y algo lanudo. Aplícanle ordinariamente a la guarda de los ganados y es... Fidelísimo y muy valiente contra los lobos. No son buenos para caza, sirven para guardar las casas y ganados por ser fuertes y a estos llama Platón Sagaces y Barrón dice que los más estimados son los molosos, que llamamos Mastines. Aquí ya vemos algunos elementos que nos acompañarán a lo largo de este viaje. Dientes fuertes, ojos encendidos. Boca húmeda y babosa. Pero también el ser fidelísimo para con los hombres, a los que guarda su casa y su ganado, y valiente para con los lobos. Esta es la imagen de Tiziano. Y aquí vemos al perro defendiéndose del lobo, guardando el ganado. En los términos de lo señalado en el diccionario diríamos que el perro mantiene dos actitudes, una tranquila para con los humanos y otra feroz para con el resto. La domesticación que el hombre hace de este animal tiene por tanto dirección doble, manso para adentro y bravo para afuera. Según el diccionario, la bravura se acomete en buena medida contra los de su misma especie. El lobo. que es en realidad la versión no domesticada de sí mismo y que lo pone a prueba sacando su ser más salvaje para atacar al intruso. Estar al lado de los hombres o lejos de ellos es la tensión de Buck, el perro que describe Jack London en La llamada de lo salvaje, el animal que hace el camino inverso de la domesticación al integrarse en una manada de lobos. Esa tensión, esa frontera entre lo doméstico y lo salvaje, está en la base de una característica esencial del perro, la de ser seres fronterizos. Esa zona intersticial es la que representa un animal que abandona a su especie acercándose a otra, la humana, colocándolos de manera permanente en el umbral. El perro es umbral. Tan fiel como rabioso, tan manso como feroz, el perro tiene una pata en la casa de su amo y otra fuera. La tensión que se da entre el ser fiel para los hombres y feroz para los de su misma especie los convierte en primer término en un traidor de la naturaleza. Y ese traidor lo vemos en algunos mitos relatados por Fraser, por ejemplo, en La rama dorada. En ella se dice, Dicen que sus antepasados solían gustar su comida cruda o cocida al sol. Un día vieron humo en Taulú, que según se dice, significa espacio oceánico. El perro, la serpiente, el bandicot, un pájaro y un canguro vieron el humo y exclamaron a un tiempo, ¡Fuego en Taulú! ¡Fuego en Taulú! Los taulistas tienen fuego. ¿Quién irá a traer un poco? La serpiente salió a buscarlo, pero el mar estaba embravecido y tuvo que volverse. El bandicot lo intentó, pero también tuvo que volverse. El pájaro lo intentó a su vez volando, pero tuvo que volverse debido al fuerte viento. Luego le siguió el canguro que igualmente fracasó. Entonces dijo el perro, yo iré y traeré el fuego. Nadó hasta una isla donde vio fuego y a unas mujeres cocinando. Ellas dijeron, he aquí a un perro extraño, matémosle. Pero el perro cogió un tizón encendido de la hoguera y saltó con él de nuevo al agua. Nadó de vuelta hacia los motu, y estos lo veían acercarse desde la orilla, llevando el humeante tizón en la boca. Cuando llegó a la orilla, las mujeres se regocijaron de tener fuego, y más mujeres vinieron de otros poblados para comprarles fuego. Pero los demás animales se sintieron celosos del perro y empezaron a insultarlo. El perro corrió este tras la serpiente que fue a esconderse en un agujero, y otro tanto hizo el bandicot. Encuentró al canguro, huyó a las montañas. Y desde entonces ha existido siempre enemistad entre el perro y los demás animales. Entre los Boloki o Bangala, tribo del curso alto del río Congo, hablan de un intento infructuoso de hacerse con el fuego en los primeros días del mundo. Dicen que hubo un tiempo en que todos los pájaros y animales vivían en el cielo. Un día muy lluvioso y tan frío que todos los pájaros y las bestias estaban temblando. Los pájaros dijeron al perro, vete allá abajo y consigue un poco de fuego con que calentarnos. El perro descendió a la tierra, pero descubriendo gran cantidad de huesos y trozos de pescados esparcidos por el suelo, se olvidó de coger el fuego para los temblorosos pájaros. Los pájaros y las bestias esperaron un tiempo, pero a ver que el perro no aparecía enviaron a un gallo a darle prisa. Que significa, el gallo se ha hecho esclavo, el gallo se ha hecho esclavo. Y la garza a veces se posa en un árbol cercano a la aldea y grita, que significa, muérete perro, muérete perro. El perro como traidor, como una especie de prometeo que traiciona a la naturaleza, a cambio de llevar el fuego al humano, lo convierte en una especie de protector de la civilización. En esta imagen vemos un perro que desciende del cielo llevando fuego solar o el sol mismo a los hombres. El perro entre los mayas es una especie de héroe cultural que regala a los hombres el fuego, es decir, que posibilita la civilización. Como veremos más adelante, ese fuego es al mismo tiempo el que quema y da la vida. Y en esa dualidad se representa al perro. Ese aspecto de traidor está directamente relacionado con la domesticación del animal. Los primeros restos de enterramiento de perros se encuentran en el centro de Asia hace 30.000 años, de perros enterrados con humanos. Como ayudante de cazadores y recolectores, el perro llega a Norteamérica alrededor del 8.000 a.C. y a México en el 2.000. La relación de una colaboración entre ambas especies es amplia, imaginada en sus orígenes por Conrads Lawrence como una especie de ayuda mutua entre dos especies que comienzan a colaborar. Perros avisando del peligro en la noche, hombres alimentando a esos perros. Uno puede imaginar que la relación del ser humano con el perro en relación a su domesticación, lejos de ser lo que en el mundo contemporáneo nos señala la docilidad, de un animal que se deja hacer casi todo, podemos pensar la domesticación, que esa domesticación tuvo que suponer la percepción de una verdadera fuente de sabiduría. de un animal que conecta el mundo ajeno de la naturaleza con el del grupo humano. Una especie de puente entre dos mundos que, como veremos más adelante, ejemplifica la toma de conciencia de sí mismo, su escisión con la naturaleza. El perro como traidor para con lo humano coloca al humano como ser escindido, de ahí su importancia como dios civilizatorio. En líneas generales, los animales podrían ser pensados como cristales traslúcidos a través de los cuales el ser humano observa la realidad. Un cristal que acentúa las características que sacadas de esos animales funcionan como idealizaciones simbólicas con los que dar sentido al mundo. Un espejo que devuelve una imagen siempre mediada. En ese sentido, uno puede pensar al mismo tiempo que los diferentes animales y elementos de la naturaleza, vegetales, minerales, permiten al ser humano en una especie de cosmología natural conformar un mundo de sentidos que le ayudan a aprender la realidad. Como si su alrededor tuviera la distancia necesaria, la alteridad suficiente para entender con la ayuda de la naturaleza su propio sino, aunque sea precario, aunque sea balbuceante. Eso proporciona maneras de ser inconscientes, incluso de temperamentos, y podríamos hablar de un ser a la manera de perro, de ser a la manera de la serpiente, de ser a la manera del águila, algo que supone hacer un ejercicio de deslocalización del ser para mirar bajo cristales traslúcidos otros órdenes de realidad con los que las culturas han construido su propia humanidad. Una humanidad siempre híbrida. Integrando en ocasiones los modos de hacer de esos animales como explicaciones a las cosas humanas. El orden de lo posible está en el mundo natural. Lo que convierte en algunas cualidades de esos animales en potenciales idealizaciones con las que definir a los dioses o demonios que las encarnan. De entre todas ellas, en lo que aquí nos atañe, la más notable es la que coloca al perro en la frontera, en la puerta o el lintel, en la zona entre el ser y el no ser, pues es el animal que mejor ha ayudado al ser humano a domesticar con sus mitos el tránsito entre dos órdenes, como lo es el de la vida y el de la muerte en el viaje al inframundo. Como comentábamos ayer, con respecto a un animal podemos pensar cualquier cosa no es cierto, ¿no? Hay unos límites dados por la naturaleza que incitan a pensar preferentemente un tipo de cosas para un tipo de animales. Y en el caso del perro, esas cosas van a ser las cosas duales y fronterizas. Quizá una de las primeras representaciones del perro no haya sido dibujada por la mano del hombre. Como en el cuadro de Tiziano, sino señalada por su dedo en el cielo. A finales de mes de julio se eleva sobre el horizonte el perro o can mayor, situado a los pies del gran cazador Orión. Delante de él corre el époris, la liebre, y se escapa Columba, la paloma. Cerca un cachorro, el can menor, mira a esos animales que se escapan. No podemos imaginarlo. No podemos imaginar lo que sintieron los primeros seres humanos en ver ese espectáculo. Como señala Mark Alizar, la mayor parte de las pinturas rupestres intentan explicar la bóveda celeste. En esa bóveda el perro, el can mayor, Sirio, no aparece solo, como así lo hacen buena parte de los animales estrellados, sino que hace acto de presencia junto al hombre en lo que sería una escena de caza, tantas veces repetidas en la zona terrestre, que termina solitariamente. y que termina solidificándose en el firmamento. Estamos hablando, como saben ustedes, de la constelación de Orién, donde el can mayor tiene la estrella de Sirio. que es la estrella que más calienta y que está directamente relacionada con ese fuego del que hablamos del perro como héroe, civilizatorio, pero también, como veremos, como demonio. Erastótenes, el matemótico y astrónomo del siglo III, nos señala su origen. El perro fue elevado al firmamento tras la ascensión de Orión, el cazador. Cosa muy loja, lógica, toda vez que el animal en ninguna circunstancia se separaba de su dueño. Lleva una estrella sobre su cabeza, a la que llaman Isis, y otra sobre la lengua, a la que denominan Sirio, grande y muy brillante. Los magos denominan a estas estrellas Sirios a causa del centelleo de su brillo. También lleva dos estrellas en el cuello, una de escaso brillo en cada hombro, dos en el pecho, tres sobre la pata y dos en el pecho. Una en la pata delantera, otras tres en el lomo, dos en el vientre, una en la cadera izquierda, una en la punta de una pata, una sobre la pata derecha y una finalmente en la cola. Suman un total de veinte. Como veremos ahora, esa cuestión de que la estrella caliente, la estrella que más luz esté en la lengua, nos va a llevar, en algún caso, a cierta descripción. A cierta descripción lasciva y quizá también al poder, por qué no, curativo de la propia lengua. Los griegos visualizaron esta constelación como un perro apoyado sobre sus patas traseras. A esta constelación del perro, como decíamos, pertenece la estrella más brillante de todo el firmamento, Sirio, cuya luminosidad es más de veinte veces la del Sol. El perro, la luz que más calienta, puesta por efecto bola de fuego. y que fue vista por los griegos como una perra caliente, una perra siempre en celo. La canícula, ese calor intenso, recibe el nombre por ello. Plinio señala, en cuanto a la canícula, ¿quién ignora que al levantarse ella enciende el ardor del sol? Los efectos de este astro son los más poderosos sobre la Tierra. Y así describe Homero, en la Eliada, la aparición de Aquiles. La aparición de Aquiles en los ojos de Príamo. El anciano Príamo fue el primero en verlo, con sus ojos lanzado por la llanura, resplandeciente como el astro que sale en otoño y cuyo deslumbrantes destellos resultan patentes entre las muchas estrellas en la oscuridad de la noche. Y hay que denominan con el nombre de Perro de Orión. Aquiles es el Perro de Orión. Es el más brillante, pero constituye un siniestro signo y trae muchas fiebres a los míseros mortales. Así brillaba el bronce alrededor de su pecho al correr. Esa acción realizada por el perro en las estrellas tiene una acción similar con los perros en la Tierra, pues los perros también están más expuestos a la rabia durante todo ese intervalo de tiempo, como si el sol o la luz los asalbajara, los convirtiera o recordara su antiguo ser, como en una especie de llamada a lo salvaje. Algo parecido podríamos pensar ocurriría en la noche cuando a la luna, ese sol de los muertos, ilumine en su máximo esplendor, es decir, cuando haya luna llena. De nuevo esa salud podríamos pensar la que convierte de nuevo al perro en un ser rabioso. Como si el exceso de luz emborrachara al perro, lo desplazara a su lado más salvaje. El exceso de luz lo trastorna, lo enajena, le hace volver a una condición antigua. En ese sentido se podría pensar que el demonio es una especie de perro insolado de luz que se ha quedado de manera permanente en estado febril. La hora de la insolación es la hora de los muertos y se podrían enumerar numerosos relatos que avisan a los más pequeños de que a esas horas aparecen fantasmas y uno tiene que quedarse en casa, sesteando. Sin embargo, las horas de mayor peligro son al mismo tiempo las de la revelación. Decía Roger Calois, esos momentos en que cualquier cosa puede pasar, cualquier tesoro aparecer o cualquier leyenda hacerse realidad, pues es el momento en el que las sombras desaparecen. Desaparecen porque es el momento en el que el sol está tan alto que no produce ninguna sombra. Según los pitagóricos, los muertos no proyectan ninguna sombra y no parpadean Es con estos indicios que los distinguían de los vivos dormidos cuando durante el sueño penetran en las regiones sutiles donde habitaban las almas. Para Roger Calois esa inexistencia de la sombra es la que produce la conexión entre dos mundos, como si fuera el momento en que las puertas entre un lado y otro pudieran abrirse, como si esa escisión que supone el perro entre dos mundos dejara de ser y se abrieran las puertas que trasladarían a los muertos. Tradicionalmente custodia, de una manera similar a cuando la muerte de Cristo en el Viernes Santo posibilita el trasvase de información entre esos dos mundos. En algunas de las encuestas del Ateneo sobre costumbres españolas realizadas, las entrevistas, las encuestas, perdón, en 1901, se señala, por ejemplo, en el caso del pueblo de Humanes, en Guadalajara, lo siguiente. El que nace el Viernes Santo tiene por seguro que será un Zaurín, Zaurí o saludador. A estos se les atribuye el don de saber en dónde se encuentran los tesoros que dicen hay en el fondo de la tierra. Y un inciso, hay una película actualmente en el cine que se llama La quimera de Alicia Rothwacher sobre una persona que tiene este don, que utiliza para saquear los ajuares funerarios de las antiguas tumbas etruscas. Se llama La quimera y es una preciosidad. Bueno, a estos que se les atribuye el saber en dónde se encuentran los tesoros que dicen hay en el fondo de la tierra, sus conjuros, dicen al mismo tiempo, libran de la hidrofobia al que haya sido mordido por un perro o animal rabioso. Para este efecto buscan y solicitan al saludador. Este ejerce acción curativa sobre los hombres y los animales. Además, si el que ha nacido en dicho día y hora ha hablado o dado gritos en el claustro materno, grito o voces que la madre asegura muy formalmente haber oído, en ese caso la gracia es mucha mayor y el saludador adquiere mucha importancia. El bien es santo, Cristo está muerto y los demonios señorean el mundo. Hay muchos testimonios sobre esta creencia. Los saludadores, los curanderos de todos... La clase, aunque digan que su poder viene de Dios, tiene que pactar con el malo para vencer el mal. Y eso lo hacen siempre los viernes y en especial el Viernes Santo. La relación del perro y la muerte se establece precisamente en el hecho de que el momento más peligroso del día, cuando el sol más abrasa, es cuando el perro está más rabioso o el demoníaco hace acto de presencia. Si acudes al abismo de la tierra y a la red, la región de los muertos manda a este demonio siempre a las horas del mediodía, dice un himno a Helios. —Sirio trae una atmósfera perniciosa que corrompe la carne sobre los huesos y nos pudre en la tierra negra —señala Hesiodo—. Sobre todo ese astro nocivo es el más brillante de todos, pero de un brillo que produce fiebre a los mortales, agota la fuerza de los hombres y vuelve las cibas a las mujeres, las perras en celo, haciendo sentir más que nada su mala influencia en nuca y rodillas. —Cualquier acción se vuelve insoportable en la hora del mediodía. En una moneda de la isla de Zeus, donde una vez al año se ofrecían sacrificios expiatorios antes de la salida de esta estrella, Sirio es representado bajo la forma de un perro con la cabeza irradiada. Algo así como lo que veis en la imagen. Será, por tanto, el mediodía cuando el perro canicular eche espuma por la boca y devore. Le ocurre precisamente a esas horas a Acaetón, al ver desnuda a Diana, que será como ver a Sirio, como recibir un exceso de luz. Dice Ovidio en sus Metamorfosis, Acaetón vio a Diana, ese color que suelen tener las nubes manchadas por el golpe de un sol, por el golpe de un sol de enfrente, o el de la rojiza aurora. Ese apareció en el rostro de Diana al ser contemplada, sin vestidura, y aunque rodeada por la muchedumbre de sus compañeras, sin embargo, se echó hacia un lado y volvió su cara hacia atrás. Y como quisiera tener a su alcance sus flechas, cogió así las que tenía las aguas y salpicó el rostro del hombre, y rociando sus cabellos con las aguas vengadoras, añadió estas palabras vaticinadoras a la futura. La desgracia. Ahora te está permitido contar, si eres capaz de hacerlo, que me has visto sin ropaje. Es entonces cuando lo convierte en ciervo. Y a esas horas del mediodía, huye él por lugares a través de los cuales había sido perseguidor. ¡Ay! Él mismo huye de sus propios siervos. Quería gritar, soy Acteón, reconoced a vuestro dueño. Las palabras faltan a su deseo. El aire resuena con los ladridos. Uno de los perros, Melanquetes, le produjo las primeras heridas en el lomo. La siguiente es Terodamante. Terodamante, orecitrofo, se clavó en su brazuelo. Había salido más tarde, pero a través de atajos del monte adelantó el camino. El resto de la jauría se reúne con los que retenían a su dueño y juntan los dientes en su cuerpo. Ya no hay espacio para las heridas. Él gime y tiene un sonido que, aunque no es de hombre, no obstante, no podría emitirle un siervo. Y llena a los conocidos collados con sus tristes quejas. Y con las rodillas en tierra, suplicante, y como quien ruega, hace girar su rostro en silencio, como si fueran sus brazos. Pero sus compañeros, sin saberlo, instigan, con sus acostumbradas voces de ánimo, a la rabiosa tropa, y buscan, con sus ojos, a Acteón, y gritan a Porfia, Acteón, como si estuviese ausente. Él vuelve la cabeza a su nombre, y lamentan que no esté y que perezoso no contemple el espectáculo de la presa que se les ha ofrecido. En verdad querría estar ausente. Pero está presente. Y querría ver, no experimentar, las crueles hazañas de sus propios perros. Le acorralan por todas partes, y con los hocicos hundidos en su cuerpo, despedazan a su dueño. Bajo la falsa apariencia de ciervo. Y se dice que la cólera de Diana, portadora de la aljaba, no se sació sino con el fin de una vida a consecuencia de las abundantes heridas. Como el que ha visto la luz de una diosa, lo de Sirio, en su máximo esplendor, siempre cegadora, a Caetón cae insolado y preso de sus propios perros rabiosos que matan a su dueño. La desrelación del sol con la muerte, del ser y no ser bajo la canícula, nos hace observar ahora, de otra manera, aquella descripción latente de aquel mastín. Los ojos encendidos, los dientes fuertes, la boca babosa y húmeda. El perro llama al sol febril de las hecatombes, pero también a su contrario, el que calienta y civiliza. El sol que veíamos en la imagen maya, con la posibilidad civilizatoria que el fuego trae para los humanos, también lo observamos en una de las versiones sobre el origen del dios perro Anubis, dada por Claudio Eliano. Al tiempo que surge la estrella del perro, del que la fama dice que era el perro de Orión, el Nilo, el Nilo, en cierto sentido, también se levanta, inunda la tierra egipcia y se derrama por los campos de cultivo. Así pues, los egipcios tributan honores al perro por traer e incitar a venir a este agua fertilizadora. Aquí el principio de la primera escena. Segunda escena. Ulises avanza hacia la noble morada de Alcinó, quedose frente al poche broncinio de pie resolviendo mil cosas. Como un brillo de sol o de luna veías en la casita. La sala de elevadas techumbres, mansión del magnánimo Alcinó. Del umbral hasta el fondo extendíase dos muros de bronce con un friso de esmalte azulado por todo el recinto. defendían el fuerte espacio dos puertas de oro que cercaban dintel y quiciales de plata montados sobre el piso de bronce la argolla también de oro puro unos perros en plata y oro había a las dos partes que en sus sabios ingenios efesto labró destinados a guardar por delante el hogar del magnánimo alciló sin vejez para todos los tiempos por siempre inmortales bebo un trago de café como ahora y tomo un respiro de lo que estoy escribiendo frente a la cafetería en la que estoy sentado una especie de puertas de alambres cierra el paso a la nueva edificación que se está construyendo es domingo y está cerrado estaba yo tomando un café tranquilamente mientras escribía esto y hay un espacio que están edificando sobre esos alambres que cierran el paso a la nueva edificación un cartel avisa de la peligrosidad que supone atravesar ese umbral pues según indica uno puede encontrarse con un ser peligroso el cartel reza hay guarda gitano esto me recordó una cena de niño yo pasaba repetidamente por una cerca de una puerta en el campo en una era y donde ponía un cartel que decía cuidado vacas bravas yo pasaba siempre intentando ver a ver fascinado por mi padre quería que yo visiera de sierra torero pero no y entonces pasaba entre mi disfrazía para esos seres bravos no pero nunca veían nada pensaba que quizás estuvieran escondidos hasta que mi padre me dijo hombre si ese hombre nunca ha tenido vacas bravas bueno era un cartel disuasorio puesto en la puerta para que la gente no entrara pues bien podríamos hacer un recorrido sobre seres salvajes o bravos, expuestos en las puertas por su carácter y su asorio. De hecho, el mastín tierno que veíamos al principio junto a los niños era el aviso de un cartel que colgó mi padre y mi tío en esa parcela. Allí se podía leer, cuidado con el perro. Ese animal fidelísimo para unos y bravo para los otros. Dos mil años antes del cartel que colgó mi padre, en los mosaicos que quedan de los suelos de Pompeya podemos ver avisos similares. Cabe canem. Cuidado con el perro. En latín existen cuatro términos para puerta. Foris, fuera, un término que se ponía domis, familia. Foris, puerta, lo que está fuera del ámbito familiar. Ostium, del cual deriva ustio, que indica boca, apertura. Inua, umbral, dirigido hacia una parte como a otra. Pensemos en Jano, por ejemplo, que veremos después. Foris, indica separación entre lo que está dentro, incluido, y lo que está fuera, excluido. Lo importante, señala Agamben, es que la idea de una fuera expresa la idea en la puerta. Lo forráneo, el forastero, indica su ser por el espacio que ocupa. Está en el umbral. Y esa delimitación marca las fauces con las que un perro ladrando demarca esa frontera. Ser un agente doble, manso para unos y bravo para otros, ejemplifica más que otra cosa la forma de un límite que no puede ser traspasado sin previa autorización. En ese sentido, el perro puede ser pensado como puerta, como límite, precisamente porque una puerta puede ser abierta o cerrada. Precisamente por eso, su clausura transmite, el sentido de separación respecto de lo que está fuera. con mayor fuerza de lo que lo haría una pared. Mundus era la apertura circular que Rómulo había hecho excavar en el momento de la fundación de la ciudad y que comunicaba el mundo de los vivos con el inferior de los muertos. Se abría tres veces al año, días en que lo escondido y secreto salía a la luz. Ese Mundus constituía una puerta cerrada llamada Manalis Lapis, piedra de los manes que se levantaba en esos días en que el Mundus pate, el mundo se abre. Bueno, y los cuentos de hadas están llenos de puertas cerradas. La joven esposa de Barba Azul, a quien ha permitido, a quien permitió abrir todas las puertas excepto una, pues ya sabéis, abrió la que no estaba permitida, ¿no? En ese sentido, esa puerta cerrada, que es símbolo del tabú, de lo infranqueable, sólo ha abierto en esos momentos en que esa trasgresión sirve precisamente en el fondo para corroborar el tabú mismo. O ese otro cuento relatado por Agamben, una variante religiosa de éste, la figlia de la Madonna, que la puerta no se debe traspasar como la de Barba Azul, pero aquí, digamos, lo que deslumbra la puerta cerrada es la puerta cerrada. La visión es la trinidad. Bueno, independientemente de encontrar lo maravilloso o el espanto, se trata de ver algo que no debía ser visto y que la puerta clausuraba, ¿no? Pensemos ahora nuevamente en Acaetón, accediendo a una luz prohibida, un lugar al que no debiera de haber entrado. El perro como puerta, como límite que separa mundos. La puerta separa la unidad uniforme y continuada del ser. Algo que constituye su forma de entender la realidad a partir de clasificar, delimitar. Como veremos después con la idea del psicopompo que une dos mundos, se hace necesario que para atravesar esos mundos estos estén bien delimitados previamente. En ese sentido, más que pensar la puerta como acceso o tránsito entre dos lugares, la accepción de puerta que aquí asociamos al perro es la de ese dispositivo que permite controlar el paso. El paso entre dos mundos. De ahí la interminable fila de guardianes y de porteros, seres animales domesticados en la bravura de sus fauces para proteger la entrada. Ahí tenemos al dios Anubis protegiendo la tumba de Tutankamón o el gran Cerbero, que veremos ahora, ese perro situado en las fronteras. El perro situado en las fronteras del Hades, que da acceso en una dirección que te dice, sí, sí, entra, entra, pero nunca te deja salir. Esío lo señala, guarda la entrada del Hades un terrible perro despiadado y que se vale de tretas malvadas. A los que entran les saluda alegremente con el rabo y ambas orejas al mismo tiempo, pero ya no les deja salir. Sino que al acecho. Se come al que coge a punto de franquear la puerta. Claro, podemos pensar al Cerbero no como un perro fuera de sí, sino como un perro domesticado bajo las órdenes de los seres de la oscuridad, podríamos verlo, ¿no? O dicho de otra manera, un perro domesticado en las artes de la embaucación y en ese sentido un traidor, un Judas, ¿no? De ahí los perros negros vinculados a la brujería, etc. Así describe Virgilio Alcán. El gigante Cerbero hace resonar... Con su triple ladrido, estos reinos tumbados... a lo largo delante de la gruta. La vidente al ver que ya rizaba sus cuellos de serpiente una torta soporosa de miel le arroja y frutas medicinales. Él abriendo sus tres gargantas con hambre rabiosa la coge al vuelo y relaja sus gigantescos miembros tendido en el suelo y enorme se extiende por el antro. Se lanza Eneas a la entrada sepultado el guardián en el sueño y abandona a raudo la orilla del río sin retorno. De pronto se escucharon voces y un gran gemido y ánimas de niños llorando en el umbral justo. A quienes sin gozar de la dulce vida y arrancados del seno los robó el negro día y los sepultó en amarga muerte. Junto a ellos los condenados a muerte sin motivo. Dante en la Divina Comedia lo describe así. Cerbero, fiera cruel y monstruosa, ladra con sus tres fauces de perro contra los condenados que están allí sumergidos. Tenía los ojos rojos, los pelos negros y cerdosos, el vientre ancho y las patas guarnecidas de uñas que clava en los espíritus. Les desgarra la piel y los descuartiza. La lluvia los hace aullar como perros. Los miserables condenados defienden sus cuerpos ofreciendo la lluvia la parte no mojada sin cesar. Cuando nos descubrió Cerbero, el miserable gusano abrió la boca enseñándonos sus colmillos. Todos sus miembros estaban agitados. Entonces mi guía extendió las manos, cogió la tierra y la arrojó, apuñados en las fauces ávidas de la fiera, como veis en la imagen. Y del mismo modo que un perro se deshace ladrando y se apacigua cuando muerde su presa, ocupado tan solo en devorarla, así también el demonio se deshace ladrando y se apacigua cuando muerde su presa, cerró sus impuras bocas cuyos ladridos causaban el aturdimiento de las almas. que quisieran quedarse sordas. Pasamos por encima de las sombras aplastadas por la incesante lluvia, poniendo nuestros pies sobre sus fantasmas que parecían cuerpos humanos. La descripción de la puerta es al mismo tiempo la descripción de la llave que la abre o la cierra, como la música de Orfeo durmiendo al animal. El límite entre la luz y la oscuridad está establecido por el límite que supone Cerbero, pues son las puertas del inframundo. El viaje de Heráquez, el viaje que Heráquez tuvo que realizar, tenía como propósito, dentro de todas las tareas, los trabajos que tenía que realizar, tenía el propósito de traer de vuelta a Cerbero, al furioso Mastín del Hades. Y así lo cuenta Heráquez cuando Odiseo baja y se encuentra con él allí. Y le dice... Heráquez, en el inframundo, Heráquez ya era una de esas almas que habíamos descrito antes, le dice a Odiseo... Hola, hertida, retoño de Zeus, Ulises Mañero. Desgraciado, tú sufres también un funesto destino, como aquel que yo mismo arrastré bajo el campo del día. Aunque hijo del crónida Zeus me cupó una carga de infinito pesar, sometiéndose... sometiéndose a un hombre, con mucho inferior, que imponiéndome duros trabajos, un día hasta aquí me mandó por el perro del Hades. Pensaba que no había para mí más difícil empresa que aquella, pero yo cogí al perro y lo traje a la luz, porque tuve al volver por guiadores a Hermes y Atena o Gizarca. Estamos, por tanto, ante un perro que marca los límites del inframundo representando su misma puerta. Esa representación de un perro en lo oscuro no puede sino delimitar las formas morales del mal. En ese sentido, tendremos muchos ejemplos del perro negro asociado a eso. Un ejemplo de eso, del perro negro asociado al mal, lo tenemos en la cultura popular catalana con el ejemplo de la pesanta, que es un animal mitológico con forma de perro, un perro enorme. Un perro que se mete por las noches en las casas y se coloca en el pecho de las personas, dificultando la respiración y provocando angustias y pesadillas. Su aspecto es peludo y negro, con patas de acero, pero agujereadas de tal forma que no puede coger nada de la tierra sin que se le caiga. Es difícil de observar porque si alguien se despierta sale corriendo y no le da tiempo más que a ver una sombra que huye. La pesanta, perrazo negro, grueso y pesado cual plomo. Intensamente peludo, con una terrible pata de hierro, con la que zurra a cuantos haya a su paso de noche por la calle. Como no podría ser de otra manera, su descripción se asocia precisamente a la puerta, pues señala, pasa por el ojo de la cerradura, por debajo de las puertas, y si le precisa, se filtra también por las paredes. Frente a lo demoníaco, podríamos hablar de lo fidelísimo, otra característica anunciada. En el diccionario de autoridades. Definiendo así al mastín como el que guarda los rebaños y las casas. La idealización simbólica del perro fiel al rabioso la tendríamos en perros santos que protegen a seres de otra especie, como los humanos. Lo tenemos en el ejemplo del perro de Guineford. Es una historia de un caballero que llega a su casa, ve que el niño no está y ve al perro con la boca llena de sangre. Entonces se carga el perro porque piensa que ha matado a su hijo. Y en realidad lo que ocurre es que estaba con la sangre de la serpiente y el niño estaba en otro lugar. Ese es el origen de la santidad, pero esta cuestión que tiene que ver con lo fiel. La protección en este caso de lo más querido, que es el niño. Estamos con esa idea del perro como puerta en los infiernos, pero también en lo que podría ser cienta santidad. El perro guardián también se abrió paso en la literatura sufí como símbolo de lealtad. Así por ejemplo, Farsi al-Dinatar elogió la obediencia del humilde perro guardián, que permanece despierto toda la noche como lo opuesto a un humano orgulloso. El perro conoce su lugar, dice, el perro lo olvida. La relación del bien del perro representado en esta imagen con la serpiente como el mal, que la tenéis ahí, matada como si hubiera sido un San Jorge aniquilando un dragón, está vinculada a prácticas curativas de niños en el siglo XII. Es decir, que esa pureza también está... Está vinculada con el poder sanador de su lengua. La relación del perro como sanador la encontramos fuertemente instalada en Asclepio. Sin embargo, la imagen de la serpiente como el mal destruida por el perro que vemos en esta imagen, en tiempos de Asclepio, no aparece como antagonista, sino compartiendo en realidad parte de un simbolismo. Así lo señala Kerengi. La imagen de culto del templo de Epidauro, se diferenciaba de éste, en primer lugar, por una serpiente y un perro representados junto al trono de Asclepio. Apolo tenía en Epidauro el sobrenombre de Maleatas y se le veneraba junto al monte Quinortion. El nombre Quinortion está relacionado con las palabras griegas perro y su vida. Ya que la serpiente dominaba en el santuario de abajo, aquí arriba parece haberlo hecho el perro. El Apolo, luminoso, aparece en Epidauro como Asclepio. Sin embargo, no se debe pensar solo en la aparición de una luz externa o en una simple salida del sol. Que Apolo Maleata sea venerado desde la altura que domina el valle, desde el lado oeste, en ningún caso es una casualidad y tampoco lo es que el niño Asclepio allí en lo alto se iluminara por encima del valle como si fuera el sol naciente. El perro, debido al cual la montaña se llama Quinortion en la mitología griega, también puede significar áureo, el lobo pariente encarnado a la oscuridad. Asclepio, a modo de niño custodiado por un monstruo, un perro y como dios sanador acompañado de perros, parece representar, contrariamente a Maleatas, otro aspecto más luminoso de Apolo. El proceso de curación no es realmente una salida del sol, solo es una de las formas de salir del sol. No es el nacimiento real del hombre y tampoco la resurrección de un muerto, sino un suceso de algún modo que tiene lugar en una zona fronteriza en el reino de los muertos. El perro, cuando acompaña a la fantasmagórica diosa Iceta, también es una criatura inframundana, pero asimismo pronostica la aparición de la luz. Y aquí aparece describir una situación transitoria, la transición entre abajo y arriba, entre noche y día, entre muerte y vida. El animal sagrado de Asclepio más conocido es la serpiente y pertenece a la misma situación. La equiparación de perro y serpiente, el confluir de uno inaugura el otro. Y su significado en el lenguaje de las imágenes de la mitología griega del inframundo es suficientemente llamativo. Los perros son, dice un explicador de palabras antiguas, también las serpientes. Dice Kerengi que los pueblos migratorios llevan consigo como símbolos las imágenes de los recuerdos del mundo animal de su patria anterior y también sus animales domésticos. Así pudo ocurrir que el perro, más bien un símbolo nórdico, se colocara al lado de la serpiente, que después de que los griegos se hubieran instalado en un país más rico en serpientes, es principalmente el símbolo de un animal sureño. En el mismo suceso del emerger del macho cabrío en el culto de los sacerdotes lounos romanos, los Luperci, o el cambio entre el oso y el sol en el culto y el círculo de mitos de la diosa Artemisa, perro y serpiente, ambos ofrecidos por la misma naturaleza como formas de expresión del mismo estado de vida, el del estado de la curación que ya está cerca del reino de los muertos, aparecen en la misma función sanadora según los relatos de los libros. De Pidauro. Un perro cura a un chico de Aiginia. Este tenía un tumor junto al cuello. Cuando llegó junto al dios le cuidó uno de los sagrados perros de guarda y con su lengua lo curó. Siguiente escena. El mastín con el que comenzaba la charla murió poco tiempo después de hacerse esa foto y como un casi humano recibió su sepulcro. No en tierra santa, pero sí en un lugar señalado en el campo. Así lo contaba mi tío. El perro lo enterré en un olivo. Había enterrado antes no me acuerdo qué. La cosa es que le dio el olor y vinieron unas zorras y se lo llevaron. Ahora cuando lo enterré dije a este no lo vais a encontrar. Hice un buen hoyo, ¿sabes? Hice un buen hoyo, eché bien de tierra y lo aplasté. Entonces las zorras pasan, se dan cuenta y escarban y lo sacan. Ahí está enterrado. Era un perro precioso. Tenía unos vientos. Enterrar un cuerpo somerito, como dice mi tío, es un peligro no sólo para las zorras, sino en otros lugares para los cánidos, para los chacales, para los perros que al olor acuden. Ese gesto que coloca a este tipo de animales como merodeadores de enterramientos lo vincula al mismo tiempo con otra capacidad, vinculada mitológicamente al dios perro Anubis, su manipulación del cuerpo muerto. Y es que el olfato del perro le permite esconder por partes un animal despedazado, esconderlo en distintos sitios para después buscarlo y comérselo. Y comérselo desenterrando. Y comérselo desenterrándolo justo antes de que pase a un estado de putrefacción. Osiris era esposo de Isis. Fue asesinado por su hermano Tifón. Cuenta la fábula que confundiendo a su hermano Isis con Nethis engendró en ella a Anubis. Isis solicitó la ayuda de este, de Anubis, para rescatar el cuerpo de Osiris. ¿Y en qué consistía esa ayuda? En que consistía esa ayuda. En ir buscando las distintas partes del cuerpo de Osiris, porque su enemigo Seth lo había descuartizado y lo había enterrado por diferentes lugares. Cuando Isis iba buscando por todas partes a Osiris, los perros le enseñaron el camino, predeciéndola, pero también intentaban ayudarla a encontrar las huellas de su hijo y ahuyentar a las fieras. Jules Cashford señala con relación a Anubis. Cuando un cuerpo era embalsamado, el sacerdote se ponía la máscara de perro para representar al dios y la naturaleza sagrada de una función que sólo Anubis podía llevar a cabo. Él era el encargado de envolver el cuerpo de Osiris en su momia durante los rituales llevados a cabo en los meses de noviembre para renovar la vida. Anubis era conocido como el de las envolturas funerarias. A menudo se le representa en el acto de preparar la momia, llevando las vasijas de ungüento para la incorruptibilidad del cuerpo. Este proceso incluía la extracción de las vísceras y su preservación. Los instintinos del difunto se ponían al cuidado especial de Anubis, puesto que de forma análoga a lo que hace el perro, separan lo que puede volver a la sangre vital y lo que no, dirigiéndolo uno y excretándolo otro. Por tanto, Anubis, el perro, transforma la muerte en vida. La relación entre carne sana y carne podrida es la misma que entre la vida y la muerte, lo puro, lo bueno y lo malo. Esa dicotomía que en el perro chacarra. Como elemento transmutador o de conversión entre el cuerpo del mundo de los vivos y el cuerpo del mundo de los muertos. Quien es capaz de manipular el cuerpo tiene que tener entre sus características humanas esas otras animales. Es la mezcla de cualidades animales en humanos lo que visibiliza esas cabezas de perro que lleva el sacerdote que representa a Anubis. Como si el mundo celestial fuera un mundo híbrido entre dos seres, esa cabeza de perro transmuta al dios la capacidad de manipular el cuerpo del difunto. Ese ser híbrido mitad perro mitad humano es la idealización misma de esa frontera, de unas prácticas sociales situadas en el umbral. Como si para poder llevar ese traje que en España se llama mortaja, el traje que uno lleva para la eternidad, no bastara simplemente con una vestimenta, sino que necesitara la transformación real del propio cuerpo. Hay que transformar el cuerpo para que entre en sintonía con el otro mundo. De una manera similar a como los padres del desierto transformaban en vida su propio cuerpo, esos ascetas que intentan hacer en ese caso con el cuerpo un punto de conexión en vida con ese cuerpo del paraíso divino al que aspiraban, ese cuerpo que renunciaba a los edificios de la boca y del sexo y que mediante su clausura posibilitaba la apertura de otras puertas. No tocar el cuerpo muerto o tocarlo hasta las entrañas. Enterrar algo y luego desenterrarlo. Manteniendo la pureza de la carne. Eso es un comportamiento cánido que permite a los humanos domesticar la muerte bajo esa imagen. Pero no deja de resultar elocuente que los mismos perros que han podido profanar tumbas, tumbas recientes buscando comida, sean los encargados por eso mismo de ser encumbrados en dioses. Después de todo, como señalaba Merida Glass, la santidad y la no santidad no necesitan estar siempre en oposición absoluta. Pueden ser categorías emparentadas. Aquello que es limpio con respecto a una cosa puede ser impuro con respecto a otra y viceversa. El lenguaje de la contaminación se presta a la invención de una álgebra compleja que toma en cuenta las variantes que existen en cada contexto. El comportamiento que habitualmente da lugar a la contaminación tiene a veces un carácter intencional con el fin de mostrar deferencia y respeto al practicar aquello que en otras circunstancias sería una profanación. Esta cuestión determinada. El tránsito entre dos mundos que venimos viendo en el perro, aquí lo hemos expresado mediante la idea de aquel que profana las tumbas. Aquel que profana las tumbas es aquel que puede ser el destinado al oficio de embalsamador. Pero el olfato del perro le permite a Anubis encontrar lo que está debajo de la tierra, como el Zaurí este que os decía de la película o el saludador del texto de la encuesta del Ateneo. Pero también acompaña a Isis para protegerla, no solamente para... también hace dos cosas por lo menos, o hará más, pero por lo menos dos cosas al mismo tiempo. Cuando Isis iba buscando por todas partes a Osiris, los perros le enseñaron el camino precediéndola e intentaban ayudarla a encontrar ahuyentando a las fieras. Eso nos conecta con otro dios cánido del Antiguo Egipto que es Upuaut, que fue desde principio una deidad separada de Anubis, pero familia de Anubis, llamada por los griegos Ofois. Y... Y esta deidad se encuentra presente durante las celebraciones del rejuvenecimiento del faraón y brinda, dicen, las fuerzas y el vigor necesarios para que pueda continuar reinando. Como protector, la figura se puede encontrar... es esa figura... se puede encontrar, ahí la veis, como una especie de estandarte, ¿no? Y se puede encontrar también, digamos, frente a la barca solar durante su peligroso recorrido nocturno en donde los dioses se enfrentaban aterrizando. Y así se ha ido expresando. Si en la primera parte hemos visto cierta polaridad entre arriba y abajo, el perro como puerta o límite, en este caso vamos a ver el perro como puente, el ser que liga los separado, el que sutura o cose. Él mismo supone el pasaje entre polaridades opuestas, simétricas. El concepto de pugna y armonía de los contrarios cósmicos es básico también en el pensamiento mesoamericano. Una de ellas es Quetzalcóatl, dios de la estrella de la mañana, de la luz, del cielo, de la vida, y Xolotl, que sería el de la derecha, el dios perro, que se encarga de transportar la luz de Quetzalcóatl en la tarde y acompañarlo en su recorrido cotidiano por el reino de la muerte, acompañando esa luz por el reino de la oscuridad. Los náhuatl creían que al llegar al gran río del inframundo, el espíritu encontraba a su perro, y montaba sobre su lomo para atravesar ese río. El perro transportaba al espíritu, ese perro que lo transportaba tenía que ser el perro del propio muerto, ya que los otros constituían una amenaza en el camino. Fray Bernardino de Sagún, en la Historia General de las Cosas de Nueva España, siglo XVI, señalaba las costumbres, este tipo de costumbres. En su camino al infierno hacían al difunto llevar consigo un perrito de pelo bermejo, y al pescuezo le ponían hilo flojo de algodón. Decían que los difuntos nadaban encima del perrillo cuando pasaban un río del infierno que nombran Chiconahuapan. Y en llegando atabanle los papeles que llevaban, y manojos de teas y cañas de perfume, e hilo flojo de algodón y otros hilos colorados, y una manta y un maxtli, y las nahuas... y camisas, y todo ato de mujer difunta que dejaba en el mundo, todo lo tenían envuelto desde que se moría. A los ochenta días lo quemaban, y lo mismo hacían al cabo del año, y a los dos años, y a los tres años, y a los cuatro años. Entonces se acababan y cumplían las obsequias, según tenían costumbre, porque decían que todas las ofrendas que hacían por los difuntos en este mundo iban delante el diablo que se decía Mitlantecutli, y después de pasados cuatro años el difunto se sale y se va a los nueve infiernos, donde está y pasa un río muy ancho, y allí viven y andan perros en la ribera del río por donde pasan los difuntos nadando encima de los perritos. Dicen que el difunto que llega a la ribera del río, luego mira al perro, y si conoce a su amo, luego se echa nadando al río, hacia la otra parte donde está su amo, y le pasa, de transporta de una orilla a otra a cuestas. Por esta causa los naturales solían tener y criar perritos para este efecto, y más decían que los de pelo blanco y negro no podían nadar y pasar el río, porque dice que el perro de pelo blanco, yo me lavé, decía el perro de pelo blanco, y el perro de pelo negro decía, yo me he manchado de color prieto, y por eso no puedo pasaros. Solamente el perro de pelo vermejo podía bien pasar a cuestas a los difuntos, y así en este lugar del infierno que se llama Chiconoamuzclan. En ese sitio se acababan y fenecían los difuntos, y más dicen que después de haber amortajado al difunto con los dichosos aparejos de papeles y otras cosas, luego mataban al perro del difunto, y entre ambos lo llevaban a un lugar donde había de ser quemado con el perro juntamente. Bueno, vemos la unión entre dos orillas, la de la vida, lo de arriba, la luz, la oscuridad, la muerte, el inframundo. Dos orillas. Decía Simmel que solo para nosotros las orillas del río no están meramente la unión. No están una frente de la otra, sino separadas. Si primeramente no las uniésemos a nuestros pensamientos teleológicos, a nuestras necesidades, a nuestra fantasía... El concepto separación no tendría ninguna significación. El perro, en ese sentido, se para al mismo tiempo que une. Es la condición doble la que le permite a las divinidades perro no sólo ser el umbral, sino atravesarlo, asumiendo elementos de un mundo traspuesto al otro. El perro protegiendo el sol que atraviesa la noche. Así es que vemos la necesidad de que la vida continúe en la muerte, de entender la luz de la entorcha que lleva a la diosa Écate en la oscuridad del inframundo. Una entorcha, una luz en la oscuridad del inframundo. Si lo pensamos de manera inversa, observamos que si en la oscuridad más absoluta el guía es una especie de luz, también lo podríamos pensar recordando lo que señalábamos anteriormente, que en la excesiva luz también hay cierta oscuridad. El perro rabioso por la insolación. Plutarco señala, cuando Nézfis dio a luz a Anubis, Isis lo tomó a su cuidado, pues Nézfis es lo que está bajo tierra y lo invisible, Isis, en cambio, lo que está sobre la tierra y lo visible. Y el círculo que los toca y se denomina horizonte, por ser común a ambos, es llamado Anubis. Y es representado bajo la forma de un perro. Pues también el perro usa igualmente de la vista. Tanto por la noche como el día. Y Anubis parece tener, entre los egipcios, el mismo poder que Écate, entre los griegos, por ser a la vez etónico y olímpico. En realidad, más allá de lo que dice Plutarco de la vista, cualquiera que haya tenido perros sabe que un perro no ve muy bien. Yo hice ese trabajo de campo que no me sirvió para gran cosa, pues veía que los perros en realidad lo que tienen no es buena vista, sino un buen olfato. Aunque el perro esté aparentemente mirando una presa, en un lugar donde el ser humano no ve nada, en realidad el perro tampoco. O dicho modo, de otro modo, lo que está viendo no lo está viendo con los ojos, sino con la nariz. Eso que huele, eso que el ser humano no puede nunca alcanzar por saberse cendido en la naturaleza, sí lo consigue a través del perro. Por eso esa condición divina, sagrada, inserta en la domesticación misma de ese animal que conduce a lo desconocido a través del olfato. Y eso se debe a la gran diferencia de percepciones olfativas. Si un humano tiene alrededor de 5 millones de receptores, el perro tiene 300. Menudos vientos tenía aquel perro, decía mi tío. De hecho hay perros que tienen unos vientos que huelen el rato. Hay perros que huelen el rastro en el aire, como los podencos. Dicen que otros huelen el rastro en la tierra. Y otros que no tienen muy buen olfato dicen, oye muy bien, me decía un cazador. En realidad lo que estaba delimitando es que hay perros que huelen mejor que otros. A lo mejor este no tiene buen olfato, pero esta raza de perros a lo mejor no huelen al conejo, pero escuchan el latido de su corazón. Eso dice. Bueno, si pensamos en ese gran olfato y su relación con el olor de lo impuro, de la carne podrida que señalábamos antes, el perro es capaz de apreciar mucho antes que el humano esa impureza vinculada a la muerte. Quizás en esa capacidad del perro de llegar allí con su olfato, a donde el ser humano no llega, es que podríamos pensar que el perro huele lo impuro. En el camino al inframundo, irremediablemente señalado por un rastro de hedor. Quizás por eso ladra en mitad de la noche, porque huele a muerto, ¿no? Estar entre dos mundos es asumir la condición de seres liminales. Esas condiciones intersticiales de las que hablaba Víctor Tarner. La liminalidad implica que el que está arriba ha experimentado lo que es estar abajo. El transeúnte ritual es el iniciado en cualquier rito de paso, aquel que no es ni una cosa ni otra, puesto que es sorprendido en un lugar intermedio, por el que es imposible hacer otra cosa sino pasar. En ese sentido, el perro es el viajero. Y podríamos decir que eso que huele al animal es el ser viajero. En ese sentido, aquí tenemos a Écate, que os señalaba antes, y aquí vamos a tener una mezcla de Anubis y de Hermes. El culto a Anubis fue uno de los que más perduraron en el mundo egipcio. Sus orígenes remontan al periodo predinástico y su veneración continuó así. Hasta el periodo greco-romano. Su figura fue oportunamente asociada en el ámbito griego al dios mensajero Hermes, protector de los viajeros y de los héroes caídos en combate. Ambos dioses, el egipcio y el griego, al acompañar a los difuntos en el último trecho de su viaje, lo toman de la mano, generando un vínculo cercano con los mismos. Este contacto puede ser visto como un gesto de protección final, pero también como una manera. de inculcarles valor en esa etapa tan delicada de la vida. Esta asociación culminó con la creación de lo que estáis viendo en pantalla, que es Hermanubis, personaje humano con cabeza de perro, vestido con túnica corta y clámide, cuya figura podía sostener entre sus manos una palma y un caduceo, que es símbolo de Hermes. Aquí tenemos varias imágenes de Hermanubis, Hermes y Anubis. La unión entre dos puntos expresa también el cambio que supone cualquier rito de paso, la transformación de un estado expresado en un cambio de posición. Esta cuestión espacial la vemos en el cambio del lugar de una orilla a otra, en figuras como los perros mayas, pero también en figuras como Caronte o en figuras como San Cristóbal. Pues bien, esos seres que unen dos orillas tienen, esos seres, el que vimos antes, tienen en su versión católica a un barquero sin barco, pero cuyo tamaño gigantesco posibilita que pueda cruzar personas de una orilla a otra sosteniéndolo sobre sus hombros. Si en el caso de Caronte su barca conecta el mundo con el inframundo, en el caso de San Cristóbal... San Cristóbal, la transformación que está proponiendo en ese cruce de fronteras es el paso de la barbarie a la civilización, a la cristianización. Como buen ser liminal o fronterizo, San Cristóbal aparecerá, el gigante, el gigante que está cruzando la otra orilla, aquí ya está llegando la otra orilla. Como buen ser liminal o fronterizo, San Cristóbal aparecerá en muchas ocasiones con cabeza de perro. Pues un ser humano... Un ser humano asume la cabeza de perro cuando entra en contacto con esa zona fronteriza donde el can es dueño y señor de ese territorio simbólico, bien sea porque transita entre dos orillas de transformación o, como veremos ahora, por su condición de extranjero. Si antes asociábamos la idea de perro a puerta, ese pasaje entre posiciones contrarias del ser y no ser, eso se refleja de manera espacial en la idea del puente. Simmel nos señala Los hombres que por primera vez trazaron un camino entre dos lugares, llevaron a cabo una de las más grandes realizaciones humanas. Debieron haber recorrido a menudo la distancia entre el aquí y el allá y con ello, por así decirlo, haberlos enlazado subjetivamente. Solo en tanto que estamparon el camino de forma visible sobre la superficie de la tierra, fueron ligados objetivamente los lugares. La voluntad de ligazón se convirtió en una configuración de las cosas. Solo al hombre les dado, frente a la naturaleza, el ligar y desatar. Y ciertamente en la sorprendente forma de que lo uno es siempre presuposición de lo otro. En la medida en que entresacamos dos cosas del imperturbable depósito de las cosas naturales para designarlas como separadas. Lo hemos referido ya en nuestra conciencia la una a la otra. Hemos destacado estas dos cosas en común frente a lo que ya centramos. Y viceversa. Como ligados solo percibimos aquello que primeramente hemos aislado de algún modo. Para estar unas junto a las otras, las cosas deben estar primeramente enfrentadas. Si estamos en España y queremos ver al barquero sin barco, nos tenemos que ir a Segovia. Estas son algunas de las imágenes de San Cristóbal con cabeza de perro. Si estamos en España y queremos ver al barquero sin barca. Tenemos que irnos a la iglesia de San Millán de Segovia. Entrando por la puerta con orientación sur, veremos en la pared del norte un mural con San Cristóbal. Colocado allí, en el norte, por la antigua creencia de que si uno veía la imagen del santo, nada malo le podría pasar durante ese día. Sin embargo, si nos fijamos bien en la imagen, algo extraño ocurre en su cara. Pues pareciera que el pintor ha pillado al perro en plena transformación. En plena transformación del can en humano. O de humano en perro, quién sabe. La transformación está convirtiendo la cabeza de una a otra criatura. Todo símbolo es denso, contradictorio, lleno de pliegues como un hojaldre que decía ayer Manuel. Y quizá la imagen de perro que tiene San Cristóbal no se deba sólo a lo fronterizo que tiene el cruzar una de otra orilla, sino que tiene que ver con el origen de este personaje. Parece que la fealdad de su cara se debía a que esta persona pertenecía al pueblo de los cinocéfalos, o cabezas de perro. Se contaba que San Cristóbal era un fiero gigante con cabeza de perro llamado Reprobo, que se alimentaba de carne humana. Tras su bautismo, recibió su cabeza normal. Juan José Prat Ferrer señala que no es este el único gigante con cabeza de perro en el imaginario medieval cristiano. La leyenda de San Andrés cuenta que este apóstol convirtió al cristianismo a un gigante caníbal con cabeza de perro que venía de los confines del imperio y se llamaba Abobinable. La tradición quizá proceda del cristianismo copto. En los hechos de Bartolomé se cuenta que este santo alababa. Al abandonar la tierra de los histiófagos, iba acompañado de un cinocéfalo llamado Cristiano. En un códice siriaco de los actos de Mateo y Andrés se cuenta que estos apóstoles hicieron conversiones en la ciudad de los perros. Irca al norte de Crimea. Si recordamos lo señalado más arriba, cuando pensábamos en la etimología de la palabra puerta y aludiamos a aforis, a la fuera, lo de afuera, indicaba a su vez lo extranjero, lo foreroso. Podemos pensar en esa línea que aquellos que están en el límite, en las fronteras, sean imaginados con cabezas de perro. Sean susceptibles de asumir esa condición simbólica, un poco como decíamos con lo de los gitanos. Los que están en el límite son precisamente los pueblos bárbaros, como los cinocéfalos, que por no ser todavía humanos, tienen la condición del ser híbrido. En esta imagen que vemos de San Cristóbal se observa el tránsito del espacio, de un espacio a otro, un movimiento espacial que supone la transformación de su propio rostro de bárbaro en civilizado. El pintor se ha quedado justo en ese espacio liminal. que su rostro híbrido supone quizá, quién sabe, para acentuar la transmutación. Último párrafo. Una especie de red de pescador a través de la cual observamos la realidad es un buen ejemplo para entender la comprensión clasificatoria que el ser humano hace del mundo. Me gusta imaginar que cuando uno nace el lenguaje configura la estructura de una mirada a partir de una especie de red por la que percibimos lo que vemos. Es decir, nunca observamos las cosas en sí, sino a través de un lenguaje que clasifica el orden de las cosas. Sabemos de las cosas por el lugar que ocupan, por clasificaciones hechas de metáforas. La antropología precisamente compara los desplazamientos en esos límites y clasificaciones de allá que contrastan con el sentido común del orden que tiene nuestra propia red de acá. Unos límites que son porosos y que Víctor Tárnez definía señalando que lo que en la sociedad tribal era esencialmente un conjunto de categorías transitorias, como veíamos ayer un poco en lo que contaba Luisa, categorías transitorias entre estados definidos de cultura y sociedad que han acabado por convertirse en categorías más fijas, dice, en un estado institucionalizado. Pero, señala él, permanecen indicios de la categoría de pasaje de la vida religiosa en formulaciones como la siguiente. El cristiano es un forastero en este mundo, un peregrino, un viajero, sino un lugar en que se puede vivir. Sin que reposar la cabeza. Más allá de esa porosidad que hace que las clasificaciones en un mismo contexto vayan cambiando, los límites son los que posibilitan la ordenación, el génesis de un sentido. Que no sea todo un magma abigarrado, sino que haya una delimitación que permita la comprensión es fundamental para dar sentido al mundo. Esa distinción, esa separación, es consustancial a la posibilidad de percibir la realidad, diferenciar. Separar. Bueno, pues el perro ha sido el animal. que mejor que ningún otro, señala ese límite entre un lugar y en otro. Ese estar siempre cerca de la frontera va a hacer que sea utilizado para objetivar cuestiones que están ofreciendo esas tensiones siempre entre lo bueno y lo malo, la civilización y el arbario, y lo puro y lo impuro. El perro hace consciente al humano su condición escindida y por tanto va a ejercer una especie de simbolismo que funciona de costura entre lo que se sabe y lo que no, entre el mundo del ser humano y el de la naturaleza, entre el ser y el no ser, aquel que aparecía en la camiseta con el que comenzaba esta charla. Como señalábamos antes, deberíamos imaginar al perro no con cierta sensación de idiotez o mansedumbre que genera su capacidad de ser domesticado, sino todo lo contrario, una domesticación que en otro tiempo anterior expresaba o revelaba un ser trascendental por tener la capacidad de trascenderse. La conexión entre dos mundos, entre el mundo escindido del ser humano con relación a la naturaleza y el mundo de la naturaleza llena de secretos, es llevada a cabo por el perro suturando esos dos mundos, haciendo visible una fractura. Es cierto que, a diferencia del humano, el animal no necesita umbrales. Nosotros, en cambio, necesitamos la separación para ordenar la realidad. En esa posibilidad de distanciar, del límite que supone este animal puerta, este animal puente o este animal cierre, podríamos pensar o imaginar que el perro inventó a su amo. Agamben señala, y con esto termino, que en la actualidad vivimos en un mundo con ausencia de umbrales. En buena parte los perros que vemos a diario podríamos decir que están lejos del umbral, pues en lugar de estar en la puerta han saltado y se han metido, metafóricamente, en el interior de la casa. Y en ese cambio de posibilidades, la posición cambia, inevitablemente, su relación con lo humano. El salto del umbral al interior... No permite tanto entender la escisión, el límite, sin una especie de continuidad que establece relaciones porosas con el animal, llenándolo de todo aquello que contiene el nuevo espacio, la familiaridad, no la alteridad. Si antes era un umbral entre dos orillas, ahora parece que se ha quedado sedentario en una sola zona y de allí ya no se mueve. Quizá por eso resultaría muy difícil que el ser humano soñara hoy con aquel poema, aquel poema náhuatl que tradujo Miguel León Portilla, que decía, cuando estoy solo, junto a mí, aquí está mi perro. Allá donde dicen que de algún modo se existe, ¿acaso junto a mí estará allí mi perro? Muchas gracias. Sí, muy bien, tenemos un ratito, 15 minutos. 15 minutos largos y, bueno, como te voy a dar yo el micro, voy a empezar. Tu magnífica conferencia, Jorge, me deja la sensación que ya había comenzado días anteriores o quizá meses antes, a medida que vamos desarrollando nuestro proyecto. Y es que la sensación como que estamos siendo sepultureros de animales. No, o sea, lo que sugerimos ayer con respecto al gallo, el gallo de pelea o a la cigüeña, pues otra vez lo vemos con el perro que nos ha extraído aquí. Claro, es muy, muy significativo que en los últimos dos o tres años ha habido, sin irme muy lejos, como seis u ocho trabajos, etnográficos sobre perros, algunos de muy queridos amigos nuestros. Sí, claro. Y no has citado nada de esas etnografías, y evidentemente no has citado nada de esas etnografías porque estás hablando de otros perros. Quizá estás hablando de los perros. Estos otros etnografiados, de otra manera, parecen ser una especie completamente diferente. Y aquí estamos asistiendo al recuerdo de un perro que quizá… Ya no existe. La pregunta es, ¿sigue estando entre nosotros este perro o es un ejercicio más de romanticismo y de deseo en el fondo de que sí que lo podamos tener, no solo en la memoria, sino, no sé, de qué manera podía resucitar? Bueno, sí, ¿no? Quizás estemos haciendo de sepultores animales. Para empezar, no me interesaba en absoluto el perro en la actualidad. No me llamaba mucho la atención. Y quizás, digamos… Perdona, pero tampoco estás hablando del perro en el pasado. O sea, has querido hablar como una especie… Sí, de cosa híbrida, sí. Digamos, ha sido bueno para pensar. Sí, sí he sido un poco atrevido con todo lo que he dicho y demás. Yo qué sé. Pero es lo que me sugería a mí, de alguna manera, el perro, digamos, desde un punto de vista fronterizo, simbólico. Bueno, todo eso que hemos ido viendo, ¿no? Pero no sé, digamos, no he hecho trabajo yo de campo como para ver si el perro en otros sitios, en otros lugares, pues, digamos, está funcionando de una manera parecida, ¿no? Y quizás, aunque yo he sido un poco tajante con mis últimas palabras, haya algo de eso también en el perro en la actualidad, ¿no? Yo creo que sí. No creo que esté muerto de una manera tan… De todas formas, claro, digamos, padezco el sepultorio de animal porque estoy hablando de animales, digamos, con los que ahora mismo uno no se relaciona, ¿no? Muy bien. Muy bien, Jorge. Me ha gustado mucho la conferencia esta. Y yo creo que la pregunta que te ha hecho Julián… Julián, el perro está tan muerto como el hombre. Es decir, si no podemos hablar del perro, del significado real, verdadero del perro, como ha hecho Julián, es porque tampoco podemos hablar ya de los hombres. Ya no hay seres humanos apenas. Muy difícil encontrar un ser humano. Es difícil encontrar un ser humano. También es difícil encontrar un perro. Pero siguen existiendo los perros, los seres humanos, porque la impresión que me parece, ¿no? Lo has estado diciendo desde… Y curiosamente, desde la foto de la infancia, curiosamente, desde allí hasta el último momento has estado sugiriendo la identificación profunda entre el perro y lo humano. Porque, venga a decir que si todo vale, la traición a la naturaleza, a veces dices no sé de quién está hablando. No sé si está hablando del perro o está hablando del hombre. Es la misma cosa. Y eso ha sido lo asombroso de la integración histórico-cultural que has hecho. Es decir, que de algún modo es como si la figura de San Cristóbal reuniera todas las posibilidades. Eso es. San Cristóbal no solamente es el barco, el que cruza el río, ¿no? Es por su propio nombre. Es también una alusión al propio Cristo, ¿no? Y por tanto, al hombre en su acepción más radical. La acepción en la que pertenece a la naturaleza, a la tierra, quizá depende de su voluntad, quizá a otro lugar. No sé si has hecho o no alguna, quizá en algún momento. Me he distraído, he llevado por. No sé si has hecho mención a otra figura, a otra acepción del perro, que es la del lazarillo, del perro lazarillo, que es la misma cosa. El perro lazarillo está conduciendo al que no ve, y no es que le esté conduciendo a la luz, está viendo en su lugar. Y en este sentido, el perro lazarillo es también como un doble del propio humano. Y... La imagen primera de todo, no sé a qué se refiere. ¿Ese perro qué es? Esta es una fotografía del fotógrafo, es un perro callejero, es una fotografía de Kudelka. ¿Eh? Es una fotografía de un fotógrafo checo que se llama Kudelka. Ah, ajá. Es que quizás recuerdes... No sé muy bien cómo encajarlo en toda tu argumentación, pero quizás recuerdes que cuando yo hice trabajo de campo en Ecuador, en los Andes, muy pocos años antes había habido el linchamiento de una pobre mujer a la que se acusaba de bruja. Todavía había algunos vecinos que estaban en la cárcel, había algunos todavía pendientes. De ser procesado, porque la habían estado... Habían perseguido por las laderas, ahí hasta que la habían matado la pobre vieja. Y todo lo que contaban es que habían dejado su cuerpo machacado en medio de las cañas bravas de la cumbre y apareció un perro negro a lamerle, a lamerle la sangre. Y eso lo consideraban que era la comprobación de que era una bruja. Y claro, una bruja es igual que esa que ve, es la que ve lo que los demás no ven. Y el perro aquí estaba mostrando, también viendo lo que no habían sido capaces de ver tampoco los vecinos. Estaba señalando su condición, la condición de esta mujer, era una vieja esta mujer, su condición de umbral, de la que ayuda a pasar de un lado a otro. Bueno, pues nada más. Y claro, no has seguido, es decir, has... Cuando has hablado del olfato, está bien, porque has centrado como si fueras el olfato respecto a lo putrefacto. Pero no solo, claro, porque cuando está oliendo una camada de cualquier animal, no está oliendo lo putrefacto, está oliendo la vida, las señales... las señales de la vida, de que ahí hay alguien, no hay otro. Lo interesante es cómo el perro selecciona el olor significativo. Eso es lo más llamativo. Recordemos aquel caso que trató Oliver Sacks, de aquel hombre con una lesión cerebral que padecía, sufría de un olfato perrudo. Era un vivir espantoso el de oler tanta cosa. Lo mismo que cuando... Funes. Lo mismo que Funes, cuando recuerda demasiado. Pero Manolo, una pregunta a Manolo. En esta cuestión del perro con el olor, digamos, claro, en el viaje al inframundo tiene que ser más que el olor unedor, ¿no? Pero el olor hacia lo santo se podría... ¿Hay algún ejemplo que te venga a la cabeza? ¿Alguna en la que...? No, el olor del perro, digamos. Cómo el perro con su olor se orienta hacia el cielo, ¿no? Digamos, o sea... No sé si se te ocurre algún ejemplo. De que el olfato del perro conduzca hacia la luz más que hacia la... O sea, que conduzca hacia un... Que huela el bien. Que reconozca el olor de santidad. Eso. Luego. Pero a muerte no se lo tiene que significar. No. Puede ser que vaya a más direcciones con otras edades. Que puede ser el olor putrefacto también es una forma de transformación material, ¿no? Y puede significar vida otra vez luego. Sí, sí, de hecho Anubis es eso. Vale, claro. Es verdad que... No tiene por qué ser maligno ni profano. De hecho Anubis es eso, sí. Yo creo también, Jorge, que merece un capítulo aparte relacionado con la divinidad, la percepción extrasensorial de los perros. No he visto que hayas tocado ese punto. Y yo en primera persona, yo he conocido perros que perciben cosas que tú no ves. Entonces, ¿qué mayor santidad, qué mayor dirección que esa? ¿Qué mayor hito que ella te marca? He conocido perros que le ladran a cosas que están al lado tuyo. No sé si a alguno os ha pasado algo igual. Pero los perros te avisan con mucha antelación de las cosas. Y de cosas que van a pasar. Y se anticipan a la muerte en un momento dado también. Hay, yo no sé si habéis leído cosas sobre algunos experimentos, sobre evidencias que hay de perros, de gatos, que en distintos hospitales se acercaban al que iba a morir. Al que iba a morir al día siguiente. Entonces, en fin, solamente eso. Yo creo que sí hay alguna. Sí. A ver. Gracias por la charla. Muy interesante. A ver. Vale. Emociones y los perros. Los perros y los hospitales para detectar enfermedades. No hay ninguna pregunta concreta. Y ya son... La... Una y tres minutos. Si no tenéis alguna pregunta concreta, pues cerramos.